Un psiquiatra, que ya no podía decirse joven, se dirigió a nuestro Centro (…) en una demanda de ayuda.
La situación era la siguiente. Narró que no se había casado porque nunca había podido hacerlo: su sumisión morbosa, primero a una madre castradora, luego a una hermana mayor soltera (…) Tras la muerte de la hermana vivía la misma morbosa sumisión respecto de su hermano menor afectado por trastornos paranoicos (…) El hermano paranoico había asumido el papel de figura familiar dominante (…) interviniendo de manera violenta y explosiva en cualquier intento que hiciera su hermano de instaurar una relación afectiva (…)
Durante los últimos años, el psiquiatra vivía una tormentosa relación con una mujer, la cual había tenido que sufrir primero las vejaciones de la hermana mayor y luego las del menor, que la insultaba y hasta la agredía de manera violenta cada vez que trataba con ella (…)
Nuestro paciente se hallaba en la alternativa de tener que escoger entre quedarse dentro de su morboso sistema familiar, abandonando a su compañera, o romper con su sistema familiar y lanzarse a la relación afectiva (…) Se sentía verdaderamente crucificado por la situación pseudochantajista en que el hermano lo mantenía inconscientemente. Pero, por otra parte, el psiquiatra valoraba mucho la relación afectiva con la mujer, a la que consideraba como su última oportunidad para construir una familia (…)
Maniobras
La terapia se desarrolló de la siguiente manera: se acordó con el psiquiatra que intentaríamos una maniobra particular para la cual se hacía necesaria la presencia de ambos hermanos en la sesión siguiente. Él debía explicarle al otro que ello resultaba necesario para su training, sin declarar para nada os objetivos terapéuticos den encuentro.
La conversación comienza con la explicación por parte del terapeuta del motivo de la convocatoria del hermano dominante; dice que ello es indispensable para la formación psicoterapéutica del hermano psiquiatra. Luego prosigue explicando la importancia de intentar ayudarle, porque, teniendo problemas de inseguridad e inestabilidad emotiva, no dispone del carisma necesario para ejercer con éxito su profesión de psicoterapeuta, y para resolver este problema, se requiere que su hermano le ayude.
El hermano dominante, en un primer momento, permanece sorprendido por tales afirmaciones y se culpabiliza por su exuberancia (cuando digo mi opinión lo arrollo, pongo la directa, pero él, introvertido como es, sucumbe…), mientras que luego declara la necesidad de esta actitud para con su hermano.
Habla de la vida sentimental del hermano, dice que en el pasado ha “malgastado” ocho años con una enfermera y que su actual compañera no tiene carácter y cultura suficientes, por lo que afirma que se siente en el deber de ayudarlo a encontrar una mujer adecuada.
El psicólogo lo interrumpe y le dirige preguntas sobre su vida afectiva y cuando el sujeto dice que ha pasado algunos años con una mujer casada, le pregunta si cree que se trata de años “malgastados”. Ante la respuesta negativa, le sugiere que reflexione sobre la diversa importancia dada a sus historias afectivas comparada con la que da a las de su hermano.
La reestructuración del acorazado y el mercante
Entonces se introduce la siguiente reestructuración (…):
De las charlas que he tenido con su hermano y con usted, me parece evidente que tienen como dos velocidades diferentes y dos estilos de comunicación distintos. Usted es muy fuerte, exuberante, afirmativo; su hermano es introvertido, sumiso, conciliador. Es evidente que su hermano se puede sentir arrollado por la excesiva velocidad de usted.
Sabe usted, la diferencia entre ustedes dos es semejante a aquella que hay entre un acorazado y un barco mercante. El acorazado esuna nave de guerra potentísima y veloz, mientras que el barco mercante es una nave lenta, resistente a la carga, pero que no puede desarrollar grandes velocidades. Ahora imagine que ustedes dos son un acorazado que lleva a remolque un barco mercante. Si el acorazado acelera demasiado, el barco mercante no aguanta la velocidad y puede romperse y volcar y hundirse en las aguas…(…)
Calma, se requiere calma y comprensión, porque si no…
Hermano: nos hacemos daño el uno al otro
Terapeuta: Es evidente que la muchacha ha de gustar a su hermano
H: Claro, en definitiva la elige él…El problema es que ahora él está con otra y no sé cómo hacer que deje a esta mujer tan poca cosa.
T: Usted sabe qué hacer. Pero si ahora su hermano está viviendo una relación que le compensa, ¿por qué quiere quitársela? ¡También usted ha estado durante años con una mujer equivocada! Y, no obstante, algo ha recibido, ¿no? Ahora su hermano se encuentra en una situación semejante. Recuerde que usted es como el acorazado que arrastra por detrás el barco mercante: si va demasiado deprisa puede volcarlo y romperlo en mil pedazos.
Aceptar la diversidad
H: Entonces no podemos hablar de ello…
T: Sí, solo que con otra actitud más elástica. Todos somos distintos, afortunadamente, y es preciso que sepamos respetar la diversidad, los ritmos diferentes. A veces es difícil aceptar que el otro es diferente a mí, sobre todo si siento mucho afecto por el otro (…) A las personas se las ayuda solo si lo piden, y no hay que arrollarlas (…) Estimular, nunca arrollar. Les sugiero esto por la inseguridad y la inestabilidad de su hermano, porque si él no resuelve estos problemas no será nunca un buen psicoterapeuta (…) Le pido que colabore, porque creo que ha de ser muy útil para ambos.
En la siguiente sesión el psiquiatra refirió con entusiasmo que su hermano, durante la semana, no había interferido en modo alguno en su vida afectiva y no se había mostrado ni tan solo deprimido o agresivo, sino más bien especialmente disponible y atento a lo que a él concernía.