Adolescentes violentos
Un caso considerado imposible
Acudieron a la consulta los padres con el hijo, un muchacho alto y grueso, que hacía tiempo estaba en tratamiento farmacológico por un diagnostico de trastorno de personalidad borderline, pero que nunca había recibido tratamiento psicológico. Un caso considerado imposible por diferentes y notables terapeutas, que se habían negado a tratarlo tras una primera entrevista de diagnóstico.
Los padres explicaron que su hijo siempre les había dado grandes satisfacciones. Hablaron de una adolescencia llena de éxitos en el ámbito escolar y en el ocio como líder de un conjunto musical, la única situación en la que sentía que podía expresar su talento. Todo fue muy bien hasta los 17 años aproximadamente, cuando se verificó que el grupo en el que el muchacho había depositado enormes expectativas, no tenía posibilidades reales de éxito en el mundo discográfico.
Decepción y violencia
La fuerte decepción llevó al líder caído a alejar a los compañeros que, en su opinión, no se habían comprometido suficientemente en la consecución del objetivo común. El muchacho les lanzó graves acusaciones hasta que, incapaz de soportar la vergüenza, empezó a aislarse. Y mientras los otros músicos se insertaban en distintos grupos que más tarde se harían famosos, él, el líder, se encerró en casa y empezó a comportarse violentamente con la madre, implicando también al padre que intervenía para defender a su mujer. Ambos progenitores tenían que acudir a los servicios de urgencias para curarse las heridas.
Lo primero que preguntamos a los padres es si alguna vez habían denunciado esos excesos de violencia. Ambos declararon al unísono que no lo habían hecho por miedo a que las fuerzas de seguridad tomaran medidas que no podrían soportar (…) Es decir, la pareja había decidido sacrificarse en nombre de la violencia del hijo, considerada el fruto de su sufrimiento. Desde el punto de vista de la formación y del mantenimiento del problema, pasaron de víctimas a verdugos de su hijo, adoptando una actitud complementaria que, como ya hemos subrayado, no hace más que alimentarlo (…)
Motor del problema. El papel de víctima de la madre
Dado que el papel de víctima de la madre constituía el verdadero motor del problema, el primer paso fue sacar a la víctima de su posición para actuar indirectamente sobre el verdugo. Sintonizándonos con el funcionamiento del sistema, actuamos de modo que la víctima se sacrificase más inmolándose de nuevo y en mayor grado por el hijo, pero en una dirección funcional y constructiva. En primer lugar, hicimos percibir a la mujer cómo su sacrificio conduciría rápidamente a un progresivo empeoramiento del hijo, que podría llegar hasta cometer actos de violencia autolesiva que ella no lograría impedir.
Dicho de otro modo, utilizamos en primer lugar la idea patógena de la madre de la necesidad de sacrificarse para volverla contra ella. Al mismo tiempo, creamos un miedo mayor contra el miedo ya existente, esto es Ubi maior, minor cessat. Si la mujer seguía soportando las vejaciones del hijo, este sufriría cada vez más. Hasta llegar a la violencia contra sí mismo, con muchas probabilidades de acabar en el suicidio.
Después de esta maniobra la madre se mostró dispuesta a colaborar. Declaró que por su hijo era capaz de sacrificar incluso su vida.
Prescripción para los adolescentes violentos
Prescribimos a la madre y al padre que, cada vez que el hijo iniciara la escalada de violencia, reaccionaran de inmediato saliendo de casa. Si por algún motivo la mujer tuviese dificultades para seguir la prescripción, el marido, considerado el más fuerte de la situación también por parte del chico, tendría que ayudarla cogiéndola de la mano, sacándola de casa y dejando solo al hijo.
De este modo los padres acaban convirtiéndose en aliados contra la violencia del hijo, a la que no responden también con violencia ni tampoco la sufren, sino que se produce lo que en términos técnicos llamamos desarme unilateral.
Se trata de una descalificación ya no en el plano del más fuerte, sino desde un punto de vista comunicativo: Siempre que te muestres violento nos iremos por un tiempo. Si lo intentas de nuevo, volveremos a marcharnos.
Se trata de una intervención mínima pero extraordinariamente poderosa porque la persona violenta, en la familia o fuera de ella, necesita de alguien con quien ejercer su presunto poder. Desde el momento en que ya no hay víctima ni tampoco quien trata de defenderla, el objetivo principal del muchacho será volver a tener a los padres con él. Pero para conseguirlo tendrá que dejar de ser violento, ya que de lo contrario se marcharán de nuevo.
Se obtienen dos efectos con una única maniobra. Por un lado la madre se sacrifica ya no sufriendo sino marchándose en nombre del hijo. Por otro lado, el hijo, si quiere tener de nuevo consigo a sus padres, tendrá que cambiar radicalmente la estrategia de su comportamiento con ellos.
Ilusión de alternativas para los padres de adolescentes violentos
Si no hubiésemos sido suficientemente incisivos en la sesión con la madre o si hubiésemos encontrado una mayor resistencia a colaborar por parte del sistema, hubiésemos podido proponer a los padres una prescripción con ilusión de alternativas presentándoles dos posibilidades:
“Podéis marcharos o permanecer en casa diciéndole a vuestro hijo atácanos más aún si te sirve de algo, péganos, tortúranos, haz lo que quieras si te sirve de algo”.
En la mayoría de los casos el sistema implicado elige la primera alternativa. Y también en este caso, se aprovecha la lógica sacrificante. Porque incluso los más dispuestos al sacrificio se dan cuenta de que marcharse es menos oneroso para todos (…)
El muchacho se da cuenta de que usar su fuerza de modo positivo es mucho más beneficioso: obtiene atenciones reales, mucho más satisfactorias y agradables.
Es el revés de la medalla que permite hacer subir al enemigo al desván y luego quitar la escalera (Nardone, 2004b; Nardone, Balbi, 2009). En términos operativos, el cambio no solo es deseable sino que resulta inevitable.
Adolescentes violentos