A pesar de la incomodidad que supone, la vida nos obliga continuamente a elegir y tomar decisiones. A través de la toma de decisiones es como nos hacemos responsables de nuestra existencia y de los que dependen de ella. De esta gran responsabilidad, de la idea de que “cada cual se crea la realidad que después padece”, derivan los miedos relacionados con las decisiones y elecciones. Estos miedos aparecen bajo diversas formas y el primer paso para el psicoterapeuta consistirá precisamente en analizar de cuál se trata.
El miedo a equivocarse
Es la tipología más habitual. Cuanto más crucial es la decisión mayor es la vacilación hasta llegar a ser paralizante. Lo que convierte el miedo a tomar una decisión equivocada en una pesadilla no es la situación objetiva sino cómo la percibe quien debe decidir, lo que a su vez depende de sus características personales y sus capacidades adquiridas. “No son los hechos en sí los que perturban a los hombres sino los juicios que los hombres formulan sobre los hechos”. Epicteto.
El miedo a no estar a la altura
Es también muy habitual. Está muy relacionado con la autoestima, o sea, con hasta qué punto nos vemos capaces de valorar bien y luego de aguantar el peso de las decisiones tomadas y sus efectos. Es una lucha con uno mismo. Puede verse afectado quien incluso ha dado ya muestras repetidas de estar capacitado para decidir. Porque su “perseguidor interior”, la voz interna recurrente que mina la confianza en los propios recursos y capacidades, devalúa constantemente a quien ha de elegir, haciendo las dudas más atroces y la lucha más incruenta.
Quien se ve afectado por este tipo de miedo en su expresión más severa tiende a evitar roles de responsabilidad y a tomar decisiones de poca importancia, delegando en los demás las elecciones más importantes.
El miedo a exponerse
En este caso lo que asusta es plantear las distintas opciones, exponerlas al juicio de los demás. Con mucha frecuencia se asocia al miedo a hablar en público, que suele ser el de sonrojarse, sudar, perder el control del habla y de la capacidad de argumentación. También puede ser el miedo a que los demás le hagan daño al exponerse, encajando en este caso más en los cuadros clínicos de la paranoia y fobia social
El miedo a no tener control o a perderlo
El miedo puede aparecer en la toma de decisiones o en las fases siguientes de la aplicación, es decir, puede estar relacionado con el control inicial o de las fases sucesivas tras haber decidido qué hacer. Amenudo esta preocupación por el control obliga al sujeto a revisar en repetidas ocasiones la corrección de sus procesos de toma de decisiones para sentir ese control.
Muchas veces esta necesidad de confirmación anticipada pasa a ser una obsesión disfuncional que dispara la ansiedad y angustia hasta el extremo de bloquear la capacidad de actuación. El miedo a no tener el control o a perderlo obliga a buscar la seguridad de hacerse con él antes de emprender la acción, pero esa búsqueda misma hace surgir más dudas e inseguridades que retardan el proceso. Cuanto mayor es el control mayor es la sensación de perderlo, desarrollándose en muchos casos un cuadro clínico compulsivo de comprobación sobre comprobación, la trampa de caer en un exceso de rigor.
Ninguna decisión puede ser segura al cien por cien, porque nadie controla el azar. Así que, como decía Bateson: “El rigor por sí solo es la muerte por asfixia, la creatividad por sí sola es la locura absoluta”
El miedo a la impopularidad
Las víctimas de este miedo son rehenes continuos de su deseo de sentirse amados por todos. En este caso, cuando el sujeto debe tomar una decisión desagradable siempre tendrá el temor de perder su popularidad, construida a base de una “prostitución relacional” por la que siempre están disponibles y atentos a las necesidades de los demás. Elegir por tanto una opción que pueda desagradar o irritar a alguien siempre representará un problema.
Si se interpreta el miedo a decidir utilizando estas claves veremos que éste no depende del tipo de decisión sino de cómo la percibe el sujeto. De ello se deduce que la solución al problema pasa por guiar a la persona para que sustituya las modalidades disfuncionales con las que gestiona la situación por las funcionales, con el objeto de modificar su forma de percibir la realidad y de conducirlo de la condición de quien construye lo que sufre a la de quien construye lo que gestiona.
Lee más en el libro “El miedo a decidir” de Giorgio Nardone, editorial Paidós.
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