"Adolescentes violentos"Haley-MadanesNiños, trastornos de conducta y familiaamor

La aportación de Cloé Madanes al concepto y al tratamiento de la violencia ha sido decisiva (…) En 1991 Madanes construye se propia teoría estructural de la familia y de la psicopatología, que relaciona de nuevo el eterno dilema entre amor y violencia.

Para los seres humanos es fundamental y complejo decidir si amar, proteger y ayudar a los demás o más bien imponerse, dominarlos, controlarlos y hacerles daño. La frontera entre ambos extremos es bastante frágil.

El amor, aunque pueda parecer contraintuitivo, contiene en sí las semillas de la violencia. El amor implica una dosis de imposición, control y dominio; la violencia puede ser impuesta en nombre del amor, de la protección y de la ayuda (Madanes, 1993). Cuanto más intenso es el amor, más cerca está de la violencia en el sentido de posesividad intrusiva. De modo análogo, cuanto más apegados y dependientes somos respecto del objeto de nuestra violencia, más intensa es la propia violencia.

De ello derivan cuatro categorías de problemas basados en el deseo que predomina en cada familia:

El deseo de dominio y de control vinculado a los trastornos del comportamiento y a las personalidades antisociales

En este tipo de familia los miembros se enfrentan entre sí y, generalmente, los problemas consisten en intentos de obtener poder sobre personas significativas. Cada miembro está dominado por sus deseos egoístas. La tarea del terapeuta, mediante la utilización de estrategias ad hoc, es corregir la jerarquía y redistribuir el poder entre los miembros de la familia, para transformar la forma en que el poder es ejercido, pasando del beneficio egoísta al deseo de ser amados.

El deseo de amor, vinculado a problemas como la depresión, la ansiedad y síntomas psicosomáticos y alimentarios.

Los miembros de este segundo tipo de familia están empeñados en una lucha dirigida a obtener el aprecio. Esto conduce a menudo a formas de violencia autoinfligida, como en el caso del niño que busca el castigo para llamar la atención. Por otra parte, el deseo de ser amados o apreciados puede hacer que salgan a la luz las mejores cualidades de una persona, pero también puede derivar en la irracionalidad, el egoísmo y el daño.

En esta dimensión las fronteras están poco definidas y el enfrentamiento directo es sustituido por chantajes y manipulaciones. En este caso el terapeuta ha de redistribuir el amor en el seno de la familia para transformar el modo en que este sentimiento se expresa, convirtiendo el deseo de ser amados en deseo de amar y proteger a los demás. Para ello se utilizan estrategias dirigidas a modificar el tipo de implicación entre padres e hijos y estrategias paradójicas.

El deseo de amar y proteger a los otros, en relación con problemas como los intentos de suicidio, los abusos, la negligencia, los trastornos obsesivos y del pensamiento

A menudo la intrusividad y la violencia se justifican en nombre del amor: el padre que castiga a su hijo por su bien, el profesor que critica para enseñar, son ejemplos de amor que podría conducir a la violencia. Cualquier acción individual tiene repercusiones vitales o mortales sobre los otros miembros de la familia. Ocurre así que entre algunos componentes del núcleo familiar se desarrolla una competición para ver quién es más culpable o más autodestructivo.

Mientras que otros miembros de la familia asumen el rol idealizado de personajes benévolos y dignos de amor. El terapeuta ha de modificar la manera en que se aman y se protegen los miembros. Y redistribuir los roles de quién cuida y quién es cuidado, mediante estrategias orientadas al futuro y actos de reparación.

El deseo de arrepentirse y perdonar vinculado a problemas como el incesto, los abusos sexuales, los actos de sadismo o los intentos de homicidio

En este caso el amor ha degenerado en violencia, los individuos se han infligido recíprocamente traumas y han sufrido injusticias y agresiones. Las interacciones se caracterizan por el pesar, el resentimiento, los engaños y secretos. El secretismo se alimenta por la vergüenza por lo que se ha hecho, o por lo que se ha dejado de hacer, y mantiene coaliciones inadecuadas. De modo que las personas se comportan según el modelo víctima y verdugo. Tras haber clarificado quién le hizo qué a quién, el terapeuta ha de orientar el paso del secretismo y la hipocresía a la comunicación abierta y a la sinceridad. Se anima a los miembros de la familia a aceptar la culpa y a arrepentirse, para llegar a una reparación consciente.

En la práctica clínica, Cloé Madanes se centra en la comunicación metafórica en el seno de este tipo de familias. La metáfora se entiende como un elemento de comunicación que dificulta la solución de los problemas: los mensajes no se refieren nunca a lo que indican abiertamente y las personas se encuentran atrapadas en interminables repeticiones de secuencias (Madanes, 1993).

La metáfora asume también un valor terapéutico, mientras que el fin estratégico es el cambio de metáforas de conflicto por metáforas de amor. Para buscar el amor que no existe, para convertir la violencia en amor.

 

(Extraído de aquí)

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