"El libro de las fobias y su curación"Artículos destacadosMiedos, fobias y pánico

Hace muchos años recibí una llamada urgente de un hombre preocupado por su excompañera, que desde hacía meses vivía aislada y pasaba la mayor parte del tiempo dentro de la cabina de ducha con un pulverizador en la mano para matar arañas e insectos no voladores, que le provocaban terror […]

Para defenderse de la posible cercanía, experimentada como un pródromo de agresión por parte de los arácnidos, había ido evitando todos los lugares donde era posible encontrarlos, pero cuanto más los rehuía más percibía su presencia. En definitiva, había pasado de la fobia a un delirio evidente que le hacía ver algo que en realidad no existía. Esto la había llevado a atrincherarse en el único lugar donde se sentía segura, su ducha, en la que literalmente se sellaba, dispuesta a rociar con agua a cualquier intruso peligroso. El excompañero me dijo que ella lo consideraba la única persona fiable, que le había hablado de mí y de mi trabajo y que estaría dispuesta a hablar conmigo, de modo que organizamos una cita telefónica desde su reducto de defensa […]

Guerreros contra el enemigo

Me explicó cómo había llegado a encerrarse en su fortaleza, que constituía la única salvación ante el posible asalto de los temibles arácnidos. Siguiendo su lógica, le señalé que había un fallo en su sistema de defensa, ya que no tenía en cuenta las características de su enemigo, esto es, el hecho de que algunosa animales, entre ellos las arañas, adoran la humedad y se sienten atraídos por ella, tanto es así que las más grandes y peligrosas viven en selvas tropicales como la Amazonía: por tanto, concluí, “su refugio es un lugar atractivo para ellas”.

“Oh, Dios mío! ¡Gracias, no lo sabía!”, exclamó la mujer. “Salgo inmediatamente… Pero ya que parece ser usted tan experto, ¿dónde puedo refugiarme?”. “Por desgracia he de decirle que no existen lugares en los cuales los humanos podamos sobrevivir que no sean hábitats de esas malditas arañas. La única manera de mantenerlas a raya es espantarlas, es decir, transformarse de presa en depredador… Además, como ya sabe, en la naturaleza las presas atraen a los depredadores, y cuanto más huyen más acosados son…” repliqué, ofreciendo una perspectiva diferente dentro de su lógica.

“Es cierto … es cierto, ¡me siento acosada por estas malditas! ¡Cuánto me gustaría ser yo la depredadora y no la presa!”, afirmó resignada ser yo la depredadora y no la presa!”, afirmó resignada. “Bueno, si quiere yo puedo enseñarle… Pero tiene que venir a verme personalmente”, le propuse. “¡Sería maravilloso! Pero ¿cómo lo hago? El viaje es largo, y ¿qué pasa con las arañas y los otros insectos que están en todas partes?”.

A esta objeción respondí: “Claro, lo entiendo, pero si queremos ser guerreros debemos empezar por la armadura… Debería vestirse de modo que se proteja de los contagios, con un traje que no permita que nada entre en contacto directo con su cuerpo, un pasamontañas y gafas que aíslen toda la superficie de los ojos. También hay que pensar en las armas; la que me parece más indicada es un espray de laca con el que se puede cristalizar cualquier insecto con un buen chorro…” […]

De temer a temida

De este modo, manteniéndome al nivel de su percepción delirante, con una reestructuración que invertía la dinámica de las cosas, se había abierto el camino del cambio terapéutico. Unos días más tarde la mujer vino a verme vestida con un impermeable embutido en unas altas botas de montar […] Me explicó que, en el largo viaje en tren desde su ciudad hasta Arezzo, acompañada por su atento excompañero, había disecado un par de arañas y otros insectos y que estaba orgullosa de su logro.

También que ya no se refugiaba en la ducha, sino que siempre vestía ropa/armadura y tenía a su disposición en todo momento el arma antiarañas. Le señalé que con aquel atuendo estaba muy elegante y que sin duda la gente la había tomado por una mujer famosa que quería ocultar su identidad […]

Ya no necesitaría la armadura, porque se había convertido en la temida y había dejado de ser la que temía. Así que la invité a quitarse la armadura y a intentar cazar arañas conmigo en las habitaciones y pasillos de mi Instituto. Encontramos cinco arañas y, casualmente, todas ellas cerca de las duchas de los cuartos de baño del gran edificio; todas fueron disecadas con un chorro de laca […] Al acabar esta incursión, la joven, divertida y complacida, se volvió hacia mí y me dijo:

“Creo que he superado mi fobia. Ahora sería capaz de ayudar tras haber aprendido a ser ayudada”.

(Extraído de aquí)

 

Deja una respuesta

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Post comment