El miedo patológico es, sin duda, el trastorno más extendido por la cantidad de personas que lo sufren (…)
Existen numerosos tipos de psicopatologías fóbicas, que se diferencian en lo que las desencadenan: desde el miedo a perder el control y enloquecer, a sonrojarse en público, a sufrir claustrofobia, a morir por una enfermedad fulminante, a volar, hasta llegar a las zoofobias.
Las psicotrampas del fóbico
Sin embargo, en lo que respecta a la modalidad con la que, a partir de un estímulo, se llega a la verdadera psicopatología, el mecanismo es el mismo. En otras palabras, quien padece un desorden fóbico, ya se trate del síndrome de de ataques de pánico, de agorafobia o de otro, pone en funcionamiento de manera reiterada tres tentativas de solución disfuncional:
la evitación
- la demanda de protección y de ayuda
- el control que hace perder el control
La combinación de estas tres modalidades contraproducentes de reacción ante el miedo conduce al cabo de pocos meses a una patología de tipo fóbico.
El fóbico integra de manera explosiva tres psicotrampas que se retroalimentan hasta que termina recluido en su propia prisión.
Es importante señalar que las tres psicotrampas pertenecen al ámbito de la acción. Y esto no es casualidad. Efectivamente, el fóbico no es un gran pensador: el miedo le hace estar en permanente alerta con respecto a lo que puede suceder; esto le impide proyectarse en el futuro a largo plazo y lo obliga a luchar contra el presente y lo inmediato.
La única excepción es la conciencia de estar enfrentándose con antelación a algo que teme: a la angustia se añade el miedo anticipatorio hacia un futuro inevitable y espantoso.
Además, el fóbico tiende a no pensar en su pasado, que vive como algo de lo que ya se ha librado. En el fóbico emerge la memoria visceral y sensorial que mantiene constantemente activas las sensaciones inquietantes ya vividas, activándolas a menudo incluso en ausencia de estímulo: la mente construye aquello de lo que más tarde se asusta.
Los 3 niveles de gravedad
La mente del fóbico siempre es rehén de un miedo primigenio. Obviamente, existen diferentes niveles de gravedad:
- leve: cuando el sujeto padece el miedo en determinadas situaciones o condiciones amenazadoras, pero no se ve invalidado para la normal realización de sus actividades
- medio: cuando el sujeto se siente totalmente embargado por el temor frente a situaciones o condiciones inquietantes, pero fuera de éstas lleva una vida normal
- severo: cuando el sujeto queda totalmente invalidado y no logra gestionar el miedo, que a menudo se transforma en pánico.
En este último caso, las tres psicotrampas se aplican al extremo, mientras que en los dos primeros no llegan a generalizarse. Tratar de controlar nuestras propias reacciones sin conseguirlo es el guión que conduce a la esclavitud del miedo.
Psicosoluciones para las psicotrampas del fóbico
Una terapia realmente eficaz para esta condición debe procurar interrumpir el círculo vicioso contraproducente que el sujeto pone en práctica mediante sus propias tentativas fallidas de gestionar su miedo (…) Pero todo ser vivo se opone a un cambio de su equilibrio, incluso cuando este es claramente disfuncional. De modo que no es tan fácil hacer que un fóbico deje de evitar, de demandar protección y ayuda y de controlar lo que no puede controlar.
La técnica fundamental para hacer que el sujeto salga de la cárcel del miedo psicológico es la de la peor fantasía (…) los sujetos deben aprender a sumergirse voluntariamente en sus peores imágenes mentales, cosa que a menudo evitan por miedo. Al poner en práctica este tipo de ejercicio, se crea el efecto paradójico de la anulación de las sensaciones inquietantes. Metafóricamente, es como si se evocara una y otra vez un fantasma para luego tocarlo y hacer que se desvanezca. Gracias a este método, la persona aprende a controlar sus miedos patológicos.
Me limito a señalar que, en más del 90% de los casos, una intervención psicoterapéutica dirigida puede resolver el desorden en el transcurso de unos meses, y sin recurrir a los fármacos. Estos últimos, por otra parte, constituyen una variante de la psicotrampa de la demanda de ayuda (…): la “muleta química” confirma al fóbico su incapacidad de conseguir reducir la ansiedad por sí mismo.
Además, no es necesario someterse a terapias prolongadas durante años centradas en el pensamiento y el razonamiento del sujeto: los mecanismos que alimentan el miedo patológico atañen a comportamientos en los que la conciencia y la razón solo median en parte.