"No hay noche que no vea el día"Miedos, fobias y pánicoel miedo a matar al marido

Se presentó una mujer joven desesperada porque estaba obsesionada por el miedo a matar a su marido, llevada por un rapto de locura.

Se mostraba trastornada y presa de pánico tan solo al explicar que, desde hacía unos meses, esta idea de matar a su marido la acompañaba como una sombra siniestra. Cuanto más intentaba expulsarla, más la atacaba con imágenes de cruentas agresiones. Se veía a sí misma cogiendo un cuchillo de cocina y degollando a su marido mientras dormía; o bien, poniendo un fuerte veneno en su comida; e incluso empujándolo desde el balcón de su casa.

Sin embargo, amaba a su compañero, que era su primer y único hombre, con quién compartía todas sus alegrías y con el que, desde hacía dos años, estaba felizmente casada (…) Por tanto, estaba aún más trastocada por las locas imágenes que se habían instalado en su mente y la sumían en frecuentes abismos de pánico.

Todo había comenzado después de leer en un periódico la noticia de una mujer que, sin ningún síntoma previo, había apuñalado repetidamente a su compañero hasta matarlo. Este hecho sorprendente la había llevado a reflexionar sobre la posibilidad de que ella misma hiciese algo parecido (…)

Durante la primera sesión, después de haber tranquilizado a Julia, diciéndole que este trastorno no era del todo original sino que pertenecía a una categoría cada vez más frecuente de problemas de pánico por la pérdida de control de las propias facultades mentales, continuamos con las maniobras terapéuticas acostumbradas.

El tratamiento para el miedo a matar y perder el control

La conjura de silencio

Antes que nada le sugerimos que interrumpiera toda conversación con cualquier persona en relación con su problema, incluido su marido, justificando esto con el argumento de que hablar de su obsesión representaba uno de los modos de alimentarla. Cuanto más se habla de un miedo, más real se hace (…)

El diario de a bordo y el cómo empeorar

Entonces le prescribí el usual diario de a bordo para detallar exactamente sus episodios críticos y, finalmente, la pregunta que debía hacerse a diario:

¿Qué harías si quisieras aumentar, en lugar de reducir, tu problema? ¿Qué deberías pensar para agudizarlo?

Tráeme todas las respuestas que se te ocurran, porque para enderezar una cosa antes hay que aprender a torcerla aún más (…)

En la siguiente sesión, Julia refirió que anotar los momentos críticos siguiendo el esquema establecido le había ayudado a tenerlo bajo control (…) Además, no había conseguido hallar ninguna respuesta satisfactoria a la extraña pregunta, ya que cada hipótesis terminaba por encontrarse con su inmediato rechazo de aquello que le pasaba por la cabeza. Le hice notar que aquel efecto era lo contrario de lo que sucedía cada vez que se negaba a pensar en la pérdida de control. Esta consideración fue para ella como un descubrimiento imprevisto, que abría nuevas perspectivas.

¿Así que para expulsar mis obsesiones tendría que intentar tener aún más?, preguntó.

Había entendido el mecanismo. Yo contesté: Justamente así, pero primero ha de aprender a usar bien este truco y, por esto, es necesario una especie de entrenamiento. Los fantasmas que evocamos, si los tocamos, se desvanecen; si escapamos nos siguen y nos asustan mortalmente (…)

La peor fantasía para el miedo a matar y perder el control

Le prescribimos entonces el ritual diario de la media hora de las peores fantasías como proceso específico para aprender lo que ella misma había observado que funcionaba. Le mantuvimos también la prescripción del diario de a bordo, que la había ayudado a no caer en el pánico.

En la tercera sesión, Julia explicó que (…) poniendo en práctica el ritual de sus peores fantasías, se había dado cuenta de que, mientras se imaginaba a ella misma cogiendo el cuchillo o poniendo la estricnina en la comida, en lugar de aterrorizarse acababa por sonreír como si estuviese mirando una película ridícula. Además, tras algunos minutos, cuanto más intentaba ver las imágenes, estas menos le venían; cuantas más fantasías terribles intentaba elaborar, más le venían imágenes de escenas felices y divertidas (…)

Como de costumbre, la terapia siguió pasando a la fase de las peores fantasías distribuidas en cinco momentos diarios en horarios prefijados, sin aislarse, continuando sus actividades habituales (…)

La siguiente prescripción, como estaba previsto, fue utilizar la técnica de la peor fantasía solo en el caso de que el miedo se presentase: en el momento en que sintiese activarse las sensaciones de pánico tendría que intentar aumentarlo para reducirlo (…)

En la quinta sesión declaró que no había tenido ningún episodio de pánico; como mucho le había aflorado alguna imagen en la cabeza, pero la había expulsado con prontitud mediante el esfuerzo voluntario de alimentarla.

Todo ello la había hecho sentirse como antes de que su problema se presentase: había vuelto a utilizar sus afilados cuchillos de cocina incluso cerca de su marido; había vuelto a asomarse tranquilamente con él en el balcón de su casa y así sucesivamente, y nunca se le había pasado por la cabeza ser presa de un rapto homicida.

(El miedo a matar al marido)

 

(Extraído de aquí)

 

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