Un joven abogado entró en mi estudio sin aliento, como perseguido por una manada de tigres. Me contó, impetuoso, que llevaba ya un tiempo obsesionado con la idea de suicidarse. Pero no de manera obvia, con el clásico revólver, sino de manera involuntaria, perdiendo la mente (…): abría una ventana y se tiraba abajo.
Después de haber indagado y excluido la posibilidad de que se tratase de una motivación real, me concentré sobre cómo se estaba manifestando el problema. El abogado contó que en los últimos tiempos evitaba con precaución acercarse a las ventanas o balcones de altura superior a un metro.
Durante la sesión le hice pormenorizadas preguntas sobre cómo imaginaba que sería la caída, sobre la modalidad de impacto, sobre el tipo de heridas mortales que sufriría, sobre la llegada de socorro, sobre su funeral, el dolor de los familiares, sobre el arrepentimiento desde el más allá… Lo interrogaba como si estuviese seriamente preocupado por comprender la psicología del (presunto) gesto suicida con detalle. Conforme lo fastidiaba con preguntas puntillosas y serias, del tipo:
¿Qué crees que pensarás en el primer momento en que te libres del vacío? y a pocos centímetros del suelo, ¿cuál será tu último pensamiento?, ¿crees que el alma tendrá remordimientos? ¿caes de cabeza, de pies o de lado? ¿preferirías una muerte de impacto en el suelo o de hemorragia en ambulancia?
…el abogado comenzó sentirse cada vez más divertido y acabó riendo abiertamente con cada pregunta mía: “Todo esto es absurdo y cómico, ¡me doy cuenta!”, concluye.
Media hora de modalidades de caídas
Después de haber anticipado “involuntariamente” lo que le pediría hacer, le di una tarea para los días sucesivos. Cada día debía focalizarse durante media hora en las distintas modalidades de caída libre al vacío. Le puse algunos ejemplos:
-caída con doble vuelta y fracturas múltiples
-en bomba
-caída de cabeza
-con pies unidos
-torpe y vergonzosamente descompuesta
-con voltereta mortal
A cada “vuelo” debía dar luego una nota como si fuese el juez de un concurso de salto. En el encuentro siguiente debía decirme qué salto había obtenido la nota más alta por estética, fuerza, duración y choque con el suelo.
Al encuentro siguiente volvió diciendo que había sido muy obediente con la tarea y que había tenido un efecto disruptivo. Me contó que la idea de suicidarse, que era ya de por sí absurda, se había convertido en algo aún más ridículo gracias a la tarea.
Al final, había comprendido que no había riesgo de perder el control pensando en estas cosas, y que quizás…solo tenía que concederse unas vacaciones!
El vacío absoluto es imposible para la mente: podemos solo elegir cómo hacerla volar.
Hola, leyendo el caso me surgió una pregunta: ¿El solo hecho de pensar en suicidarse de manera involuntaria saltando desde una ventana no anula en sí el hecho involuntario de hacerlo y lo vuelve voluntario? Y por otro lado ¿Cómo llego el terapeuta a la decisión de intervenir la pauta poniéndolo a pensar en como podría caer? ¿Fue para anular la evitación del pensar suicida? Sin duda es una intervención atrevida pero que dio un resultado adecuado para la persona, que interesante. Gracias por compartir el caso. Saludos .
El terapeuta le proporcionó un medio para recuperar el control de su mente: perder el control controladamente a través de la imaginación. Saludos!