"Ayudar a los padres a ayudar a los hijos"Niños, trastornos de conducta y familiaTerapia Breve EstratégicaTraumas, duelo y lutopadres de nuestros padres

Una prerrogativa ineludible de esta edad evolutiva de la familia está representada por el gradual cambio de roles entre los padres que envejecen y se debilitan, o enferman gravemente, y el hijo adulto que debe asumir su cuidado. El hijo se transforma gradualmente en el padre de sus propios padres.

Este proceso evolutivo, que en el pasado sucedía de manera casi natural, hoy en virtud de las transformaciones de las relaciones y de los modelos familiares, no es tan espontáneo ni fácil de realizar. No pocas veces los sujetos adultos entran en crisis frente a la necesidad de hacerse responsables de sus propios padres.

Si el hijo adulto no ha construido la propia autonomía y responsabilidad individual sino que ve todavía al padre como un punto de referencia, tal evolución será para él algo improponible y necesitará por tanto de una ayuda especializada para superar este difícil obstáculo.

Actitudes contradictorias

Pero también cuando el adulto es ya autónomo y plenamente responsable no es sencillo asumir el rol del que se hace cargo de sus propios padres. A menudo estos tienen actitudes y comportamientos contradictorios y ambivalentes; por una parte desean ser ayudados, por otra rechazan la ayuda; quieren sentir la presencia de sus hijos pero al mismo tiempo no quieren invadir sus vidas; no lo piden directamente pero a través de sus achaques incitan a sus hijos a ocuparse de ellos.

La lista de las modalidades ambiguas de comunicación y relación entre el padre anciano y los hijos requeriría una publicación entera pero, para los fines de este texto, lo que queremos es resaltar tal ineludible realidad, para que el hijo evite el tratar de eliminar tales ambivalencias y aprenda a gestionarlas.

Con esta finalidad ofrecemos seis reglas de oro al lector
  • Primera regla: evitar puntualizar las contradicciones, las ambigüedades o chantajes morales.
  • Segunda regla: evitar culpabilizar a los padres por su “no honesta” ni “clara” comunicación. No lo elige, le viene dado.
  • Tercera regla: más que ofrecer una ayuda directa, hacerse sentir presente; una llamada o un saludo directo de cinco minutos son para el anciano el antibiótico para su soledad y posible depresión.
  • Cuarta regla: si el anciano es todavía eficiente, asignarle  pequeñas responsabilidades y tareas a seguir; así se sentirá todavía útil.
  • Quinta regla: sonreirles a menudo y tocarlos frecuentemente. Los ancianos, como los niños, son hipersensibles al contacto y al cariño empático.
  • Sexta regla: cuando se equivoquen bromear sobre ello, nunca culparlos (ya lo hacen solos), sino convencerlos de aceptar autoirónicamente sus propios límites.
Intercambio de papeles

Un libro dedicado al papel de padre en el ciclo completo de la vida no puede eludir las fases en las cuales los papeles se intercambian y son los hijos los que cuidan a los padres. Pero si en la primera fase de esta circularidad evolutiva el padre se enfrenta al crecimiento, en la segunda los hijos deben afrontar el deterioro gradual de la salud y de la eficiencia del padre, incluso su pérdida.

Esta no es empresa fácil y si, como hemos visto, frecuentemente los hijos adultos que no han desarrollado aún la autonomía psicológica caen en depresión cuando el padre del que dependen comienza a perder las fuerzas y deben ser ellos los que asuman las responsabilidades más grandes, imaginen qué cosa puede suceder cuando se conoce que éstos en breve ya no estarán. No solo porque el hijo deberá ocuparse de disminuir el sufrimiento en lo posible en esta última etapa de vida del propio padre. Sino porque no deberá mostrarle su propio sufrimiento o desesperación, sino hacerlo sentir atendido y mimado.

Desnaturalización de la muerte

En los años de la medicalización aséptica  se ha ido perdiendo el sentido natural de la muerte y con ello el vivir la fase final con modalidades familiares que hacen de este inevitable y doloroso proceso un rito de paso que por una parte acompaña dulcemente a apagarse al que está al final de sus días y por la otra representa una experiencia emotiva altamente profunda para cada miembro de la familia, cuyo compartir los une aún más y da incluso un sentido existencial a su vínculo.

Lamentablemente, la mayoría de las muertes suceden en el clima frío y aséptico de estructuras hospitalarias o de residencias donde aunque el sujeto pueda ser tratado mejor. No está en medio de los olores, sonidos, gestos, voces que lo han acompañado en su vida y se va sin la presencia de sus seres queridos.

A esta desnaturalización de la muerte se une el recurso cada vez más frecuente al <furor terapéutico>, que la mayoría de las veces pone al enfermo terminal bajo tortura. Lamentablemente, la palanca emotiva del deseo de mantener con vida al propio padre lo máximo posible hace perder de vista la calidad de este tiempo vivido, bajo el peso de terapias masacrantes que a menudo descompensan psiquicamente al enfermo, haciéndole perder dignidad y humanidad. De esta forma, la transición será una experiencia devastadora para todos (…)

Es curioso notar como, en nuestra sociedad que rechaza rendir cuentas con la muerte, las líneas maestras para acompañar farmacológicamente a un enfermo terminal a una dulce muerte no vengan de los estudios sobre el anciano terminal sino de de los niños afectados por tumores incurables.

Acompañamiento y apoyo psicológico del sujeto

De hecho, en el manual de la OMS sobre la terapia paliativa del dolor para niños terminales se encuentran indicaciones sobre cómo proceder con los fármacos que, aliviando el sufrimiento físico, permiten hacer viable, incluso en situaciones extremas, el acompañamiento del sujeto hacia su fin biológico como un verdadero rito de  paso psicológico para toda la familia (…)

Como el lector habrá notado, en este capítulo no se ha usado el formato precedente, es decir la secuencia problemas contra soluciones. La elección no ha sido casual, porque la muerte no tiene solución, en cuanto que no es un problema, sino una condición ineludible de nuestra existencia. Los problemas derivan de sus soluciones intentadas y de los efectos que la pérdida puede provocar (…)

Luto y pérdida

En lo que respecta al luto y la pérdida, para el primero no existe medicina porque decanta espontáneamente si se lo acepta. Todos estamos dotados bio-psicologicamente de la capacidad de absorber el luto. Pero debemos aceptar los efectos psicológicos y somáticos, que pueden persistir durante un tiempo. Lo importante es no esforzarse por superarlo rápidamente, sino dejar que el proceso de decantación del dolor suceda con naturalidad. De otra manera en el esfuerzo de reducirlo se mantiene y se agudiza.

En lo que respecta a la pérdida, puede hacerse necesario una ayuda especializada. Sobre todo cuando la figura perdida representaba un punto de referencia insustituible respecto a la autonomía personal del hijo. Por tanto, la ayuda se orientará a la gradual adquisición de la confianza en los recursos propios personales. Y en la capacidad de asumir responsabilidades, antes delegadas a la figura de referencia.

De nuevo el ciclo de vida asume el aspecto de circularidad constante, como indicaba Heráclito con su concepto de enantiodromía:

“Las cosas evolucionan volviéndose continuamente sobre si mismas”.

Esto era para él el motor inexorable de todos los sistemas vivientes. 

(Extraído de aquí)

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