Jay Haley ha sido el primero en evidenciar el rechazo peculiar que todo miembro de este tipo de familia tiene para admitir tanto que los otros delimiten su comportamiento (es decir, definan la relación), como que él mismo delimite el comportamiento de los demás.
Encubrimiento y rechazos
Esta observación fundamental, confirmada por nuestra experiencia, nos indujo a formular la hipótesis de que este tipo de familia es un grupo natural regulado en su interior por una simetría llevada a tal punto de exasperación que la hace no declarable y, por lo tanto, encubierta.
De hecho, en la declaración explícita de querer prevalecer están implícitas tanto la disponibilidad para soportar una derrota, como la asunción del riesgo de que una derrota definitiva o una definitiva victoria importen la pérdida del adversario, la cesación de la interacción, el abandono del campo. La modalidad dominante es el rechazo que cada uno de los miembros opone a la definición que el otro da de la relación.
Es evidente que para cada uno de los dos interlocutores el rechazo del otro es una estocada. Pero la estocada no es aun insoportable. Es más, está prevista y sirve como estímulo para asestar un contragolpe.
Cada uno se ofrece gallardamente al otro y avanza tenaz en la escalada de los rechazos y las redefiniciones. El juego puede continuar ad infinitum, pero puede exponer también al riesgo de la ruptura: la violencia física, el uxoricidio, el abandono del campo por parte de uno de los interlocutores y, en consecuencia, la pérdida del adversario y, por ende, del juego mismo: precisamente aquello que la familia con transacción esquizofrénica no puede soportar.
La definición de la relación
En estas familias de origen la lucha por la definición de la relación, característica del ser humano, es tan exasperada porque los padres, o sea la primera generación, se comportaron como si el dar una confirmación fuese un signo de debilidad.
Dicho de otra forma, si alguien hace bien algo, pretende ser alabado, confirmado (aceptado). En este caso el confirmarlo sería acceder a su deseo, sería una pérdida de prestigio, de autoridad. Para mantener tal autoridad es necesario, por lo tanto, no dar confirmación y responder siempre con argumentos evasivos: “si…pero…se podría hacer mejor”.
Se vuelven expertos en el uso de la paradoja, aprovechando las posibilidades específicas del hombre: comunicarse al mismo tiempo en diversos niveles, verbales y no verbales; saltar con desenvoltura de una clase lógica a un miembro de la clase, como si se tratara de la misma cosa, hasta convertirse en acróbatas de la paradoja russelliana.
Es así como se configura la panoplia de las maniobras comunicacionales, tan características de las interacciones esquizofrénicas: descalificación de algunos o de todos los componentes del mensaje. Tangencialidad, desplazamientos del tema, amnesias y, por último, la maniobra suprema: la descalificación.
“No existes”
La descalificación es una respuesta críptica, incongruente, que conlleva sustancialmente el siguiente mensaje: “no doy cuenta de ti, no estás, no existes“. En nuestro trabajo con familias hemos podido descubrir otra modalidad de descalificación todavía más funesta: es el autor mismo del mensaje quien se califica como no existente, señalando de alguna manera: “yo no estoy, no existo en la relación contigo”.
Cuando la pareja llega a la terapia el juego ya está cristalizado. Los terapeutas encuentran que su simetría está enmascarada detrás de un cúmulo tal de oscuras y complejas maniobras que pueden incluso hacerlos aparecer como afectuosos el uno con el otro.
De todas maneras, aparezcan o no brindándose mutuo afecto, lo cierto es que ambos son inseparables. Los estudiosos de familias con transacción esquizofrénica han afirmado a menudo que los padres de estas familias son personalidades frágiles, aferrados el uno al otro. Ya por terror al abandono, ya por terror a una verdadera intimidad.
En síntesis, nuestro trabajo con la pareja de interacción esquizofrénica nos ha llevado a la idea básica de que su equivocada epistemología, más allá de lo que muestra, es la hybris simétrica. O sea, la oculta presunción compartida por cada uno de poder, algún día, conquistar el control unilateral en la definición de la relación. Presunción obviamente errada, en cuanto está basada en una epistemología equivocada, inherente al condicionamiento lingüístico lineal.
Doble vínculo en la familia de transacción esquizofrénica
Por cierto, ninguno puede tener el control lineal en una interacción que de hecho es circular. En ese sentido, si el interlocutor no acepta de buen grado que su posición en la relación sea definida como complementaria, podrá siempre señalar al otro, mediante metaniveles comunicacionales, que su superioridad verdaderamente no es tal.
En el contexto de todo lo expuesto podríamos considerar que el doble vínculo, por primera vez genialmente descrito por Bateson y colaboradores como producido con máxima frecuencia en las familias con transacción esquizofrénica, es una modalidad comunicacional apta para transmitir y mantener un desafío sin alternativas y por lo tanto sin fin.
Tal modalidad comunicacional puede brevemente sintetizarse del siguiente modo: en el nivel verbal se da una indicación que a continuación, en el segundo nivel casi siempre no verbal, es descalificada. Al mismo tiempo se agrega el mensaje que está prohibido hacer comentarios, o sea, metacomunicarse sobre la incongruencia de los dos niveles y está prohibido dejar el campo. En la situación del doble vínculo, el interlocutor está obligado a mantenerse en guardia, en estado de alarma. Con el fin de lograr una tercera respuesta que no puede ser otra que proponer nuevamente al otro un rompecabezas idéntico.
Una trampa mitológica
Aquí el laberinto en el que nos adentramos resulta mucho más complejo que el célebre de Cnosos. Porque, no lo olvidemos, la familia con interacción esquizofrénica nos da informaciones confusas, y todo lo que exhibe resulta una trampa.
Entonces, tal como Teseo y sin el hilo de Ariadna, nos enfrentamos a intrincados corredores. A túneles provistos de rejas que caían a nuestras espaldas. A callejones sin salida donde nos vimos constreñidos a aprender, a fuerza de errores, muchas cosas.
Aprendimos por ejemplo, que muchas puertas que se nos abrían visiblemente, muy bien adornadas por las firmas de los predecesores que las habían traspuesto confiados, eran trampas. Franquearlas era desembocar en un tobogán que precipitaba a una vía muerta. Mientras tanto, ciertas portezuelas insignificantes y hábilmente escondidas, o ciertas cuevas donde era necesario andar a gatas, nos llevaban al cuarto del Minotauro.
(De “Paradoja y Contraparadoja. Un nuevo modelo en la terapia de la familia de transacción esquizofrénica”. M. Selvini Palazzoli, L. Boscolo, G. Cecchin y G. Prata. Paidós Terapia Familiar)
Para nadie es ajeno, que la comunicación esta en la familia fragmentada, que es más factible hablar con el amigo de miles de hns que hablar con el que convive con nosotros en la casa.