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¿Hablar a los hijos o actuar?

La amenaza

Si hubiera que realizar un ranking de las pautas de crianza ineficaz más populares esta ocuparía sin duda el primer puesto. Los padres tenemos una capacidad asombrosa para pronunciar amenazas que en realidad sabemos que no vamos a cumplir:

“O dejas a tu hermano en paz o te vas a enterar”

“Como no entres ahora mismo te quedas sin Nintendo toda la tarde”

“Si no te acabas la verdura no hay postre”

La amenaza tiene la ventaja de que nos permite pensar que estamos haciendo algo para corregir a nuestros hijos, sin necesidad de llevarlo a cabo realmente.

Ahora bien, la educación de un buen tirano exige algo más que las habituales amenazas incumplidas. Las que necesitará usar deben cumplir los exigentes criterios DIA:

  • Amenazar con castigos desproporcionados (“Si vuelves a quitar el juguete a tu hermano vendo todos los tuyos en el rastro”)
  • Ilimitados en el tiempo (“Como vuelva a oir un solo insulto te quedas sin PlayStation para toda la vida”)
  • Agresivos (“Si no dejas en paz al perro te arranco la cabeza”). En otras palabras, cuanto menos creíbles sean las amenazas, mejor resultado.
Hablar a los hijos: el razonamiento y el diálogo

Otra forma de hablar en vez de actuar es tratar de razonar y dialogar siempre con los niños, especialmente los más pequeños, incluso cuando están “irrazonables”.

La cultura popular está llena de exhortaciones para que los padres dialoguemos con nuestros hijos, así que no le será difícil aplicar esta pauta también en las situaciones en las que en realidad carece de sentido: cuando su hijo esté enfadado, no atienda a razones y se empeñe en acciones destructivas (romper el cochecito de su hermano, tirar la comida al suelo, tener una rabieta). Si aprovecha precisamente estos momentos para tratar de razonar con él, conseguirá reforzar su conducta de pequeño dictatorzuelo mediante el eficaz premio de su atención.

Además, hablar y razonar le ayudará a no tomar ninguna acción correctiva que surta efecto: mientras usted le explica por qué no debería arrancar las cabezas de las barbies de su hermana, él seguirá descabezando muñecas; mientras usted desgrana las razones filosóficas por las que no debería comer el helado con la mano, seguirá haciéndolo. El aprendizaje será doble.

Un caso de ejemplo

Los padres de Ruben, un niño de 8 años, nos lo trajeron a consulta debido a su “agresividad”. Lo que más les preocupaba era que con cierta frecuencia pegaba a su hermana, tres años más pequeña. En el transcurso de la entrevista presenciamos la habitual forma en que los padres reaccionaban: en un momento en que la conversación se centraba en su hermana, Ruben recuperó el protagonismo empezando a dar patadas a la pequeña. La madre reaccionó diciéndole que no debía hacerlo y luego le explicó que si seguía haciéndolo acabaría haciendo daño a su hermana y se iban a poner todos muy tristes. Mientras la madre daba esta explicación, Ruben, sin dejar de escucharla, seguía dando patadas sin que nadie lo impidiera, hasta que la hermana se alejó lo suficiente para ponerse a salvo.

Cómo criar hijos tiranos

(Extraído de aquí)

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