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Estrategias para problemas infantiles

Un progenitor puede tener problemas en su trabajo, roces con sus parientes o enfrentar una amenaza de separación de su cónyuge. Pero la pareja dejará de lado sus propios problemas, al menos temporalmente, para asistir a su hijo o controlarlo. Procurarán superar sus propias fallas y mantenerse unidos con el objeto de ayudar al chico. En tal sentido, la conducta perturbada de este último es beneficiosa para sus padres, ya que les da un respiro en sus tribulaciones y una razón para vencer sus dificultades.

Un problema que protege

Ya sea que la conducta del niño genere la solicitud, protección o castigo de sus progenitores, hace que la inquietud de estos se centre en él. Y que se vean a sí mismos como padres de un niño que los necesita, en lugar de verse como individuos abrumados por dificultades personales, económicas o sociales. En este sentido, el niño cumple en su familia el papel de benefactor o protector solícito de los demás.

La conducta problemática de los niños puede servirles a los padres de maneras muy específicas. Por ejemplo, un niño puede desarrollar un problema que obligue a su madre a permanecer en su casa para cuidarlo. Con la consecuencia de que la madre no deberá enfrentarse con la búsqueda de un trabajo. El problema de un niño ofrece al progenitor una excusa conveniente para eludir situaciones desagradables.

Si cuando el padre vuelve a su casa turbado y preocupado el hijo se porta mal, en vez de seguir preocupado por su trabajo el padre puede descargar su enojo contra el chico. El mal comportamiento del niño es útil para él. Además, haciendo que su padre se enoje con él, le ahorra a su madre tener que ayudar a su marido, ya sea compadeciéndose de sus problemas o discutiendo con él. De este modo, pues, el niño ayuda a sus dos progenitores.

Organización jerárquica

En la organización familiar, los padres están situados dentro de la jerarquía en una posición superior a los hijos. Si la conducta perturbada del hijo es protectora de los padres, hay en la familia una organización jerárquica incongruente. Vale decir que si bien los padres, por el hecho de serlo, se hallan en una posición jerárquica superior a su hijo, de quien son legalmente responsables y a quien deben cuidar y proveer, el hijo, con su conducta perturbada, protege a los padres ayudándolos a esquivar sus dificultades y a pasar por encima de sus defectos. En este sentido, por el hecho de ayudar a sus padres, el niño se halla en una posición superior a ellos.

Si su comportamiento fuera normal, el hijo perdería el poder que su conducta perturbada le otorga sobre sus padres y, en consecuencia, la posibilidad de ayudarlos. Para conseguir modificar la conducta del niño, los padres deben abordar sus propias dificultades de manera tal que la protección del hijo ya no les sea indispensable. Cuanto más tratan los padres de cambiar la conducta de su hijo, más se mantiene la función cumplida por la protección de este.

Renunciar a la conducta perturbada

Para el terapeuta, el problema radica en hacer que el niño renuncie a la conducta perturbada que es la base de su poder. El terapeuta no puede lograr esto en forma directa. El niño tiene poder sobre sus padres y son éstos quienes deben quitárselo. Ahora bien, el dilema es que cuanto más se afanan los padres por cambiar al niño, más se mantiene la función del síntoma. Ante este dilema, los terapeutas han optado por seguir diversos caminos. Uno consiste en alentar a los padres a que ignoren el síntoma del hijo.

Otro es hacer que los padres presten atención al niño y lo recompensen sólo cuando no presenta el síntoma. Hay otras maneras de abordar el problema, entre las cuales están las que describiremos aquí, y que consisten en conseguir que la conducta perturbada del hijo no cumpla ya el propósito de ayudar a los padres, y en ofrecer una manera más apropiada en que el niño puede serles útil.

Para alcanzar el objetivo de la terapia, el terapeuta debe reinstaurar en la familia una organización jerárquica única, en la cual los padres ocupen una posición superior al hijo; o sea, en la cual lo protejan y lo ayuden, en vez de ser protegidos por él.

ESTRATEGIA 1

A veces el síntoma de un niño expresa analógicamente el problema de uno de sus progenitores. Por ejemplo, si el trabajo del padre es un “dolor de cabeza”, tal vez el chico sufra dolores de cabeza. El síntoma del niño expresa el problema del progenitor y es a la vez un intento de solucionarlo, ya que el padre se olvidará de sus propios “dolores de cabeza” mientras procura ayudar al hijo con los suyos. El niño, con su síntoma, ayuda al progenitor, y este intenta infructuosamente ayudar al niño para que supere el síntoma. Un modo de resolver el problema es lograr que el progenitor estimule al niño a tener el síntoma. Así quedan bloqueadas la ayuda benevolente tanto del niño como de su progenitor. El síntoma ya no cumplirá la función de ayudar y será abandonado.

ESTRATEGIA 2

En vez de alentar el síntoma, el terapeuta puede alentar al niño a que simule o imagine tenerlo. En esta situación, el niño ya no necesita tener efectivamente el síntoma para proteger a su progenitor. Para pasar a ser el foco de la preocupación de este, basta con que simule tenerlo. Pero como la propia preocupación del progenitor será fingida, la situación se habrá convertido en un juego de imaginación y fingimiento.

Bateson describe este proceso en el juego de los animales. “El mordisco juguetón denota la mordedura efectiva, pero no denota lo que sería denotado por la mordedura”. O sea, la simulación del síntoma lo representa a este, pero no representa aquello que el síntoma representa. Por ejemplo, los dolores de cabeza de un niño pueden denotar las dificultades de su padre en el trabajo, mientras que los dolores de cabeza fingidos por el niño, si bien denotan sus dolores de cabeza reales, no denotan las dificultades laborales de su padre.

La directiva de simular tener el síntoma es menos limitativa y restrictiva que la directiva de tenerlo efectivamente.

ESTRATEGIA 3

Consiste en alentar a los padres a simular hallarse en posición inferior, fingiendo necesitar la ayuda y protección del niño. Puede entonces alentarse a este para que simule ayudar a sus padres cuando los padres simulan necesitar su ayuda. En tal caso, para proteger a sus padres el niño ya no necesitará recurrir a su conducta sintomática, dado que los padres le pedirán expresamente su ayuda y él los ayudará manifiestamente. Será un “como si”, un juego imaginario, y la incongruencia quedará resuelta.

(De “Terapia familiar estratégica”. Cloé Madanes. Amorrortu/editores)

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