Los problemas vinculados con esta solución (el intento de llegar a un acuerdo mediante una oposición) implican un conflicto en una relación interpersonal centrado en temas que requieren una mutua colaboración. Entre estos problemas se cuentan las riñas conyugales, los conflictos entre padres e hijos pequeños o adolescentes rebeldes, disputas entre compañeros de trabajo, y problemas entre hijos adultos y padres de edad avanzada.
Rara vez se presentan como clientes las dos partes contendientes. Por norma general, quien se pone en contacto con el terapeuta es la persona que piensa que la otra parte amenaza o niega la legitimidad de su propia posición. Puede ser el padre que considera que el hijo no respeta su autoridad o el cónyuge que se siente dominado por su pareja. Aunque quien solicita ayuda profesional intente obligar a la parte ofensora a buscar ayuda o a sumarse al tratamiento, estos intentos suelen fracasar, o en el mejor de los casos provocan una única visita de la parte ofensora.
Sermonear como solución intentada
Las personas aquejadas por este tipo de problemas ensayan la siguiente solución: sermonear a la otra parte sobre el deber de someterse a sus exigencias con respecto a conductas concretas y, lo que es todavía más importante, exigir que la otra parte les trate con el respeto, la atención o la deferencia que piensan que se les debe. En pocas palabras, la solución ensayada asume la forma de exigir a la otra parte que los trate como si fuesen superiores. Esta forma de solucionar el problema sirve precisamente para producir la conducta que se desea eliminar, ya sea que la exigencia de superioridad se formule como algo a lo que se tiene derecho o es exigible, ya sea que busque mediante amenazas, violencia o argumentación lógica.
Un modo de impedir esta solución consiste en hacer que el solicitante de ayuda se coloque en una actitud de inferioridad, es decir, en una postura de debilidad. Es difícil que el paciente efectúe la variación requerida en su solución previa, debido a la intensidad de la lucha interpersonal.
Adoptar una actitud de inferioridad
Probablemente pensará que adoptar una actitud de inferioridad es una debilidad, un sometimiento, o el último paso hacia la abdicación de sus derechos como padre o como cónyuge. Sin embargo, en tales casos se suele exigir una inversión de este tipo: si el paciente abandonase sencillamente la solución ensayada sin dar ninguna explicación, la otra parte llegaría a pensar que todo sigue igual y que, en vez de quejarse, está esperando en silencio el momento propicio. Por consiguiente, es probable que la otra parte continúe en una actitud defensiva y provoque que el paciente siga utilizando su solución conservadora del problema.
La intervención en estos problemas exige que el terapeuta se preocupe por la formulación o “venta” de la intervención más que de establecer cuál es la acción concreta que debe realizar el cliente, cosa que puede resultar evidente. En líneas generales, el cliente necesita una explicación que le permita aprender a efectuar solicitudes cómodamente, en un estilo no autoritario, como por ejemplo: Te estaría muy agradecido si tú..., más bien que: Tienes la obligación de…, o: Es lo mínimo que puedes hacer.
Las amenazas incumplidas
En lo que se refiere la educación filial, sobre todo con adolescentes, a menudo los padres tratan de conseguir sumisión mediante una exageración de su poder: ¡Es nuestra casa, y mientras vivas aquí tendrás que someterte a nuestras normas!. Está bien, lo siento, pero ahora no puedes salir. Si lo haces te castigaré durante dos semanas. Por lo común, los padres no pueden o no quieren cumplir tales amenazas en la realidad.
Nuestra experiencia nos indica que las amenazas incumplidas son, al mismo tiempo, provocativas y fáciles de reconocer como tigres de papel.
En estos casos la intervención comienza de hecho cuando el terapeuta pide reunirse primero sólo con los padres. Esta estructura del proceso confirma implícitamente que los padres son quienes solicitan ayuda. Al mismo tiempo, coloca a los padres en situación de consultar al terapeuta acerca de la educación de su hijo.
Los padres insisten en el tema de la docilidad dada su legítima posición como autoridades del hogar. Él tiene que darse cuenta de que somos sus padres, y tenemos derecho a esperar que mantenga limpia su habitación. En cambio, el terapeuta reestructurará la situación padres-hijo, de una forma que a ellos les permita asumir una actitud de inferioridad, al tiempo que creen seguir ocupando una posición de autoridad.
Padres más imprevisibles
Un planteamiento útil para tales problemas consiste en explicar a los padres que su hijo, en realidad, jamás presta atención a lo que ellos le dicen. Los padres se han vuelto tan repetitivos que el hijo se limita a desconectar su atención cuando le hablan. Si los padres desean hacerle mella de veras tienen que ganarse su atención, y una forma de conseguirlo es volviéndose imprevisibles.
Considérese el siguiente ejemplo, donde dicho planteo se ha utilizado como medio de influir sobre el padre para que asuma una conducta de inferior.
Terapeuta: ¿Existiría alguna forma de decir algo acerca del horario pero que resulte diferente a lo acostumbrado y por consiguiente imprevisible?
Padre: ¿Qué pasaría si le preguntásemos a qué hora piensa que es correcto volver a casa?
Terapeuta: Eso sería distinto, pero cabe el peligro de que conteste “a medianoche”. No, no creo que convenga, pero usted me ha dado una idea. ¿Sería impropio de ustedes el decirle: Nos gustaría que volvieses a las diez, pero no podemos obligarte a que vuelvas a casa a esa hora?
Padre: Si (riendo), sin duda que eso sería diferente. Pero ¿cómo reaccionaría él?
Terapeuta: Bien, no lo podrán ustedes saber en realidad hasta que lo prueben. ¿Se perdería algo si lo ensayamos esta semana?
Sabotaje benévolo
A veces los padres no se apean de su postura de superioridad porque temen perder todo control sobre su hijo. En tal caso, se les puede ofrecer una espada mágica: en otras palabras, el terapeuta indica que ellos tienen a su disposición un medio más poderoso de conseguir docilidad, al cual nunca han apelado: el uso de consecuencias imprevisibles y no anunciadas. Sin embargo, la espada mágica exige una actitud verbal de inferioridad para ser efectiva.
En pocas palabras, esta táctica llamada sabotaje benévolo consiste en sugerirles a los padres que usen consecuencias reales en lugar de sermones. Dichas consecuencias deben producirse de una manera accidental, y los padres deben disculparse por ellas, si el hijo las pone en tela de juicio: Oh, lamento muchísimo que anoche hubiese migas en tu cama. Debo haber estado desayunando y caminando con una tostada en la mano mientras arreglaba tu cuarto. Trataré de que no vuelva a suceder otra vez.
Con algunos padres la intervención puede ser algo tan sencillo como definir reiteradamente la actitud de superioridad como una postura de debilidad, y la actitud de inferioridad como la posición de fuerza. No es probable que esta táctica tan sencilla funcione con la mayoría de los padres, pero al terapeuta puede convenirle utilizarla con aquellos padres que dicen hallarse al final de su capacidad de resistencia, y que están dispuestos a ensayar cualquier cosa que tenga la más mínima probabilidad de éxito.
(De “La táctica del cambio. Cómo abreviar la terapia“. Fisch, Weakland, Segal. Herder)