Con esta definición de familia hiperprotectora hacemos referencia a lo que aparece como la tendencia dominante (…) en los últimos años. Una familia cada vez más pequeña, cerrada y protectora, en la cual los adultos sustituyen continuamente a los jóvenes, hacen su vida más fácil, intentan eliminar todas las dificultades, hasta intervenir directamente haciendo las cosas en su lugar (…)
Se ha observado que, detrás de los adolescentes y de los jóvenes adultos presentados como “problemáticos”, aparece muy a menudo un clima familiar y social hiperprotector (…)
Modalidades comunicativas
Las palabras y los gestos de los padres enfatizan la dulzura, el calor, la protección, el amor. La modalidad no verbal más significativa es la “asistencia rápida”, es decir, la intervención inmediata del adulto a cada mínima dificultad del hijo.
Los objetivos de la comunicación son la preocupación por la salud, la alimentación, el aspecto estético, el éxito y el fracaso escolar, la socialización y el deporte. Los padres hacen muchas preguntas al hijo (…) buscando continuamente posibles dificultades para anticipar y prevenir (…)
Relaciones en la familia hiperprotectora
Los intentos del hijo de tomar iniciativas son, la mayoría de las veces, desalentados de forma mórbida, como: dinos lo que te falta y nosotros te lo daremos (…)
La madre aún es la responsable designada culturalmente (preocupada constantemente por no ser una madre lo suficientemente buena) de la educación y comportamientos del hijo (…)
El padre, la mayoría de las veces, o se conforma con la intervención materna o se esfuma, o se vuelve permisivo para evitar ser menos querido o a veces se comporta como amigo del hijo (…)
Los padres raramente son capaces de intervenir con correctivos autoritarios, (…) no son capaces de castigar (…) Cada regla puede cambiar, sobre todo cuando resulta muy punitiva o frustrante para el hijo.
Consecuencias
- No se afrontan consecuencias temibles.
- Los padres o abuelos pueden intervenir y resolverlo todo.
- Los premios y los regalos no dependen de lo que hago o de los resultados que obtengo, puesto que existo y soy extraordinario, las cosas me corresponden por derecho y no me he de cansar para conseguirlas.
Se observa una posición exagerada del hijo, elevado a símbolo del valor positivo o negativo del núcleo familiar entero; su éxito o su fracaso o una anormalidad suya (dientes torcidos, demasiado gordo, etc) califica o descalifica a los padres (…)
La sobreabundancia de cuidados y sobre todo aquello que hemos definido como “asistencia rápida” se manda como mensaje de amor: lo hago por ti, porque te quiero, pero continene una sutil e inconsciente descalificación: yo lo hago todo por ti poque quizás tú solo no podrías, que puede transmitir al hijo la sensación o la sospecha de que es un incapaz. Frecuentemente, esta duda (profecía) se convierte en realidad y puede acarrear graves problemas al adolescente.
La jaula dorada
En una situación de comodidad como esta, en la gran mayoría de estas familias, los hijos acaban por rendirse sin lucha, renunciando al pleno control de su vida y confiándola cada vez más a los padres.
Su vida se desarrolla en la jaula dorada del privilegio de la que es difícil salir, ya sea por deuda de reconocimiento ya sea por incapacidad (…)
El hijo está cada vez menos obligado a pasar cuentas de sus acciones. Pide muy a menudo la ayuda de sus padres en las tareas escolares y en los conflictos con sus compañeros. Se desanima a la más mínima dificultad. No acepta las frustraciones y reacciona con agresividad si sus necesidades y deseos no se satisfacen por el solo hecho de haberse expresado. Cada vez tiene menos responsabilidad y se pretende menos de él. No es raro que esto conduzca a una sensación de estúpida omnipotencia (…)
Aquellos hijos, no muchos en verdad, que se rebelan a esta superimplicación, también afectiva, de los padres, intentarán eludir el control con (…) mentiras, tener apagado el móvil, hablar muy poco (…) y esto hará que aumente el comportamiento de control y protección por parte de los padres (…) Cuanto más quieran saber los padres, menos explicarán los hijos (…)
La atrofia
Con todo el amor, la disponibilidad, la paciencia, la dedicación posible e imaginable, estas familias forman personas en las que el talento y la capacidad tienden a atrofiarse, porque no son puestos a prueba ni se ejercitan.
Se observa en la adolescencia la aparición de toda una serie de problemas o trastornos psíquicos y de comportamiento sobre la base de la incertidumbre, inseguridad y menosprecio. Porque estos jóvenes, conscientes o inconscientes, no creen en sus capacidades y, por consiguiente, no logran asumir riesgos ni, aún menos, responsabilidades.
Los hijos (especialmente los varones), frente a un obstáculo, la mayoría de las veces o se rinden o intentan evitarlo. Y los padres no comprenden por qué sucede, visto todo el afecto, el amor, los cuidados tan profusos en educarlo. La reacción será, sin embargo, ayudarle aún más (…)
El amor que daña
Es muy difícil hacer entender que la semilla de la patología puede anidar en el amor excesivo (…) Para muchas personas no es asumible pensar que el amor pueda corromper. Y si los hechos no concuerdan con la teoría, tanto peor para los hechos (Hegel) (…)
El amor excesivo que acepta sin condiciones cualquier comportamiento, y sobre todo aquellos que nos dan fe de alguna debilidad, se transforma en compasión que refuerza el trastorno en vez de combatirlo eficazmente.
La consecuencia más dañina de la familia hiperprotectora es que el hijo, en esta fase crucial de su autoconstrucción, puede ser obstaculizado en la construcción de la autonomía y sentido de independencia que debería ser el cimiento de su integridad psicológica. Todo esto tiende a producir personas cada vez menos responsables y capaces de asumir en primera persona el peso de sus vidas (…)
Todo esto también gracias a la nefasta complicidad de una pedagogía retrasada, moralista e ideológica que lleva a los padres a sentirse culpables cada vez que asumen una posición que pueda crear dificultades a los hijos. (La familia hiperprotectora)
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