"Obsesiones, compulsiones y manías"Terapia Breve EstratégicaTOC y compulsiones placenterasblasfemia

Un colega psiquiatra-psicoterapeuta me llama para fijar una cita urgente. Se siente aplastado por el peso de una compulsión irrefrenable que ha anulado totalmente su vida.

Cuando nos vemos me cuenta que desde hace dos años se le ha ido consolidando una fijación: cuál puede ser la mayor blasfemia, la más ofensiva, la más radical, la más extrema…Además de ser psiquiatra es una persona extremadamente religiosa y dirige un grupo de catecúmenos, o sea, es un modelo de creyente.

Precisamente su religiosidad y sus estudios en este terreno han propiciado la aparición de ese dilema tan mortificador. El colega me explica que al principio su curiosidad lo había llevado a preguntarse cuál podía ser la peor blasfemia con objeto de prevenirla. Pero esta investigación filológica y lingüística rápidamente se transformó en una obsesión, en virtud de la cual se le ocurren las blasfemias más extravagantes y vulgares. Cuenta que asaltan constantemente sus pensamientos voces de blasfemadores que compiten por la primacía. Como experto en problemas mentales y consciente de lo que está sucediendo, ha buscado una solución para detener el flujo imparable de la compulsión mental, pidiendo ayuda a un prestigioso colega, también fervoroso católico, y a un padre benedictino conocido por su sabiduría.

El problema

Ambos están de acuerdo en que, para liberar la mente del fiel de la intrusión de la compulsión blasfema, además de la oración, los sacramentos y una terapia farmacológica, es necesario acabar con las dudas decretando con toda certeza cual es la peor blasfemia. Tras unos días de atenta reflexión, el padre benedictino convoca al psiquiatra y le comunica que tras haber realizado profundas investigaciones ha llegado a la formulación del enunciado más sacrílego y ofensivo para la religión católica, pero que por motivos obvios no puede pronunciarlo.

Sin embargo, recorre junto con el médico los pasajes lógicos y de fe con los que ha llegado a esa conclusión. Este descubrimiento tiene un efecto fulgurante: de repente, la lucha entre las voces de los blasfemadores y el intento de contrarrestarlas con la oración desaparecen de su pensamiento, pero en su lugar se instala el enunciado de la “peor blasfemia” y el terror de pronunciarla.

Una entrevista

En nuestra entrevista la situación es tan grotesca como complicada. No obstante, la experiencia con muchos otros casos igualmente dolorosos y complicados me sugieren que intente aplicar un contrarritual terapéutico que tenga en cuenta la lógica y la estructura del trastorno y se ajusta a estas, pero reorientándolas hacia su autodestrucción.

Partiendo de esta base metodológica, declaro que para liberarse de ese tormento, como sabe también el médico por su condición de experto psicoterapeuta, es necesario “externalizarlo”: debe arrojar fuera de su mente la “peor blasfemia” pronunciándola o escribiéndola. Pero para él es imposible, porque supondría realizar un acto blasfemo. El paciente confirma que efectivamente esta es la situación y que por esto se siente atormentado, sin encontrar salida alguna.

Prescripción

Entonces, y tras haber constatado la exigencia de exteriorizar el enunciado mental compulsivo y al mismo tiempo su imposibilidad de hacerlo, le propongo una manera peculiar de exteriorizar la “peor blasfemia” sin pronunciarla, esto es:

“Querido colega, existe un modo de sacar de tu mente ese enunciado terrible sin que te resulte blasfemo. Coge esta pluma y este papel y escribe la formulación lingüística al revés, o sea, empezando por la última letra. De este modo la escribirás sin pronunciarla directamente”. El colega me mira entre atónito y consternado, luego coge la pluma y con ciertas dudas empieza a escribir letra a letra el enunciado. Una vez acabado le ordeno:

“Ahora léela tal como la has escrito…puedes hacerlo, porque ya no tiene el sentido de antes”. Obedece y lee el enunciado al revés, una frase sin sentido. Luego declara: “Es extraño, me siento como liberado…” Le respondo: “Claro, la has escrito sin escribirla, la has pronunciado sin pronunciarla, pero la has sacado de tu mente…Desde ahora hasta nuestro próximo encuentro tienes que llevar siempre en el bolsillo este papel y leerlo al menos cinco veces al día, cada tres horas aproximadamente lees esta frase. Si en algún momento piensas en la “peor blasfemia”, lee cinco veces la frase”.

Conclusiones

Diez días más tarde vuelvo a ver al colega que, sonriente y estupefacto, declara que ha eliminado totalmente la compulsión mental gracias a la fórmula mágica. Y además también me explica por qué este extraño contrarritual ha funcionado. Hace unos días ha estado estudiando algunos de mis libros y ha entendido de qué modo hemos opuesto a la ritualidad compulsiva una ritualidad terapéutica, tras el rito de paso de exteriorizar al revés lo que no habría podido hacer de una manera directa. Por último, él creía que era un caso único e irrepetible. Y en cambio en mis libros ha encontrado ejemplos muy parecidos con los que he utilizado la misma estratagema terapéutica.

(Extraído de aquí)

(Extraído de aquí)

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