Una mujer de 35 años, con buen aspecto y muy cuidadosa con los detalles de su look entró en nuestro estudio y comenzó literalmente a vomitarnos su malestar; acompañaban a la cascada de palabras unos movimientos de cabeza, de las manos y del tronco que aumentaban la expresión de su extrema ansiedad y agitación. La mujer pedía ayuda desesperadamente para su compulsión en la compra de joyas, objetos preciados, accesorios, etc., a través de Internet.
Dijo que no solo desde hacía algunos meses estaba dilapidando su sueldo de empleada, sino que había dejado a cero la cuenta corriente de la familia. Y naturalmente se habían producido importantes conflictos con el marido y con los hijos, que le acusaban de ser una loca irresponsable, pero no habían sido en absoluto capaces de frenar su irresistible tentación.
El rapto incontrolable
El marido, que utilizaba el ordenador en su trabajo de vendedor, había puesto una contraseña para evitar el acceso a su mujer, pero ésta siempre conseguía superar el obstáculo. Entonces el marido había cerrado con llave la habitación donde estaba el ordenador, pero ella había encontrado una llave de recambio para abrirla. A continuación, el marido la había obligado a dirigirse a mi.
La mujer, con el típico estilo del jugador de azar, hablaba con desenvoltura de su propio problema, casi como si lo que estaba ocurriendo no dependiese de ella; definía su manía como una especie de rapto incontrolable que la llevaba inexorablemente a comprar. Dijo también que los intentos del marido, en lugar de reducir su deseo, lo habían exaltado.
El placer de enfrentarse al desafío es un fenómeno normal en estas personas. Después de haber indagado el fenómeno que nos proponía y de haber observado todas las características de la patología definida como “compras compulsivas”, preguntamos a la mujer si estaba verdaderamente dispuesta a trabajar para resolver su problema. Ella, como sucede en la mayoría de los casos, respondió que lo intentaría pero que estaba segura del fracaso de cualquier tipo de ayuda, ya que sentía la tentación tan arrebatadora que hacía imposible cualquier resistencia.
Comienzan las prescripciones para las compras compulsivas
En este punto llamamos al marido y le pedimos su ayuda, explicando que lo que le íbamos a pedir que hiciera le parecería realmente extraño. Él expresó su deseo de colaborar de cualquier modo para resolver la dramática situación que había surgido en su familia en prescribimos al marido que interrumpiera todos los sermones a la mujer con relación al problema, explicándole que aquella dinámica acababa por exacerbar el problema en vez de reducirlo.
Y le pedimos también que cesara cualquier acción represiva en la relación con su mujer, manteniendo como única restricción el control del uso del dinero por parte de ella.
Lo que tenía que hacer era ofrecerle que, cada día, dispusiera de 5 euros para sus compras. Mientras estábamos explicando esto al marido, la mujer intervino diciendo que la cantidad le parecía irrisoria, pero le contestamos que ella tenía, no la posibilidad, sino la obligación de gastar diariamente 5 euros en compras a través de la Red.
Esta prescripción tenía que respetarse al pie de la letra. La mujer miró al marido con una sonrisa sádica haciéndole notar que, en el fondo, los médicos, al contrario que él, no le estaban impidiendo hacer sus compras.
Repetimos al marido que los 5 euros tenían que gastarse obligatoriamente cada día, ni un céntimo más ni un céntimo menos. En efecto, la mujer había preguntado si era posible acumular dinero evitando la compra diaria para hacer una semanal.
Medicina amarga
En la cita siguiente la situación de la pareja había dado un vuelco en relación con la primera entrevista. Ahora era la mujer la que tenía una expresión afligida y el marido otra satisfecha, como el que ha superado un desafío. La mujer nos vomitó encima de nuevo un río de palabras. Nos dijo que lo habíamos estropeado todo, que ya no era lo mismo.
La había tomado con nosotros por lo que habíamos hecho y por lo que habíamos permitido que hiciera su marido. Dijo que comprar por obligación cada día algo por valor de 5 euros no era en absoluto un placer sino una tortura cruel. Se había dado cuenta inmediatamente desde la primera compra, hasta tal punto que hubiera querido dejar de seguir la prescripción, pero el marido se lo había impuesto por obligación.
Felicitamos a este último por haber seguido nuestras indicaciones. Al mismo tiempo, pedimos excusas a la mujer, diciendo que, por desgracia, la medicina había de ser muy amarga.
Tortura o regalos
De este modo, prescribimos a la pareja que mantuvieran las anteriores indicaciones con una sola variante: si la mujer quería, podía saltarse la prescripción un día sí y otro no. La cantidad ahorrada había de invertirse al final de dos semanas en un regalo para el marido.
La mujer manifestó una vez más su disconformidad, diciendo que, en verdad, le parecía fuera de lugar tener que regalar algo a su actual torturador. Nosotros le recordamos la posibilidad de elegir entre “la tortura diaria” y la otra oportunidad.
Volvieron después de dos semanas: el marido, victorioso, y humilde y sometida la mujer. Nos explicaron que durante la primera semana la mujer había decidido someterse a la tortura diaria antes que alternar para ahorrar el dinero y hacer un regalo al marido. Pero después de 7 días, asqueada, había optado por la segunda posibilidad.
El marido, con orgullo, nos mostró una caja de sus bombones preferidos que le había comprado su mujer con los ahorros que había obtenido por los días de abstinencia. Les indicamos que mantuvieran la terapia en las dos semanas siguientes ya que desde nuestro punto de vista ésta sólo se había llevado a cabo en su mitad.
Esta vez la mujer no opuso resistencia. Declaró que en ella misma estaba madurando la conciencia de haber sido objeto y sujeto al mismo tiempo de una especie de encantamiento maléfico del cual sentía la necesidad de salir.
Recuperando a la familia
En nuestro cuarto encuentro el marido presumió, con una sonrisa, de la corbata que su mujer le había regalado al término de las dos semanas de haber seguido completamente nuestra prescripción. Su mujer, además, no había comprado por primera vez cosas inútiles en internet, sino cosas útiles para el hogar. […] Los dos habían vuelto a mantener relaciones sexuales y a pasar los fines de semana juntos haciendo cosas agradables.
La mujer había comenzado a reasumir responsabilidades en relación con sus dos jóvenes hijos, quienes a su vez habían reemprendido el diálogo interrumpido con su madre.
En ese momento dijimos que podíamos reducir la dosis de la medicina amarga pero aumentando la dosis de los regalos. Así que le prescribimos la obligación de hacer una compra cada tres días mientras que, con el dinero ahorrado al término de las dos semanas, la mujer tenía que hacer un regalito no solo al marido sino a cada uno de los miembros de su familia. […]
El tratamiento siguió adelante añadiendo, sesión tras sesión, un día más de espacio entre una compra obligatoria y otra. Después de unos seis meses, de acuerdo con los dos cónyuges, se interrumpió la terapia. El problema había sido resuelto.
(De “Perversiones en la red. Las patologías de internet y su tratamiento“. Giorgio Nardone y Federica Cagnoni. RBA Integral)
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