Acudió a nosotros una mujer joven con un bebé plácidamente dormido en su cochecito, ignorante por suerte del drama familiar que se estaba consumando entre sus padres. En efecto, la joven madre expuso una situación muy difícil. Desde hacia algunos meses su marido se pasaba noches enteras y buena parte del día participando en un chat sobre las insatisfacciones de pareja.
Los participantes intercambiaban opiniones y consejos acerca de cómo gestionar o superar la insatisfacción de sus relaciones. La mujer, que había entrado en sus archivos sin que el marido lo supiera, explicaba que las conversaciones virtuales habían pasado del intercambio de opiniones a las fantasías romántico-eróticas con proposiciones de posibles encuentros.
Problemas en todos los ámbitos
Por si esto no bastara, el joven había declarado que no se sentía maduro para ser padre. Y rechazaba completamente su papel, evitando cualquier tipo de contacto con su hijo recién nacido. Finalmente, a causa de esta implicación virtual, el hombre había empezado a tener problemas en su trabajo y se arriesgaba al despido por su falta de eficiencia.
La situación era realmente dramática y la mujer se sentía casi culpable porque había sido ella la que había regalado el ordenador al marido y lo había enseñado a navegar.
Preguntamos a la joven madre qué había intentado hacer para resolver la situación. […] Ella le había propuesto ir a un psicoterapeuta pero el marido lo había rechazado bruscamente, diciendo que no era un enfermo que necesitara una cura, sino tan solo un hombre que estaba descubriendo cosas nuevas.
Después del intento fracasado la mujer trató de reconducirlo hacia sus responsabilidades de padre y marido, con extenuantes sermones y escenas de lloros y celos. Entretanto, controlaba a escondidas el chat del marido, apuntando cuánta intimidad había con sus compañeros y sobre todo compañeras. Estas reacciones no habían hecho más que aumentar la separación entre los dos […]
Una mujer misteriosa
La primera indicación terapéutica a la mujer fue la que usualmente se da a la parte rechazada de una pareja en crisis. Le prescribimos que intentara comprender las exigencias del marido y que evitara el error de intentar volver a llevar las cosas a como estaban antes de que Internet irrumpiera en su vida.
Después de aconsejarle que diera las excusas pertinentes a su marido por la falta de respeto a su nueva necesidad de vida, le pedimos que declarara la intención de retirarse dignamente dejándole espacio para realizar sus deseos actuales […] Es más, le sugerimos que desapareciera deliberadamente de su casa sin previo aviso, cada día a una hora distinta, dejándole solo una nota informativa, muy general, enganchada en la puerta.
Después de dos semanas la joven nos explicó que su marido, evidentemente algo celoso, se había mostrado irritado respecto a su comportamiento. Dijo también que su marido continuaba chateando impertérrito pero que había pedido consejo durante el chat (que la mujer espiaba) sobre cómo gestionar a su mujer, que tenía extraños comportamientos que podían hacer sospechar la presencia de otra persona. Los consejos recibidos no fueron demasiado tranquilizantes lo que incrementó la perplejidad y las dudas del hombre.
Invitamos a la mujer a continuar en la dirección tomada, evitando absolutamente cualquier referencia, en los diálogos con su marido, a sus chateos o a sus problemas familiares.
A la entrevista siguiente acudieron madre, hijo y padre. El hombre solicitó entrar primero y dijo estar muy preocupado por su mujer (…) Manifestó la preocupación de que su mujer estuviese viviendo otra relación alternativa a la pareja.
El hombre declaró que posiblemente tenía la culpa, pero que no se merecía una traición […]
Cómo empeorar la situación
Le preguntamos qué podría hacer voluntaria y deliberadamente para empeorar la situación […] La mejor manera de enderezar algo es aprender primero todos los modos para torcerla aún más. Entonces dijo que para empeorar la situación sería suficiente continuar chateando horas y horas, alimentando la intimidad con otras personas en vez de con su mujer y continuar rechazando el contacto con su hijo […]
Prescripciones para ambos
Las indicaciones fueron las siguientes:
Chatear tres veces al día durante una hora:
- por la mañana antes de ir a trabajar
- en el descanso para la comida
- y por la noche.
Pero todo esto, además de hacerse obligatoriamente durante una hora, tenía que hacerlo no él solo, sino con su mujer. Y ésta tenía que tener libertad de chatear como el marido […]
Hablando con la mujer, acordamos que continuara desapareciendo de vez en cuando dejando las notas en la puerta, pero reduciendo la frecuencia. Además, tenía que participar activamente en la perversión del marido. Divirtirse en enviar algún mensaje picante a otros componentes masculinos del chat. Le explicamos que de aquel modo haríamos presión sobre los celos de su marido para transformar la perversión agradable en algo peligroso para la seguridad de la pareja.
Cambio de situación: del chat a la intimidad real
Dos semanas después la pareja volvió en condiciones completamente diferentes: el marido declaró el malestar que había tenido al realizar aquella prescripción aparentemente tan sencilla. Dijo que para él había sido insoportable ver a su mujer participar en el chat. Tanto que en los últimos tres días había rehusado seguir la prescripción porque se había vuelto demasiado desagradable.
Sin dar ninguna explicación destacamos la importancia de la prescripción justamente en dirección a la transformación de su percepción de aquello que antes era tan arrebatador para él. En esta línea mantuvimos la prescripción pero reducida a dos únicos chats de una hora al día.
En la entrevista siguiente el marido declaró que este juego era una tortura […] y que había pedido a su mujer reducir el chat diario a solo una hora. La mujer obviamente había aceptado de buen grado
Les dimos a los dos un tirón de orejas por no haber respetado nuestras prescripciones. Les indicamos que en las próximas dos semanas tenían que pasar a un solo chat diario, como ya hacían.
El tratamiento estaba dando sus efectos Paralelamente a reducir la compulsión a chatear la pareja había recuperado su intimidad sexual y el hombre había gradualmente a desarrollar las funciones paternas. Tanto que, durante la última entrevista, cuando el bebé empezó a llorar en su cochecito el padre lo cogió y lo acarició para calmarlo.
Dos semanas después la pareja expresaba en el cruce de sus miradas, en la similitud de sus sonrisas, una complicidad nunca anteriormente observada […]
La mujer en la última entrevista dijo que quizás, como dice el proverbio, “no hay mal que por bien no venga”: aquella desgraciada contrariedad había servido para hacerlos mejores.