El ámbito del placer encierra muchísimas emociones y sensaciones diferentes; el deseo, la alegría, la pasión, etc. Esta sensación fundamental está, muy a menudo, en la base de la incapacidad de no reaccionar.
Entre los ejemplos más significativos de esta incapacidad encontramos:
La dependencia de internet
La dependencia por sobrecarga de información (information overloading addiction), que se ha hecho cada vez más evidente y difusa con el desarrollo de Internet y el vertiginoso aumento de la cantidad de material informativo presente en este medio. Este trastorno se manifiesta por una búsqueda extenuante y prolongada en el tiempo de información, a menudo inútil e insuficiente, en el intento de alcanzar la mejor puesta al día posible a través del web surfing. Es decir, pasando continuamente de un sitio al otro, o a través de indagaciones sobre materiales contenidos en diversos bancos de datos (Nardone, Cagnoni, 2002) (…)
Las horas al ordenador nunca son suficientes. El tiempo libre -y a veces también el laborable- queda completamente absorbido por esta entusiasta actividad de búsqueda. Las personas se alejan durante horas y días enteros, ya sea en su casa o en su lugar de trabajo. Y descuidan actividades que hasta aquel momento eran realmente importantes.
Poco a poco, al darse cuenta de la situación problemática en la que se halla, intenta “resistir”, procurándose periodos de abstinencia forzosa de ordenador. Pero a este siguen a menudo auténticos “atracones” informáticos, en los que la persona recupera todo el tiempo perdido en el breve periodo de privación.
En un caso como éste, en el que el aspecto del placer ligado a la búsqueda es determinante, de nada sirve el intento de limitar la actividad compulsiva de la persona, si no es para aumentar aún más su necesidad espasmódica de estas sensaciones que sólo la búsqueda en Internet parece capaz de proporcionarle.
Intervenir sobre una situación como ésta, más bien, requiere que el coach apoye la lógica del cliente. Y lo guie, inicialmente, a ritualizar y puntualizar todavía más su búsqueda.
Prescripción sin prohibición
La demanda usual es la de esforzarse por entrar en la red a cada hora en punto y, durante cinco minutos exactos, pasar revista a todas las informaciones que se quiera. Transcurridos los cinco minutos, hay que dejarlo hasta la hora siguiente y así sucesivamente durante el resto del día.
La respuesta habitual a esta prescripción es que la persona, que normalmente permanecía en la red mucho más que el tiempo prescrito, consigue mantenerse dentro de los espacios concedidos, sin el deseo de utilizar Internet en otros momentos. Y esto ya constituye normalmente una notable reducción cuantitativa del tiempo dedicado a la búsqueda respecto a los hábitos precedentes.
De forma paralela, intervienen también elementos cualitativos. Es decir, que el hecho de tener que controlar cada hora las novedades durante los cinco minutos prescritos induce a la persona a sentir la búsqueda ya no como una irrefrenable y agradable compulsión, sino como una obligación hacia el coach. La obligación, como tal, ya no es tan deseable.
En este punto se prescribe a la persona que entre en la red durante cinco minutos cada dos horas. (…) Actuando así se obtiene también otro efecto importante: la persona, al tener a su disposición mucho más tiempo libre, empieza a redescubrir todos aquellos placeres ligados al estar con los demás o dedicarse a otras actividades que había abandonado por su pasión por la red. Al disminuir posteriormente los espacios dedicados a la prescripción (cinco minutos cada tres horas, etc) y al aumentar los que se dedican a otros placeres, se guía a la persona hasta la completa superación de su anterior “dependencia”.
Adicción al sexo
Otro caso emblemático de la incapacidad de no reaccionar basada en el placer es el tipo de comportamiento que se define como adicción al sexo: una auténtica dependencia al sexo (…) Estas personas se encuentran constantemente atrapadas en una necesidad extrema de sexo “realizado” como solución liberatoria de una tensión creada por un sexo “pensado”.
Sin solución de continuidad, cada gratificación física portadora de placer descarga la tensión. Pero al mismo tiempo abre literalmente la puerta a nuevas situaciones imaginarias ahora siempre dispuestas a abrirse camino (…) Como sucede a menudo, cada prohibición lleva consigo el placer de la transgresión. Y cada intento por no pensar no hace más que recordar todavía con más fuerza lo que se quiere olvidar.
En este caso la alternativa estratégica que se ha revelado más eficaz consiste antes de nada en hacer que la persona sea consciente de la peligrosidad de cualquier forma de “prohibición” respecto al tema (…) Se le pide a la persona que se conceda diaria y obligatoriamente una hora de tiempo en la que abandonarse a todo aquello que tiene que ver con el tema en cuestión (…) El “lo hago porque tengo ganas y no puedo prescindir de ello” se transforma, en virtud de la prescripción, cada vez más en “lo hago porque debo hacerlo”. Y un placer prescrito resulta ser indudablemente mucho menos agradable que un placer espontáneo.
La búsqueda cualitativa del placer
De forma paralela, se sugiere a la persona que determine todos aquellos aspectos, elementos y condiciones capaces de hacer aquella experiencia la más satisfactoria y agradable posible. Es decir, tendrá que concentrarse en la calidad de la experiencia vivida, desde el momento en que el tiempo de que dispondrá será “solamente” de una hora al día.
La persona es guiada, de forma gradual, a especializarse en la búsqueda cualitativa del placer. Y descubre que, cuanto más consigue aumentar y destilar el placer en un espacio reducido de tiempo, tanto más éste es realmente más intenso. Y también permite liberar espacio y energías para dedicar a todas las demás actividades agradables a las que la persona había renunciado en todo este tiempo (…)
Trabajando sobre la ampliación del placer, se guía a la persona a que posponga día a día el espacio dedicado a la actividad sexual. Incrementando cada vez más la calidad de la experiencia que vive, hasta conducirla a recuperar la sensación de libertad y control sobre la vida que la adicción al sexo le había privado.
(De “Coaching estratégico. Cómo transformar los límites en recursos”. Roberta Milanese y Paolo Mordazzi. Herder)