Una persona altruista hace lo que sea por los demás sin expectativa ninguna de recompensa. La cotidianeidad está frecuentemente salpicada de pequeños gestos altruistas y de amabilidad, como ceder el asiento en el autobús o dar dinero a un mendigo (…) La Psicología Social define estos comportamientos como pro-sociales, es decir, comportamientos que benefician a otros, sin que el donante tenga ningún motivo ni reciba beneficio (…)
Mientras que todos los actos altruistas son pro-sociales, no todos los comportamientos pro-sociales son altruistas. Por ejemplo, se puede ayudar a otras personas por una serie de motivos distintos del altruismo: por culpa, por obligación, por deber, para obtener premios o para no sentir el propio sufrimiento. En estos casos se encuentra el bien propio en el de los demás. Para algunos, por tanto, ser amables con los demás proporciona una visión positiva de sí mismos.
Salvando a los demás y a uno mismo
Los neurobiólogos han descubierto que cuando uno se esfuerza en un acto altruista, los centros del placer situados en nuestro cerebro se activan. Por tanto, un acto altruista se vive como una recompensa y genera una emoción de placer.
Hay personas que sobre este tipo de altruismo construyen un guion relacional que puede, dentro de relaciones específicas (generalmente sentimentales, pero no son las únicas), convertirse en dominante o incluso exclusivo. Son las personas que deben siempre curar o salvar a alguien. Que tienen siempre a un necesitado de cualquier tipo del que ocuparse, y que definimos como “salvadores”.
Dicho así suena maravillosamente altruista. ¿Qué tiene de malo? De malo nada, pero, habitualmente, ¡de patológico mucho! (…) La idea de que no haya nadie a quien ayudar les asusta, porque no tienen manera de sentirse útiles (…), sentirse “vivos” se nutre de esto. Apoyar y ayudar al otro determina, de hecho, la percepción de sí como valioso e indispensable, y en consecuencia apreciable (…)
No puede olvidarse, además, que a propósito de esto históricamente la salvación ha ido unida a la posesión (…) Por tanto, no solo: “Te cuido, te salvo, y esto me hace estar bien”, sino también: “Te salvo y así ¡te vinculo a mi para siempre!” (…) Quien ayuda se siente apropiado y a menudo recompensado con la aprobación. Ayudar entonces no es solo parte del deber sino también de la felicidad.
Cómo se mantiene el guion patológico del Salvador altruista
En este guion encontramos el proceso de idealización del altruismo…(…) El salvador pone siempre en primer lugar a los demás; a menudo aparece descuidado en su aspecto, tiende a posponer el cuidado de sus propias necesidades (…)
Sacrificarse gratuitamente por los demás puede esconder un gran miedo a sufrir, a quedarse solo, ser abandonado; o no tener ningún valor personal, que solo puede conseguirse ayudando a los demás. “Soy, luego existo, solo si soy indispensable para alguien que me necesite; solo así puedo darle sentido a mi vida”: este es su modo de reconocerse y darse identidad.
Su disponibilidad casi ilimitada, su premura y preocupación para resolver problemas que no son suyos, el sacrificio de su tiempo, sus recursos y a menudo su salud, esconden la voluntad de crear un pacto de lealtad con la persona necesitada que asiste: “Estaré siempre ahí para ti y tú no podrás abandonarme. Tu lealtad, tu afecto, tu reconocimiento serán la recompensa a todos mis sacrificios.” (…)
El guion se mantiene, hasta hacerse patológico para sí y los demás, dando ayuda a quien lo pide e incluso a quien no lo pide. ¿Cómo? A través de la búsqueda de señales de las necesidades del otro, que el Salvador encuentra por medio de una formidable lente de aumento, ¡quizás un exceso de neuronas espejo! Una empatía indispensable para el mantenimiento de la propia identidad.
Pero si de verdad el Salvador elige a un necesitado, el cuidado debe responder, inconscientemente, a un criterio bien preciso: no debe ser resolutivo, es decir, el paciente debe mejorar pero no curarse. No es la curación, de hecho, el fin último, sino el propio cuidado. Una continua acción de cuidado es indispensable para mantener la identidad. Es como decir: ¡mejor un paciente crónico que curado!