Un joven médico se dirige a mi avergonzado por su fobia patológica que le impedía desarrollar su formación (…) Su trastorno psíquico, particularmente vergonzante para un médico, era el de enfermarse de cáncer; pero lo que hacía absurdo un miedo razonable era el hecho de que temía contagiarse a través de la mirada: por este motivo evitaba constantemente el contacto visual tanto de los pacientes como de los colegas y los enfermeros. En los últimos meses esta fijación se había extendido también al mundo exterior: si se encontraba con una persona con lunares debía evitar por completo su mirada, y lo mismo ocurría con cualquiera que según él presentase signos que señalasen a la temida enfermedad (…)
Una protección frente al miedo
-¿Se da cuenta? Un médico que sabe bien que el cáncer no es contagioso y que no existen contagios posibles a través de la mirada, y que no consigue vencer esta fobia absurda…
–Debe saber –respondo–, que los médicos son las personas más afectadas por la hipocondría y fobias conectadas a enfermedades: es verdad que la tuya es realmente original, debo admitirlo…Pero permíteme una pregunta aparentemente banal: la transmisión del cáncer mediante la mirada, si he entendido bien, ¿viene solo con el contacto visual? Si tú llevases puestas unas gafas, ¿también sucedería o no sería posible el contagio?
Él se mostró sorprendido y tras unos segundos de reflexión dijo:
-Diría que no…haría de pantalla protectora…pero tendrían que ser unas gafas muy envolventes: ¡no lo había pensado nunca!
-Podríamos experimentarlo –repliqué rápido–, podrías buscar unas gafas de esas fotocromáticas, que se oscurecen con la luz intensa y sirven para reposar la vista, declarando que tienes un problema de cansancio ocular…
Me miró sonriendo:
–Profesor, se lo debo decir, me parece una solución aun más loca que la mía...
–Así es –respondí– se debe usar la misma lógica del problema para resolverlo.
De esta manera, acordamos experimentar esta locura terapéutica contra su locura patológica.
Locura contra locura
Cuando lo volví a ver, dos semanas después, se presentó con sus gafas protectoras de elegante factura, afirmando:
Es increíble pero verdad, soy como un parrarayos: he conseguido enfrentar miradas “peligrosas” con la sensación de que rebotan. La mente es realmente extraña, yo sé que no es posible pero funciona, debo estar muy loco… (…)
En este punto analizamos juntos sus nuevas sensaciones y cómo proceder en adelante, considerando que habíamos creado una pantalla protectora contra el asalto de la fobia, pero el problema no estaba aún resuelto. Acordamos que para resolverlo tendríamos que vencer totalmente el miedo patológico y para eso enfrentarlo, pero no de golpe, en pequeños pasos, lo que sería posible gracias a nuestra amortiguadora armadura. En este sentido, le sugerí que llevara siempre sus gafas pero, a veces, cuando se encontrase entre colegas y enfermeros, no con los pacientes oncológicos, probara a quitárselas, rápido, y volver a ponérselas si la sensación de contagio la empezaba a sentir mínimamente.
En el encuentro siguiente me contó, entre la sorpresa y el entusiasmo, que había conseguido hablar con sus colegas sin llevar las gafas (…) pero con los pacientes sentía todavía el temor. Lo felicité por su valentía pero lo invité a no tener prisa (…) Antes de enfrentarse con el enemigo más temido, los pacientes con tumores, debía experimentar con las personas con señales de posibles formas tumorales. Debemos ir sin prisas –le expliqué.
El miedo que se vence despacio
En las dos sesiones siguientes me contó que había conseguido enfrentar la mirada de todos, excepto de los pacientes. Ambos estábamos satisfechos por los importantes éxitos pero conscientes de que su cáncer mental, como lo habíamos definido, debíamos extirparlo del todo para que no se reprodujera (…) Acordamos que podría quitarse las gafas con los pacientes en fase de remisión, que estaban en el hospital para su seguimiento de control.
Superado también este escollo, tras unas semanas probamos con pacientes con formas tumorales precoces y en tratamiento, hasta que una noche en que estaba de guardia, tuvo lugar un evento que supuso la experiencia emocional correctiva final: mientras los compañeros se ocupaban de un caso en fase crítica, él se ocupó de un paciente afectado de un tumor con numerosas metástasis y una severa crisis respiratoria, olvidándose de las gafas. Solo horas después se dio cuenta de que no se había puesto su armadura y no había tenido miedo. Desde ese momento en adelante se liberó de su fobia y dejó de usar las gafas protectoras.
El lector debe saber que después se ha especializado en terapia oncológica y hoy dirige un hospital para la terapia de tumores. No es raro, de hecho, que una vez superada una forma de fobia, lo que primero asustaba se convierta en objeto de pasión y placer (…)
Frecuentemente la psicoterapia no es otra cosa que una realidad inventada que produce efectos concretos (Nardone, Waztawick, 1990).