Una pareja de padres jóvenes vinieron a mi hace un año, muy agitados y asustados por el diagnóstico neuropsiquiátrico de su hijo de 8 años: síndrome de Tourette (…) Me describieron que el niño manifestaba movimientos compulsivos que no conseguía contener, andaba hacia adelante y hacia atrás, después saltaba, luego terminaba es una posición rígida, plegado sobre las piernas en una posición que debía mantener unos segundos, emitía repetidamente una suerte de irrefrenables gruñidos y giraba el cuello y la cabeza, como si quisiese sacarlos del cuerpo, y tras repetir estas maniobras una serie de veces, terminaba poniendo rígido todo el cuerpo.
¿Tourette o TOC?
Frente a la emergencia del trastorno estructurado, se habían dirigido a un neuropsiquiatra infantil que inmediatamente les había dado el funesto diagnóstico, declarando que este tipo de patología raramente se cura, aunque se puede encontrar alivio mediante la recurrencia constante a psicofármacos (…)
Después de haber analizado en detalle la sintomatología y lo que ellos hacían cuando esta explotaba, quedó claro que los dos se sentían completamente indefensos frente a aquellas manifestaciones irrefrenables. Les dije que haríamos un experimento terapéutico con la finalidad de clarificar si se trataba realmente de Tourette o un trastorno obsesivo-compulsivo con rituales motores (…)
Les dije: en las dos próximas semanas deberéis someter a vuestro hijo a una suerte de torturilla: cada hora en punto del día, es decir, a las 8, a las 9, a las 10, etc…le ordenaréis que realice voluntariamente toda la serie de sus compulsiones 10 veces, delante de vosotros. ¿Y si se niega?, preguntó el padre. Decidle que hasta que no lo haga no os moveréis de allí, rebatí. Pero esto es forzarlo…afirmó la madre. Lo sé bien…pero es indispensable que lo hagáis para verificar si podemos o no resolver el problema, respondí firmemente. Los dos consintieron.
Los resultados del experimento con la Tourette
En el encuentro siguiente con los padres, con expresión de sorpresa, me contaron que había ocurrido algo particular: que su hijo primero había rechazado hacer la tarea pero después de ellos insistir, finalmente había cedido, con el efecto de que tras hacer sus rituales voluntariamente cada hora, había dejado de hacerlos en otras circunstancias.
Bien, tenemos la prueba de que se trata de un trastorno compulsivo, lo que significa que podemos resolverlo…Os debo felicitar (…)
Les expliqué que gracias a las prescripciones le habíamos robado el poder al trastorno, haciendo voluntaria y planificada la sintomatología compulsiva, una paradoja terapéutica bien experimentada y validada para esta tipología de trastorno (…)
Bien, ahora se trata de mantener una ruta precisa. Continuad ordenando a vuestro hijo la planificación voluntaria de sus rituales compulsivos, pero cada dos horas; si quisiese activarlo en el espacio entre una hora y otra, tenéis que obligarlo a que lo haga 10 veces delante de vosotros.
Dos semanas después contaron que (…) el hijo no había querido repetir la tarea pero que había interrumpido inmediatamente la sintomatología compulsiva en cuanto la activaba. Les expliqué que esto era lo que quería que sucediese, que desarrollara sensaciones de poder bloquear la compulsión, transformándola de involuntaria a voluntaria y `planificada.
La terapia, como en todos los casos de este tipo, continuó aumentando cada vez el espacio entre una prescripción paradójica y otra (…) él mismo adquirió la capacidad de anular la compulsión y, gracias a ello, se convirtió en el artífice de su curación total.
El último encuentro de la terapia indirecta
En nuestro último encuentro, meses después, el niño quiso venir a conocer a la persona que lo había torturado terapéuticamente para agradecerme y traerme un pequeño regalo: un dibujo de sus padres ordenándole hacer la torturilla, con un personaje no bien definido al fondo, que no era difícil comprender quien era…