Otro modo realmente eficaz de canalizar y reestructurar el miedo es el de escribirlo. La escritura es quizás la forma de “tecnología” más evolucionada que el hombre haya creado jamás. Con frecuencia se olvida la magia del dar forma a los pensamientos. Se transforma algo etéreo, abstracto, impalpable en algo visible, transmisible, real (…)
James Pennebaker (1987)
El primero en ocuparse sistemáticamente de los efectos terapéuticos de la escritura fue el psicólogo americano James Pennebaker (1987), todavía hoy el más prolífico estudioso del tema, con centenares de estudios (…)
Pennebaker descubrió que la escritura expresiva, es decir, escribir expresando las propias emociones y las vivencias personales, tiene un efecto positivo sobre el número de linfocitos presentes en el organismo, aumenta la respuesta inmunitaria (Pennebaker et al., 1988). Resumiendo, quien se vuelve sobre sí mismo escribiendo está más en contacto con la psique propia: razona, asocia, se explica, se calma, gestiona mejor el estrés de la vida. El acto de escribir ralentiza el proceso de pensamiento, permitiéndonos observar lo que de otro modo sería demasiado rápido, fugaz, efímero.
Esta ralentización es una transformación, ¡con la capacidad de cambiar el sentido de nuestras emociones y nuestros pensamientos!
En honor a la verdad, ya antes de la confirmación académica de Pennebaker sobre los efectos terapéuticos de la escritura, la filosofía y la literatura habían descubierto estos secretos. También en el ámbito clínico, las técnicas terapéuticas de la escritura ya se usaban ampliamente en la tradición estratégica y sistémica de terapeutas como Milton Erickson, Don Jackson, Paul Watzlawick, etc (Watzlawick, 2007).
El diario del miedo a las enfermedades
La prescripción del “diario del miedo a las enfermedades” consiste en describir todos los pensamientos relativos al miedo a las enfermedades, a la muerte y a enfermarse. Pero no una sola vez: al contrario, el paciente debe escribir todas las veces que el miedo aparece a lo largo del día. Describiéndolo con detalle, evocando las peores fantasías, entrando en pormenores, empujando al pensamiento a los confines de la imaginación, como una suerte de escenificación de terror.
La confección que se puede dar al diario del miedo es muy variable y se establecerá en función de lo que representa mejor las ansiedades del paciente. Por ejemplo, a quien vive en el terror de sentir sufrimientos indecibles durante el estadio terminal de una enfermedad incurable, se le pedirá que describa sus miedos bajo la forma de un diario del sufrimiento. A quien profetiza continuamente enfermedades diversas que podría contraer en el futuro, se le prescribirá una suerte de “diario de las profecías de Cassandra” (Watzlawick, 1965).
Describir repetidamente los propios miedos, explorarlos a fondo, produce un efecto progresivo de redimensionamiento y distanciamiento, cuando no una verdadera ridiculización de estos.
Parafraseando el famoso dicho del comediógrafo inglés Edward Bulwer-Lytton, “la pluma hiere más que la espada”. En este caso podemos afirmar que para el hipocondríaco la escritura es el bisturí del miedo.