Santo Tomás nos recuerda que no existe nada en el intelecto que no pase primero por los sentidos. Todos nosotros tenemos primero los sentidos como vehículo. Claramente nuestras cogniciones pueden condicionar los sentidos y a veces, utilizando la lógica de la creencia, podemos usar la trampa mental para cambiar nuestras percepciones. Pero de todas formas se trata de algo que sucede más allá de la cognición.
Como cuando yo le digo a una persona tímida, que está aterrorizada de dar un paso hacia delante porque teme el rechazo, que si quiere eliminar este tipo de problema ha de aprender antes que nada a aceptar el rechazo. Y que, como si se inmunizara de un veneno, ha de tomar pequeñas dosis diarias. Entonces, en esta senda, diré:
Todos los días, salga y vaya a una tienda, una cualquiera, y pida una cosa banal, mínima, con la clara intención de que le digan que no. Este pequeño no diario sobre una cosa banal, sin importancia, es la gota de veneno que le permitirá gradualmente inmunizarse del veneno del rechazo. Incluso, cuando salga a la calle y vea a alguien que no lleva reloj, pregúntele qué hora es. Vaya a una tienda donde sabe que no venden una determinada cosa y pida precisamente esa cosa, con la clara intención de que le digan que no.
Timidez: buscar que te digan “no”
Aquí se trabaja aparentemente sobre la mente, sobre la cognición. Pero cuando la persona salga y empiece a pedir: Disculpe, ¿podría decirme qué hora es?, en lugar de responderle con un seco no, el otro dirá, sonriendo: Lo siento, pero no llevo reloj. O bien, en una tienda, pedirá una cosa y la dependienta se pondrá a buscar y se disculpará porque no la tiene. O todavía mejor, pedirá alguna cosa para que le digan que no y recibirá un sí. Será aún más sorprendente. Precisamente gracias al intento de inmunizarse del veneno del rechazo, descubre que los demás son amables incluso frente a una solicitud aparentemente extraña. Esto no se le explica antes, lo descubre.
Sólo después de haber realizado un cambio de este tipo podré pasar a hacer que la persona entienda cómo ha sucedido éste, y cómo puede suceder de nuevo, cómo podrá aprender a hacerlo mejor.
(De “Surcar el mar sin que el cielo lo sepa” Lecciones sobre el cambio terapéutico y las lógicas no ordinarias. Giorgio Nardone y Elisa Balbi. Herder)
Otro remedio para la timidez
Le invito a hacer un experimento a partir de hoy hasta que nos volvamos a ver. Tendrá que ir cada día a un lugar distinto, donde sabe que se encontrará con gente, conocida o desconocida, no importa. Mientras se dirige allí, pregúntese: ¿Qué cara pondré y que haría de diferente al entrar en contacto con esta gente si estuviese seguro de que me consideran una persona simpática? A continuación, ponga en práctica, en aquella situación, lo que le ha pasado por la cabeza.
Atención: es tan solo un pequeño experimento diario, que nos podría hacer entender cuál es la raíz de su problema.
Aparecen las sonrisas, desaparece la timidez
En la cita siguiente entró en mi estudio de forma decidida y más bien desenvuelta, se sentó mirándome a la cara y me contó lo que le había sucedido en las últimas dos semanas. Explicó que apenas salido del estudio tuvo una especie de idea luminosa: si se hubiera sentido una persona deseable habría mirado y sonreído a las dos chicas de la sala de espera. Y así lo hizo. Las dos, dijo, le sonrieron y una de ellas le preguntó cómo había ido la entrevista. Se entretuvieron en una breve conversación, en la que descubrió que tenía en común con ellas un tramo del viaje de vuelta en tren. De esta manera, los tres se esperaron mutuamente, se detuvieron a tomar un café mientras esperaban el tren e hicieron el viaje juntos, conversando agradablemente todo el tiempo.
En los días siguientes siguió al pie de la letra mi prescripción y, con gran sorpresa, descubrió que en ninguno de los lugares visitados se había sentido rechazado.
(De “No hay noche que no vea el día” La terapia breve para los ataques de pánico. Giorgio Nardone. Herder) Timidez
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