Paranoia: la duda hecha certeza
Una persona entra en una sala de espera con la respiración contenida y comienza a escrutar a todos los presentes con proceder sospechoso, atento a cualquier señal de amenaza por parte de los demás. Deja su paraguas fuera del guardaparaguas para evitar que alguno lo equivoque con el suyo, se quita el abrigo y lo pone junto a sí para que nadie pueda robárselo. Se sienta, coge un periódico y hace como que lee para cubrirse la cara. Pero en realidad controla a todos con el rabillo del ojo, alternando falsas actitudes de relajación con continuos controles sobre su bolso, su portafolios y las llaves del coche.
Con cada ruido salta a la defensiva. Las personas presentes, sintiéndose observadas, lo miran con sospecha y se ponen a su vez a la defensiva. Después de todo, ¿quién no lo haría con un comportamiento tan irritante? El hombre los observa y entonces encuentra la confirmación del hecho de que tengan algo en contra de él, porque lo están observando con aire siniestro y a su vez sospechoso. Se siente rechazado, bajo juicio, vive en un estado de alarma a causa de las miradas intrusivas: acaba de inventar una realidad a partir de la propia convicción.
Cuando la duda se hace más espesa e invade la total existencia se transforma en sospecha: es el principio de la paranoia. De esta manera el hombre construye la verdad, la suya. La construye a partir de la percepción: la única realidad de la que podemos tener certeza es la de nuestras percepciones, dice el filósofo David Hume. (…)
La certeza de la paranoia a partir de las sensaciones
El paranoico construye su propia verdad a partir de las sensaciones. Esta se convierte en certeza a través de una construcción lógica a posteriori, que sirve para dar un sentido racional a lo que se ha “sentido” y en consecuencia al comportamiento. (…)
El paranoico se construye la pregunta que crea la respuesta o actúa creando el efecto; respuesta y acción confirman su verdad, como para el hombre de la sala de espera: la certeza de la actitud defensiva de los otros construye de hecho esa actitud defensiva en los demás. La convicción lo vuelve artífice de su propio destino de manera inexorable.