La paranoia de los celos
“En la búsqueda del tormento, en la obstinación por sufrir, solo el celoso puede competir con el mártir” Emil Cioran
El estereotipo es el de que los celos son un indicio de amor cuando en realidad lo son de inseguridad para quien lo vive y un sentimiento no ya negativo sino destructivo. Hacen sufrir tanto al atormentado como al que se convierte en víctima inevitable. Los celos pueden subsistir pero, como la nuez moscada en la comida, no deben sentirse. “Por ello, si es posible, deben ser eliminados, si no es posible deben ser elaborados y si no es posible deben ser curados” (V. Volterra, 2010).
El sentimiento de celos es conocido por todos, pero en algunos extremos asume rasgos patológicos. Cuando se sostiene por la duda de una posible traición se coloca en el ámbito de un síndrome obsesivo-paranoico.
La certeza en los celos
El “el síndrome de Otelo”, sin embargo, la duda no existe: el otro es infiel, los celos se fundan en una certeza. La búsqueda de las pruebas no sirven aquí para dirimir una duda sino para pillar al culpable con pruebas irrefutables: “¡tengo las pruebas de tu traición!”.
Así, hay quien somete todos los días a la pareja a martilleantes interrogatorios, quien controla minuciosamente la castidad de la vestimenta, la correspondencia y el teléfono, la ropa interior, hasta llegar a la inspección de los genitales, en la búsqueda de indicadores de actividad sexual ilícita.
Estas personas no perciben los celos propios como síntoma, en cuanto que no los ven como problemática subjetiva sino como consecuencia del “modo de ser” del otro, decodificado siempre unilateralmente. O bien dicen: “Es verdad, soy celoso, ¡pero es el otro quien me hace serlo!” (…)
La profecía que se autorrealiza
Como todos los paranoicos, también los celosos patológicos terminan por construir exactamente lo que temen, es decir, la realidad que después inevitablemente sufren.
Muchos celosísimos hacen durísima la vida a sus parejas y terminan por minar profundamente su relación amorosa justamente a causa de los celos, no llegando a admitir que estos son parte esencial de la dificultad en la relación. A menudo torturan hasta tal punto al otro que la relación inevitablemente termina por la asfixia de la pareja. A veces se llega a resultados grotescos, como en una antigua película de los años 60, “El magnífico cornudo” de Antonio Pietrangeli. Ugo Tognazzi interpreta a un marido celosísimo de su bella mujer, Claudia Cardinale; los espectadores saben que Tognazzi delira, porque la mujer en realidad es fidelísima. La obsesión de Tognazzi va en crescendo hasta la necesidad de llamar a un médico, y finalmente…la némesis se realiza: la mujer, exasperada por la obsesión del marido, lo traiciona con el médico (…)
No debemos olvidar una premisa saludable: “Nadie puede quedar exento de sentir atracción hacia otro distinto a la pareja, así como no se pueden evitar fantasías perturbadoras o sueños eróticos que incluyan a otras personas” (G. Nardone, 2014, pag.92). Si todo esto puede resultar inaceptable, es cierto que la sinceridad absoluta en la pareja es una señal clara de relación basada sobre el socorro mutuo y no de complicidad y pasión… “En el amor la sinceridad a pequeñas dosis es peligrosa, en grandes es letal” (O. Wilde) (…)
El caso del abogado celoso
Llega a la consulta un conocido abogado (…) Desde casi 5 años ya su trabajo prioritario es el de instalar en casa grabadoras de todo tipo, smartphones, tablets y cámaras de vídeo para encontrar la prueba irrefutable de que su mujer lo traiciona. Sale poco y obliga a su mujer, cuando está fuera, a llamarlo por teléfono cada media hora para contarle exactamente dónde está, con quién y qué está haciendo…Los instrumentos le sirven en particular de noche, porque está convencido de que la mujer le suministra “gotas para dormir profundamente” para poder recibir sin obstáculos a su amante (…) Hace años que pasa días y noches transcribiendo horas y horas de grabación (…)
Para sedar la rabia y rencor que lo han llevado a amenazas y reacciones violentas, hace uso frecuente del alcohol. (…) Lo que él persigue son las pruebas que confirmen lo que cree. Ninguna duda se admite ya (…)
El objetivo terapéutico es solo uno: romper la convicción.
En la segunda sesión tras haber escuchado las pruebas de las grabaciones, el terapeuta decide explicarle el doble vínculo patológico que mantiene el problema: “Usted está en una situación sin solución, porque está obligado a buscar las pruebas para evitar tomar en consideración la idea de que podría estar equivocado en todo. Su delirio es necesario para salvarlo también de la hipótesis de estar equivocado; así que aunque gane, pierde” (Reestructuración). La respuesta es inmediata: “Usted lo ha comprendido”.
Desde este punto puede iniciar el acto terapéutico de reconstrucción de un hombre de éxito; que se ha hecho un autogol, una derrota inadmisible. Como decir: mejor luchar hasta el delirio para no ser avergonzado por los demás -mujer y presunto amante- que descubrir que es un león en su profesión y un débil en casa.