Cuando un individuo está acostumbrado a estar protegido y a no afrontar por sí solo ningún desafío u obstáculo, o bien se desarrolla sin superar o eliminar un trastorno fóbico, tiende a estructurar el trastorno de personalidad dependiente, esto es, la necesidad patológica de tener a alguien de quien depender porque se muestra incapaz de afrontar las vicisitudes, los sufrimientos y los temores a los que inevitablemente nos expone la vida.
Este cuadro clínico ha crecido de manera exponencial en los últimos decenios en las sociedades del bienestar, en las que impera un estilo de vida familiar y social hiperprotector (Nardone, Giannotti y Rocchi, 2001) con los niños y adolescentes que les impide desarrollar la confianza en sus propios recursos.
La autoestima que se conquista
La autoestima no constituye un don natural, sino una conquista experiencial, y la confianza en uno mismo pasa por la superación de obstáculos y frustraciones para conseguir deseos y objetivos (Nardone et al., 2012). Si no se produce este tipo de proceso evolutivo, el individuo desarrolla inseguridad personal y dependencia de las figuras de referencia que, al responder a la demanda de protección, de nuevo confirman su inseguridad y la aumentan.
Como puede verse, esta severa patología psíquica y conductual se sostiene e impulsa tanto por la acción del individuo como por la de las personas más próximas que, en palabras de Oscar Wilde, “con las mejores intenciones obtienen los peores efectos”.
Rehenes alrededor de la personalidad dependiente
Quienes sufren esta patología se muestran incapaces no solo de afrontar las situaciones, sino también de asumir cualquier responsabilidad o decisión, por lo que piden constantemente apoyo, ayuda y protección, de modo que sus familiares se sienten obligados a intervenir para que ellos no se sientan angustiados. Esto dificulta gestionar la relación con dichos individuos de un modo no disfuncional.
Como se ha afirmado muchas veces, los temores, los miedos y las fobias solo pueden superarse personalmente; nadie puede hacerlo por nosotros. Cuando se constituye un modelo relacional en el que los otros son rehenes de nuestro malestar y se ven obligados a ofrecer ayuda incluso cuando saben que no están haciendo lo correcto, la patología resulta inamovible.
Este tipo de trastorno pone de manifiesto de manera inequívoca la otra cara de la moneda de la soledad angustiosa, en el sentido de que si uno es incapaz de estar solo para afrontar y superar los propios límites, la compañía y el apoyo de los demás se vuelven patológicos. La ausencia de soledad, vivida y gestionada, se convierte en el problema.