Cuando los pensamientos obsesivos se vuelven insoportables, Giacomo se dice a sí mismo que les está dando demasiada importancia y la mayoría de las veces estos desaparecen. Pero cuando desaparece la fijación, surge un nuevo problema: otros pensamientos se agolpan en la mente que se ha librado de la anterior obsesión. De modo que Giacomo no tiene un momento de tranquilidad: cuando se libera de un invasor y no es asediado por obsesiones específicas, es atacado “por la horda de bárbaros”.
Todos los días Giacomo se despierta temprano. A la hora del desayuno ya se presentan los pensamientos obsesivos, y al poco rato se siente tan débil que se ve obligado a meterse de nuevo en la cama (…)
Una pequeña tortura como solución
Terapeuta: Bien. Además hay una pequeña tortura que es toda para ti: quiero que desde hoy hasta que volvamos a vernos, cada hora del día, desde que te despiertes hasta que te acuestes -a las 8, a las 9, a las 10, a las 11, a las 12, etc, hasta la noche- cojas papel y pluma y, durante cinco minutos, anotes todos los pensamientos que tienes y que has tenido. Debes clasificarlos: pensamiento de este tipo, pensamiento de este otro tipo, pensamiento de aquel otro tipo, durante 5 minutos. Cuando hayan pasado los cinco minutos, paras, y hasta la hora siguiente. Es decir, quiero una especie de clasificación de tus pensamientos recurrentes y redundantes, tienes que ponerlos por escrito cada hora durante cinco minutos, ¿de acuerdo?
Pedirle a Giacomo que clasifique los pensamientos durante cinco minutos todas las horas permite ritualizar el hecho de pensar en esos pensamientos en espacios predeterminados y organizarlos mediante la catalogación, imponiendo un orden al fluir de las imágenes y pensamientos que el paciente percibe como “la horda de los bárbaros” y permitiéndonos asumir su control (Nardone, Portelli, 2013; Nardone, Balbi, Valteroni, 2013).
El inquisidor
Pasan dos semanas y Giacomo nos dice que las cosas están cambiando. Ha empezado a aclarar sus pensamientos: el hecho de tener que catalogar todo lo que le pasa por la cabeza le ha ayudado a sacar a la luz una expresión recurrente que nada tiene que ver con los pensamientos superficiales. A esta expresión el joven la llama “sabotaje” (…)
T: ¿Sabes lo que has de responder al inquisidor? (…) “Estoy contento, porque cuanto más intentas sabotearme más me ayudas”. Díselo (…) “Cuanto más me saboteas, más me divierto. Así que sabotéame, sabotéame, sabotéame”.
Con unas pocas palabras establecemos un doble vínculo del que el trastorno difícilmente podrá librarse.
Mediante una comunicación ambivalente, dirigiéndonos a veces al paciente, a veces a la voz, y otras a ambos, impedimos al inquisidor que haga daño, porque si sabotea, ayuda al terapeuta y al paciente: así que para sabotearlos ha de dejar de hacerlo. En ambos casos se anula la posibilidad de sabotaje por parte del inquisidor.