El músico bloqueado
Entre las personas con quienes más me gusta trabajar (habla Giorgio Nardone) figuran los músicos. Porque cuando son artistas de verdad, conjugan la disciplina rigurosa con la inspiración creativa.
Uno de los casos más simpáticos que se me han presentado fue el de un conocido violinista, que se había bloqueado en una fijación que reducía su rendimiento artístico. La situación era la siguiente: durante un concierto reciente, al llevar el arco a una posición muy cercana al rostro para obtener determinados efectos armónicos, había notado una fuerte contractura en el brazo y una repentina rigidez. Temiendo bloquearse, inmediatamente apartó el arco hacia el otro lado del violín, a fin de darle al brazo mayor apertura y aliviar la contractura.
El temor se convierte en obsesión: el músico bloqueado
Esta experiencia traumática le creó una situación de temor absolutamente inédita. Por primera vez empezó a considerar la posibilidad de un bloqueo durante una actuación. Al contraer demasiado el brazo para apartar el arco hacia la parte más interior del violín podría perder el control, con resultados desastrosos.
Debido a este temor, que se había convertido en una auténtica obsesión, tocaba el violín procurando no colocar el arco en la mitad del instrumento más cercana al rostro, a fin de evitar el riesgo de una posible contractura y, por tanto, de un posible error. Es evidente que esta postura disminuía su capacidad de ejecución. Hasta el punto de que él mismo decía sentirse un “músico a medias”, porque tocaba en la mitad del espacio de su violín (…)
Aunque ese espasmo muscular se le había presentado una sola vez, nadie podía garantizarle que no volviera a repetirse. Y esa falta de control le resultaba insoportable. Si pudiera tocar el violín sin apoyarlo en el rostro, más alejado del cuerpo, esto le permitiría superar esa desagradable situación.
Convertir la fragilidad en un punto de fuerza…
Mi sugerencia, inspirada precisamente en su fantasía ideal, fue que empezara a tocar el violín manteniéndolo más alejado del rostro, o bien apoyado en el hombro. Añadí que había conocido músicos que habían acrecentado su fama debido al uso poco común del instrumento musical (…) Él podría hacer algo semejante, transformando su limitación en un mérito adicional, su fragilidad en un punto de fuerza, su presunta incapacidad en una virtud superior.
Mi sugerencia le suscitó una gran curiosidad, y se puso manos a la obra.
Unas semanas más tarde trajo consigo el instrumento y me hizo una demostración tocando una breve pieza con el violín apoyado en el hombro, encajado entre el brazo y el pecho. Y utilizando todas las partes del instrumento. Esta treta le parecía realmente divertida (…) era una forma de exhibir aún más sus dotes interpretativas.
Decidimos entonces que su próxima actuación en público se haría de este modo, previa declaración de que tocaría utilizando una nueva técnica (…)
…y surcar el mar sin que el cielo lo sepa
Tuvo un éxito notable en una serie de conciertos, siendo más aclamado aún que antes (…) Lo que no había previsto, y que sin embargo formaba parte de mi estrategia, es que tras unas actuaciones brillantes con el nuevo método adaptado a la naturaleza de su problema, la solución llegó como un efecto aparentemente espontáneo. En un momento dado, mientras estaba actuando en un concierto, tendió de forma natural a adoptar la postura tradicional. Y a tocar todo el instrumento sin ningún problema. De modo que alternó de forma espontánea las dos posturas, según las exigencias.
Cuando volvimos a vernos, el violinista me preguntó si había previsto todo esto. Yo le respondí que si la mente se bloquea, cuanto más tratamos de desbloquearla más la paralizamos. Había sido necesario aplicar una estratagema con el músico bloqueado que le permitiera concentrar su atención en otra cosa, para que el objetivo apareciera de forma espontánea. Le expliqué además que en la tradición del arte de estratagema, este efecto se llamaba “surcar el mar sin que el cielo lo sepa”.