La felicidad y George Lucas
En una ocasión vi un programa en torno a la creatividad y en él hablaron del director cinematográfico George Lucas. Explicaron que en la escuela de cine, un profesor dio a los alumnos treinta metros de cinta con los que tenían que practicar una nueva técnica con la cámara. Teniendo en cuenta el elevado precio de la cinta, Lucas utilizó la suya no solamente para aprender dicha técnica, sino también para hacer una película experimental, que más tarde presentó a un certamen cinematográfico para estudiantes y se llevó un premio.
Adoptó esta táctica cada vez que conseguía algo de cinta, mientras que sus compañeros se quejaban porque nadie les dejaba hacer ninguna película. Lucas, sin embargo, siguió haciendo películas y su afición cada vez era más grande. El cine se convirtió en su pasión, en lo que más le fascinaba.
Él mismo dijo al respecto:
Debemos encontrar algo que nos guste hasta el punto de estar dispuestos a asumir riesgos, esquivar obstáculos y atravesar el muro que siempre vamos a tener en frente. Si no sentimos algo así con lo que estamos haciendo, terminaremos deteniéndonos ante el primer obstáculo considerable.
¿Qué es lo que te motiva o te llama?
Una vez, alguien preguntó a Henry Miller qué era lo que debía hacer para saber si tenía madera de escritor. La respuesta de Miller fue la siguiente:
Lo sabes cuando te das cuenta de que no puedes no ser escritor
Si la escritura te llama, si sientes la urgencia de ponerte a escribir, si no puedes evitarlo, entonces hazlo. Esto es, pues, lo que quiero decir con dejarte llevar por lo que te hace feliz. ¿Qué es lo que te motiva o te llama? ¿Cuáles son las cosas que te animan? ¿Para qué te parece que hayas nacido? ¿Haciendo qué cosas te sientes cómodo?
Estas preguntas, sin embargo, poco tienen que ver con lo que haces bien: un buen amigo mío era muy buen abogado pero en cambio no le gustaba nada su profesión. Le atraía seguir ejerciéndola por dinero y porque recibía cumplidos constantemente. No obstante, algo en su interior le decía que se estaba vendiendo al hacer algo en lo que sobresalía pero que al mismo tiempo no le reportaba satisfacción alguna. Al final, pues, abandonó la profesión y se dedicó a la construcción de viviendas asequibles y de calidad.
Hacer lo que nos hace sentirnos vivos
Dejarte llevar por la felicidad tampoco tiene nada que ver con lo que te proporciona un sentimiento de euforia circunstancial. Quizá te sientas en el séptimo cielo tras cobrar la paga de Navidad de un trabajo en la Bolsa o en una gran multinacional que en realidad te está consumiendo. Está claro que esto no guarda ninguna relación con dejarse llevar por la felicidad. Dejarse llevar por la felicidad significa hacer aquello que nos hace sentir vivos y que nos proporciona una enorme satisfacción.
Esto quizá signifique irnos a vivir a un pueblo donde no vayamos a ganar tanto dinero como en la ciudad, pero donde vamos a disfrutar del día de verdad, en vez de pasarlo desplazándonos de casa al trabajo y del trabajo a casa. O quizás signifique dejar el lugar donde vivimos para irnos a la ciudad y trabajar en lo que siempre hemos soñado o estar con la gente que queremos, aunque no nos guste la vida cosmopolita.
Pablo Neruda escribió un poema sobre el momento en que, siendo adolescente, descubrió que deseaba ser poeta. Una noche, de camino a casa, le salió su primer poema. Dicha experiencia le proporcionó tal energía y libertad que supo inmediatamente que tenía que seguir esa fuerza. Escribió Neruda:
Vi de pronto el cielo desgranado y abierto, y termina el poema diciendo:
Me sentí parte pura del abismo,
rodé con las estrellas,
mi corazón se desató en el viento.
No cabe duda de que estas eran sutiles pistas de su más profundo interior que le decían que ese era su rumbo y destino. Si sentimos que nuestro corazón se desata con el viento, que rodamos con las estrellas y nos sentimos parte pura del abismo, lo mejor que podemos hacer es estar atentos y seguir en esa dirección.
Las señales de la felicidad
Claro está que estas señales a veces pueden ser más sutiles, menos evidentes. Quizá tengamos que retroceder en el tiempo, incluso a nuestra infancia, y recordar cuáles eran las cosas que más horas de felicidad nos procuraban. Quizás estas cosas, actualizadas y con alguna pequeña variación, también sean válidas hoy (…)
Recuerdo una pista que era tan sutil y vaga que no he logrado comprenderla hasta hace poco, ya escribiendo este libro. Hace años solía ver una serie de tv llamada The Waltons, que seguramente muchos lectores recordarán. Me quedaba perplejo cada vez que la veía, porque siempre lloraba al final del episodio, y todos terminaban igual: la última escena mostraba siempre la casa de los Walton y se podía escuchar a los niños y a los padres dándose las buenas noches. Siempre era igual, y yo siempre lloraba.
Por aquel entonces me estaba formando como terapeuta familiar y matrimonial y ahora entiendo perfectamente el motivo de mi reacción. Me conmovía la unión que había entre los miembros de esa familia y yo precisamente deseaba ayudar a las familias a que consiguiesen esa misma unión. Casi todas las familias que conocía o de las que tenía referencias vivían en una situación en la que el amor y el dolor se entremezclaban.
Una respuesta emocional
Yo me dejaba llevar por lo que me conmovía y por ello deseaba ayudar a esas familias para que el amor fuese lo que reinase entre ellos. Claro está que este deseo era a su vez fruto de unas heridas, pues en el fondo todo guarda una relación.
Lo que te hace feliz es lo que te empuja, te da energía, te conmueve, lo que obtiene una respuesta emocional por tu parte. Esa serie de televisión me hacía llorar; sin embargo, me aficioné al programa. Algo en mi interior me estaba enviando una señal.