It is better to travel hopefully than to arrive.
Esto escribe R.L. Stevenson, citando un sabio adagio japonés. La traducción literal es naturalmente es mejor viajar lleno de esperanzas que llegar a puerto. Quiere decir que la felicidad está en la salida y no en la meta (…)
También G. B. Shaw toca este tema en su famoso aforismo, plagiado con frecuencia: “En la vida hay dos tragedias. Una es el no cumplimiento de un deseo íntimo; la otra es su cumplimiento” (…)
Alfred Alder se engolfó en este problema. Su obra entre otros temas se ocupa con detalle del estilo de vida del que está en viaje permanente y pone sumo cuidado en no llegar nunca (…)
El desasosiego de la llegada
No pretendemos vender gato por liebre: en la luna de miel se acaba la miel antes de lo previsto; al llegar a la ciudad lejana y exótica, el taxista ya está al acecho para tomarnos el pelo; superar con éxito el examen decisivo es mucho menos impresionante que la invasión complementaria e inesperada de complicaciones y quebraderos de cabeza; y hablar de la serenidad del crepúsculo de la vida después de la jubilación, como se sabe, no es para tanto.
¡Pamplinas!, dirán los más impetuosos, quien se conforma con unos ideales tan delicados y anémicos bien merece que al final reciba un desengaño. ¿Acaso no sucede que el amor apasionado al desahogarse se supera a sí mismo? ¿No se da la ira sagrada que empuja al acto embriagador de la venganza por la justicia y que instaura de nuevo la justicia en este mundo? ¿Quién puede aquí hablar todavía del desasosiego de la llegada?
Las reflexiones de George Orwell
Lo malo es que, aun con esto, son muy pocos los que consiguen llegar. Y si alguien no lo cree, que lea lo que un personaje tan privilegiado como George Orwell dice sobre el tema “la venganza es amarga” (…)
En 1945, Orwell, en calidad de corresponsal de guerra, visitó entre otras cosas, un campamento para criminales de guerra. Allí fue testigo de como un joven judío de Viena daba una descomunal patada al pie magullado, hinchado y deforme de un preso que había ocupado un cargo importante en el departamento político de la S.S.
Sin duda (el agredido) había tenido campos de concentración bajo su mando y había ordenado torturar y ahorcar. En pocas palabras, él representaba todo aquello que habíamos combatido durante cinco años…
Es absurdo reprochar a un judío alemán o austriaco que devuelva a los nazis el mal sufrido. Sabe el cielo las cuentas que este joven quería ajustar; es muy probable que toda su familia fuese asesinada; y, al fin y al cabo, hasta un fuerte puntapié a un preso es algo insignificante comparado con los horrores cometidos por el régimen de Hitler.
Pero esta escena y muchas otras que vi en Alemania pusieron de manifiesto ante mis ojos que toda esta idea de represalias y castigos es una imaginación pueril. Propiamente no existe esto que llamamos represalia o venganza. La venganza es algo que uno quisiera realizar y porque uno se siente impotente: tan pronto como se elimina esta sensación de impotencia, desaparece también el deseo de venganza.
¿Quién no habría saltado de alegría en 1940 solo de pensar que podría ver a oficiales de la SS pisoteados y humillados? Pero cuando ello se ha convertido en posible, su puesta en práctica adquiere un aspecto patético y repugnante.
Y luego, en el mismo ensayo, Orwell cuenta que, pocas horas después de la toma de Stuggart, entró en la ciudad con un corresponsal belga.
El belga -¿quién podría echárselo en cara?- repudiaba a los alemanes con más aspereza que los ingleses o americanos.
…Tuvimos que pasar por un puente estrecho de peatones que los alemanes por lo visto habían defendido encarnizadamente. Un soldado caído estaba al pie de la escalera del puente tendido boca arriba. Su rostro tenía un color amarillento de cera…
El belga apartó la vista cuando pasamos a su lado. Casi al final del puente me confesó que este era el primer muerto que había visto en su vida. Tendría unos treinta y cinco años y había hecho propaganda de guerra cuatro años a través de la radio.
La experiencia decisiva y el desasosiego de la venganza
Esta única experiencia de llegada fue decisiva para el belga. Su actitud frente a los boches cambió de raíz:
...Cuando se despidió, dio a los alemanes de la casa donde estuvimos alojados, el resto del café que habíamos traído. Seguramente, una semana antes se hubiera escandalizado de pensar que iba a regalar café a un boche. Pero sus sentimientos cambiaron del todo (…) de repente tomó conciencia de la gravedad de la guerra. Si, por casualidad, hubiésemos tomado otro camino para entrar en la ciudad, a lo mejor se habría ahorrado esta experiencia de ver a un único muerto de los veinte millones que esta guerra tuvo por resultado.
Pero volvamos a nuestro tema. Si ni siquiera la venganza es dulce, mucho menos lo será la llegada a la supuesta meta feliz. Por este motivo: cuidado con la llegada. (Nota marginal: ¿Por qué cree usted que Thomas More dio a la isla lejana de la felicidad el nombre de Utopía, que significa “en ninguna parte”?
(Alcanzar la meta)
Como siempre gran aprendizaje, saludos. Después de autorealizarte, se debe iniciar un nuevo propósito.