Mindfulness y otras técnicas tibetanas
En los últimos años, el enfoque conductual ha evolucionado haciendo suyas ciertas enseñanzas tibetanas. Insignes estudiosos como Goleman y Davidson (2017), en virtud de sus relaciones directas con el Dalai Lama (Tenzin, Goleman, 2003, 2004), han retomado algunas técnicas tibetanas como
- el mindfulness,
- la aceptación y
- la compasión.
Convirtiéndolas en la piedra angular del cambio psicofisiológico.
Desde el adiestramiento conductual se ha pasado al mental focalizado sobre la conciencia y la gestión de las propias funciones psicofisiológicas. Los libros sobre mindfulness, aplicados a cualquier ámbito, se han convertido bien rápido en best sellers. Por otra parte, la unión entre una visión científica occidental y las pràcticas basadas sobre la sabiduría oriental ejercen siempre una gran fascinación. Y la considerada “ciencia de la consciencia” (Solomon, Siegel, 2017) domina hoy la escena de las teorías del cambio en la cultura americana.
El problema surge en la aplicación a la psicopatología
El problema con esta perspectiva, sin duda eficaz como vehículo de crecimiento personal, surge cuando se aplica de manera indiferenciada a las diversas formas de psicopatología como si fuese una suerte de panacea universal.
Si, de hecho, aplico el mindfulness a un sujeto con una forma severa de ataque de pánico, la mayor conciencia de su sentir y actuar no lo ayudará de hecho a superar su trastorno porque, como sostiene LeDoux (2015), el máximo estudioso de los mecanismos de la ansiedad, la superación de un problema de este tipo requiere experiencias concretas de cambio en la percepción del miedo como una realidad gestionable y, por ello, la conciencia mental no basta.
Además, como hemos comentado, la vía del cambio desde el alto hasta el bajo, es decir, desde la corteza al paleoncéfalo, resulta mucho menos eficaz que su contrario. Es decir, desde el bajo al alto, del paleoncéfalo a la corteza.
En otros términos, para superar un miedo invalidante sirven experiencias concretas vividas primero de manera inconsciente, que solo en un segundo momento pasan a ser conscientes.
Los datos de la investigación de campo
Después de todo, la investigación empírico-experimental sobre el campo (Nardone, 1993, 2000, 2003a, 2016a), y no la de laboratorio, demuestra cómo el pánico se puede superar más eficazmente y eficientemente mediante estrategias terapéuticas constituidas a partir de estratagemas que permiten literalmente “surcar el mar a espaldas del cielo” al paciente. Gracias a estas experiencias buscadas, vividas como efecto de prescripciones sugestivas que distraen a la mente consciente, la persona experimenta un cambio concreto perceptivo-emocional que permite la experiencia de cambio.
Nuestras percepciones, de hecho, activan muchas más respuestas, no mediadas por la consciencia, respecto a las producidas conscientemente. Esto es particularmente evidente en el caso del miedo, donde las reacciones al estímulo amenazante se activan en milésimas de segundo. Gracias a esta rapidez, pueden incluso salvarnos la vida. Como cuando evitamos caer tras tropezar, por una rapidísima reacción de recuperación del equilibrio que, si procediese de la consciencia, no podría nunca ser por ello eficiente.
La sobrevaloración del pensamiento y de la consciencia respecto a la intuición y a la inconsciencia es uno de los mayores limites de la ciencia occidental, que se reverbera un poco en todas las disciplinas, además de las psicológicas, que más que ninguna otra deberían considerar sin prejuicios y autoengaños las dinámicas internas y externas al hombre (Nardone, 2017) (…)
Primero es la experiencia y luego el aprendizaje
El cambio, de hecho, se produce la mayoría de las veces independientemente de lo que se ha aprendido. Incluso es a menudo el producto de descubrimientos que solo después se convertirán en aprendizajes.
Jean Piaget, fundador del estudio de las cogniciones, en “La construcción de la realidad en el niño” (1937) demuestra claramente como estos construyen sus elaboraciones cognitivas solo tras descubrimientos conducidos por la experiencia concreta. Es decir: son los cambios experimentados los que producen los aprendizajes y no al revés (…)
Basta ver que nuestras percepciones de la realidad son tanto más fuertes cuanto más experimentamos contrastes perceptivos. Por ejemplo, si salgo de un ambiente cálido la temperatura exterior templada me parecerá fría. Y al contrario, si entro en un ambiente templado, viniendo de un exterior frío, la sentiré cálida. El cambio amplifica las sensaciones porque el contraste perceptivo es lo que estimula nuestro modo de experimentar la realidad. Si, de hecho, un fenómeno mantiene constante su estímulo, nuestra percepción se embota, siente cada vez menos, hasta la habituación.
Esta fundamental ley de la percepción, demasiado a menudo olvidada, demuestra, más que ninguna otra argumentación, la importancia del estudio de los procesos de cambio desde el momento que estos representan la dinámica principal de nuestra percepción y reacción. Para después comprender y conseguir planificar nuestra actuación.
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