La mujer que transformó su deseo de venganza en una vida nueva
El diagnóstico de positiva en VIH lo había recibido a los 17 años. Un regalo de mi primo y único novio, había subrayado Ángela. Cuando llegó a nosotros tenía ya 25, y desde entonces había evitado que se le acercara ningún hombre (…)
La mujer no se había dirigido a nosotros por miedo a la muerte, de hecho había comprendido que gracias a las nuevas terapias podría incluso vivir bastante sin grandes efectos colaterales, y justamente por ello no quería ya continuar viviendo como en los últimos 7 terribles años. Años de rabiosa rumiación sobre su novio, que habían desembocado, desde hacía poco, en deseos de venganza (…) La rabia corroe como un veneno y la venganza (fuente de inmediato placer para la mente) se convierte en el suero que, aparentemente, alivia el sufrimiento (…)
Rabia, deseos de venganza (utilizada como morfina para no sufrir tanto), envidia (el dolor de lo que no podré tener pero que los demás tienen) y vergüenza (por haberse convertido en lo que nunca habría querido ser) (…)
Tratamiento de los deseos de venganza
Además de trabajar la rabia a través de las cartas de las que ya hemos hablado, en casos como este se procede según la lógica de la antigua estratagema china matar a la serpiente con su propio veneno (Nardone, 2003b). Le pedimos a la mujer que elabore cada día, por escrito, todos los planes de venganza que le habría gustado poner en práctica respecto a su ex novio. Cada día tendría que elegir uno nuevo y describirlo detalladamente por partes. Una verdadera escenificación que desde el proyecto continua hasta el epílogo deseado.
Esta maniobra permite, por un lado, concederse el placer de la venganza sin pasar vergüenza; paralelamente, además, desmonta gradualmente el propio placer que, justamente porque se ha prescrito y vuelto voluntario, finalmente ya no es tan perturbador y placentero. La venganza pierde de este modo toda su fascinación, la rabia fluye dejando espacio al dolor, que emerge en todo su espantoso esplendor (…)
Aparece la vergüenza
Hay experiencias traumáticas que más allá del dolor dejan una señal indeleble de la que nunca se querría hablar: la vergüenza. Avergonzarse de aquello de lo que no se tiene culpa no es menos invalidante que avergonzarse de aquello de lo que uno se siente responsable (…) Desaparecer, esconderse, hacerse invisible resulta el único antídoto para no sentir el mal de la propia lástima. Por esto Ángela no dejaba que nadie se le acercara: por el miedo de que los demás viesen lo que ella no habría querido nunca ser, una apestada, usando sus propias palabras (…)
Este valiente viaje de reapertura y confianza hacia los demás debía hacerse con total respeto a los tiempos de la persona, guiándola a hacer solo los pasos que en aquel momento se sentía capaz de hacer, sin forzar ni empujar (…)
Angela (…) ha encontrado un compañero maravilloso y hoy vive su presente con serenidad. El pasado ya es un lejano recuerdo. Un futuro la espera por delante.