Uno de los problemas más frecuentes es el de las dificultades lingüísticas del niño: incapacidad de pronunciar correctamente las palabras, repetición de algunos sonidos, incluso mutismo selectivo, esto es, negativa o incapacidad de comunicarse verbalmente. La reacción más típica de los padres en estos casos consiste en solicitar continuamente del niño un intercambio comunicativo, en un intento constante de corregir los defectos, integrar las palabras que faltan o, en el caso del mutismo, de empujarlo cariñosamente a hablar. También en este caso nos encontramos ante intentos fallidos de superar la dificultad. De nuevo el problema del niño se transforma en un instrumento de poder hacia los padres, o simplemente en una forma de obtener más atenciones y mimos.
Soluciones
En el primer caso, en vez de intentar corregir, el padre debe fingir que no entiende. Y responder a las demandas del niño diciendo: Perdona, no entiendo, ¿qué quieres decir? El niño responderá tratando de hacerse entender y, sin darse cuenta, corregirá la pronunciación y el habla. Una vez más, una pequeña frustración de la conducta que hay que corregir se convierte en el arma ganadora.
Si el niño recita frases o sonidos solo de vez en cuando, no hay que preocuparse: forma parte de un juego simbólico e imaginario. Pero si sucede con mucha frecuencia, la intervención consistirá en llamar al niño varias veces al día para pedirle que recite de corrido su ritual durante un minuto delante de los padres.
Por lo general, bastan unos días de “escenario planificado” para que el niño se niegue a exhibirse, cesando así la ritualidad verbal.
Mutismo rígido
Finalmente, ante una situación rígida de mutismo, situación que enciende todas las alarmas porque evoca el fantasma de trastornos neuropsicológicos importantes, los padres con una calma ostensible deben evitar hablar directamente al niño. También deben evitar responder a sus peticiones a través de otros canales de comunicación, como gestos, guiños o comunicación no verbal, fingiendo que no pueden entender lo que les pide. También en este caso la técnica del sabio que se finge tonto produce a menudo los efectos deseados.
En una variante de intervención, el niño manifiesta problemas con los adultos pero no con otros niños. En este caso evitaremos dirigirnos directamente a él y utilizaremos a los otros niños como intermediarios. La mayoría de las veces el niño tolera mal la exclusión y la valorización del otro. Y para rebelarse ante esto se expresa directamente con el adulto. Esta estrategia es especialmente importante en los contextos escolares, donde es el que enseña quien deberá ponerla en práctica.