Un joven se adentró por primera vez en un bosque que estaba cerca de su casa. Le tenía mucho miedo y respeto a la soledad. Justo en ese momento empezó a oír algo que se movía sigilosamente entre los matorrales. Probablemente, le estaba siguiendo alguien. “¿Quién anda ahí?”, gritó con fuerza.
Y los montes le devolvieron el grito multiplicado: “¿Quién anda ahí?”
A esas alturas estaba completamente convencido de que alguien se había escondido en los matorrales. Cada vez estaba más asustado. Le empezaron a temblar las manos y las piernas y el corazón le latía muy rápido. Armándose de valor. le gritó a la persona que estaba escondida: “¡Eres un cobarde!”. Armándose de valor, hizo un último esfuerzo y volvió a gritar: “¡Te voy a matar!”.
El chico salió corriendo hacia el pueblo. El eco de sus pisadas le perseguía como si fuese otra persona, pero ya no tenía el valor de darse la vuelta y mirar. Al llegar a la puerta de su casa, se desmayó. Cuando recuperó el sentido, contó todo lo que le había ocurrido. Su madre, al oírle, se echó a reír y dijo: “Mañana vuelve a ese sitio y dile a esa persona misteriosa lo que te voy a decir. Yo le conozco. Es un hombre muy bueno y cariñoso.”
El niño volvió al día siguiente. Al llegar al mismo sitio, dijo: “¡Amigo!”. Oyó un eco que le decía: “¡Amigo!”. Oír esa voz amistosa le consoló, y dijo: “¡Te quiero!”. El monte y el bosque le repitieron: “¡Te quiero!”
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