Había una vez una madre que se sentía inmensamente feliz porque había dado a luz a un niño de una belleza extraordinaria. ¿Qué quiere decir bello? No es que fuera absolutamente bello, pero era agraciado.
Lo sabemos muy bien: cuando la belleza no se manifiesta en su forma más pura, sino cuando en algunos puntos, en algunos pocos, raya en lo no bello, entonces surge un atractivo único, entonces esa belleza adquiere un algo especial y excitante. El muchacho del que vamos a hablar tenía esta belleza interesante, excitante y atractiva.
El muchacho se llamaba Narciso. Su cabello rubio le acariciaba el rostro como si fuera oro, sus cejas no eran perfectas, pues en el centro se elevaban ligeramente, y sus ojos eran de un azul verdoso. Al hablar hacía una pequeña mueca en la comisura de los labios, no era grande, pero torcía ligeramente la boca al hablar, y esto confería un carácter extraordinariamente dulce a su rostro.
El adivino Tiresias
A la madre le hubiera gustado no dejar volar nunca al pequeño Narciso y le preocupaba el futuro del pequeño. Por ello fue a ver al adivino Tiresias.
-¿Vivirá muchos años mi querido Narciso?- preguntó. ¿Tendrá una vida larga?
Tiresias examinó al muchacho, con las manos recorrió su rostro -porque Tiresias era un adivino ciego-, pasó la mano por el rostro y los hombros del muchacho, hizo que le dijera unas palabras y mientras Narciso hablaba le tocó la boca con la punta de los dedos. Sintió que torcía ligeramente la boca al hablar y por medio de sus dedos Tiresias supo que esto debía de conferirle un aspecto sumamente atractivo.
-Sí, mujer- dijo Tiresias, anunciando finalmente su profecía-, Narciso vivirá muchos años, pero sólo bajo la condición de que él mismo no se descubra.
La madre no supo cómo interpretar la sentencia.
-¿Qué significa esto? -preguntó.
-De hecho no debería comentar mis sentencias, eso las priva del atractivo de lo enigmático. Pero esta vez, y como tienes un hijo tan extraordinariamente bello, cuya belleza raya casi en lo no bello, por lo cual resulta tan atractivo, por todo esto te diré lo que creo.
“Que no descubra que es bello”
No hay problema si descubre su alma, incluso puede descubrir sus capacidades mentales, todo esto no le hará ningún daño. Pero no ha de descubrir que es tan bello. Es preciso que piense que su aspecto es normal. Mejor todavía si su aspecto no le interesa, entonces vivirá muchos años. Pero no puedo decir nada más que esto.
La madre tuvo que contentarse con estas palabras.
Narciso no era más que un niño y no tenía ningún interés en reflexionar sobre sí mismo. Todos lo admiraban, pero esto no le provocó una actitud arrogante, ni siquiera se daba cuenta de lo que hacían. La madre evitaba cuidadosamente alabar la belleza de su hijo en su presencia. Incluso adoptaba un tono algo brusco cuando trataba con él.
Eco y Narciso
Un día la ninfa Eco vio a Narciso jugando cerca del agua. Tenía ya unos 15 años y en el labio superior había aparecido ya el primer vello. No hace falta recordar que esto acentuaba aún más su hermosura, esa hermosura tan especial. Eco lo observaba en secreto. ¡Y se enamoró locamente de Narciso!
Eco se había enamorado, pero Narciso no se había dado cuenta. No le hizo caso; la saludó amablemente, ella respondió al saludo y luego él volvió a dedicarse a lo suyo. Eco se sintió profundamente ofendida y se dirigió a Némesis, la diosa de la venganza.
-Te pido que vengues esta afrenta- dijo-, no soporto que se me ignore.
Némesis se quedó muda. No quería que Eco repitiera sus palabras.
El reflejo
¿Cómo fue esa venganza? Némesis atrajo a Narciso hacia un pequeño lago dentro del bosque. Allí hizo que el cuchillo que sujetaba Narciso se cayera. Al inclinarse para recogerlo, Narciso vio su reflejo en el agua.
A partir de ese momento quedó prendado de su imagen, no podía hacer nada para evitarlo, quería mirarse una y otra vez. Se miraba, levantaba las cejas para observar el atractivo con el que se levantaba y hablaba para ver cómo se le torcía la boca ligeramente y componía ese mohín tan agradable. Le era imposible dejar de contemplar su reflejo. Allí mismo, en ese mismo lugar, se quedó mirándose hasta morir. De entre sus restos surgió una flor, el narciso.
(De “Breviario de Mitología Clásica”. Michael Köhlmeier. Edhasa)