"La estupidez estratégica"Otros trastornosmegalomanía

Este perfil, tan antiguo como moderno, esta representado por aquel que después de haber obtenido un éxito se convence de ser “el mejor”, el más amado e insustituible.

En esta suerte de trance por exaltación de sí mismo, pierde la lucidez, las virtudes y las capacidades estratégicas que le han permitido conseguir el éxito y termina por realizar gestos tan excesivos que incluso aquellos que al principio lo han aclamado ahora lo rechazan.

En la historia esto les ha sucedido a líderes, artistas, científicos, políticos y otras figuras. Borrachas de su éxito, como en estado de embriaguez, han cometido errores imperdonables que en un cerrar de ojos le han hecho perder la popularidad y el poder adquirido.

Con el perfil que examinamos, estamos frente a una persona dotada que actúa de manera estratégicamente estúpida por exceso de sobrevaloración de sí misma, como consecuencia paradójica de la sorprendente demostración de sus méritos.

Se dice que “nada es más peligroso que el éxito” si no se es capaz de sostenerlo psicológicamente y de evitar caer en la autoexaltación.

Esta aparentemente absurda dinámica mental es una psicotrampa decididamente común y representa la quintaesencia de la estupidez estratégica de los inteligentes y virtuosos.

Como es bien conocido por los expertos en psicopatología, las dotes intelectuales, creativas o atléticas sin equilibrio mental a menudo están en la base de las peores formas de locura, empujadas por un delirio de omnipotencia.

Son tantos las grandes personalidades que en la historia de la humanidad han constituido y continuan constituyendo la prueba viviente de este fenómeno, que podríamos definirlo como axiomático.

El plagiador en serie: una variante de la megalomanía

En los últimos decenios asistimos a la propagación de una variante solapada de la megalomanía: la del plagiador en serie. Es decir, la de aquel que para obtener éxito plagia obras, invenciones o simplemente méritos de otros que vende como suyos. Lamentablemente, en el mundo de la comunicación de masas, sin controles efectivos sobre la calidad, el plagio se hace cada vez más fácil, por lo que tal práctica se ha difundido a todos los niveles (…)

Esta práctica se ha venido realizando en los ámbitos profesionales y científicos, además de los artísticos, provocando daños peligrosos en quien se fía de tales plagiadores, que después, la mayoría de las veces, terminan por desvelar su inconsistencia y su verdadera identidad (…)

La mayor parte de ellos lo hace para acreditarse profesionalmente, sin reflexionar sobre el hecho de que si plagia a alguno muy conocido la cosa se descubrirá. Pero el mecanismo mental que se inicia es el del autoengaño por el que el sujeto que miente se convence de que la falsedad que declara es la verdad (…)

La estrategia para gestionar estas dos variantes de megalomanía la representa una táctica ambivalente:

Evitar con estos sujetos descender a su terreno de la polémica porque nos pondríamos a su nivel, terminando por darles publicidad o crear el “efecto víctima”. Así como avergonzarlo elegantemente e irónicamente, felicitándolo por su gran habilidad de “copiador”, especialidad que requiere grandes competencias como demuestran los pintores que realizan copias de las pinturas de grandes artistas, las cuales a menudo se diferencian con dificultad de las originales.

En otros términos, una elegante descalificación que se basa sobre la estratagema de “mentir diciendo la verdad”, que tiene como efecto el de “matar al enemigo con su propio puñal”. (Nardone, 2003)

(Extraído y traducido de aquí)

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