La segunda clase de soluciones que complican los problemas en vez de resolverlos, bastante frecuente en el campo de la terapia de la mente, es aquella relativa al requerimiento terapéutico: “Sé tú mismo”, o “debes encontrar tu verdadero yo”, o incluso “Debes expresar espontáneamente tu Ser”.
Como si el “Yo” fuese una realidad tangible, concreta y constante dentro de cada individuo. Y como si fuese posible ser voluntariamente espontáneo. ¿Quién nos dirá cual es nuestro verdadero Yo y nuestra auténtica espontaneidad? ¿El terapeuta?
LOS ESTUDIOS DE LABORIT
Pero, a tal respecto, la argumentación más fuerte contra la creencia en la existencia del Yo como realidad concreta y constante y en su auténtica espontaneidad nos viene de los estudios de Henry Laborit (1982), Premio Nobel de biología, que demostraron que la espontaneidad sería sólo el último aprendizaje convertido en repertorio de acción automática.
En otros términos, el presupuesto teórico que está en la base de la disposición y las acciones terapéuticas anteriormente descritas, o sea, la existencia de una entidad concreta y constante como el Yo con su necesidad de espontaneidad y auténtica realización, parece ser del todo infundado.
Un ser humano está controlado por el ambiente y controla a su vez el ambiente que le influye a él y a los demás (Elster 1983).
Debe venir obligatoriamente la sospecha de que tal presupuesto, que seguramente expresa un significado místico y ascético, no posea ningún valor científico, y menos aún alguna utilidad terapéutica.
¿Se puede intentar ser uno mismo?
Lo que de verdad resulta grotesco es que, como es bien sabido por los estudiosos de la paradoja, el requerimiento de ser espontáneo supone por si mismo un límite a la espontaneidad.
El paciente guiado por un terapeuta que asume esta particular forma de teoría y praxis, se encuentra que recibe repetidamente mensajes paradójicos que lo ponen en un estado de constante frustración e incapacidad.
CONCLUSIÓN Y EXPERIMENTO DE LOS 3 CUBOS DE AGUA
Para concluir, me parece útil citar un simple experimento que de manera limpia y cristalina demuestra cómo nuestra percepción y nuestras representaciones mentales pueden ser falaces. Y cómo, por tanto, es absolutamente ridículo concebir la idea de una entidad constante e inmutable dentro de nosotros.
Probad a poner delante de vosotros tres cubos llenos respectivamente uno con agua muy caliente, otro con agua muy fría y otro con agua tibia. Después introducid vuestra mano derecha en el cubo de agua caliente y vuestra mano izquierda en el cubo de agua fría, para luego sumergir las dos en el cubo de agua tibia. Tendréis la neta pero ambigua sensación de que para la mano derecha el agua estará fría y para la mano izquierda el agua estará caliente. Y sin embargo el agua es siempre la misma.
(Traducido de “Manuale di sopravvivenza per psico-pazienti. Come orientarsi nella giungla delle terapie della mente“. Giorgio Nardone. Tea practica) Intentar ser uno mismo
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