Los efectos psicosomáticos de la rabia
Tradicionalmente se ha venido considerando dañina la rabia reprimida. La visión de nuestro mundo psíquico como una suerte de sistema hidraúlico cerrado, típico del psicoanálisis freudiano, inducía a considerar que, si no se descargaba de algún modo al exterior (…) daría origen a síntomas o trastornos de naturaleza psicosomática (…)
En realidad, el modelo energético de la rabia como algo a descargar es demasiado simple. Lo demuestra el hecho de que las personas que la manifiestan abiertamente no están exentas de somatizaciones o síntomas físicos ligados a esta emoción, como el modelo induce a creer. Respecto a los no coléricos, aquellos que dan libre desahogo a la rabia no solo se arriesgan a dañar a su propio bienestar físico y la propia vida relacional, sino que tienen un mayor riesgo de desarrollar trastornos físicos, sobre todo a nivel cardiovascular. Manifestar la rabia, por tanto, no conduce a su reducción, sino que por el contrario amplifica su duración y sus efectos, incluso a nivel fisiológico (Tavris, 1989; Sapolsky, 2004).
Trastornos psicosomáticos debidos a la rabia
También un alto nivel de hostilidad, característica principal de la famosa personalidad de tipo A, es un fuerte predictor de enfermedades cardíacas, coronarias, aterosclerosis, ictus hemorrágico, de un nivel superior de mortalidad (…)
De hecho, las personas definidas como hostiles, aquellas que tienden a ponerse nerviosas y enfadarse frecuentemente (independientemente del hecho de que manifiesten o no la propia rabia), producen más adrenalina y noradrenalina en el flujo sanguíneo y suelen tener una presión sanguínea más alta, además de toda una serie de efectos indeseables a nivel de sistema cardiovascular.
Es interesante destacar que, si la tendencia a la hostilidad de estas personas se reduce gracias a la psicoterapia, incluso el riesgo de posteriores enfermedades cardíacas disminuye significativamente (Sapolsky, 2004).
Podría parecer que lo más sabio respecto a nuestra salud sería reprimir la rabia o, al menos, esconderla bajo el resentimiento y el rencor. Lamentablemente, no es así: muchas investigaciones demuestran que también la constante represión de la rabia o su constante rumiación, está en la base de numerosos trastornos físicos: migrañas y cefaleas de varios tipos, bruxismo, trastornos en el aparato digestivo (reflujo, gastritis, úlcera), trastornos cardiovasculares.
Las personas que viven en un estado de resentimiento y rencor crónico presentan también elevados niveles de cortisol, la famosa hormona del estrés, que influye negativamente sobre el funcionamiento del sistema inmunitario, nuestra muralla defensiva contra las enfermedades (Barcaccia, Mancini, 2013; Saczuk, Lapinska, et al., 2019; Worthington, Nathaniel, Wade, 2019). Quizás a esto se refería Cesare Pavese cuando en El oficio de vivir sostenía: Se acumula rabia, humillaciones, angustias, llantos, frenesí, y finalmente se encuentra un cáncer, una nefritis, una diabetes, una esclerosis que nos aniquila.
¿Soltar o reprimir?
Pero entonces, ¿conviene dar libre desahogo a la rabia o retenerla? La situación parece un dilema sin salida. En realidad, solo en apariencia, porque lo que hace que la rabia sea potencialmente dañina para la salud no depende del hecho de que esta se manifieste o no, sino de la capacidad de gestionarla de manera eficaz (…) esto significa saber utilizar lógicas no ordinarias que calcen con su funcionamiento, convirtiéndonos así en hábiles domadores y caballeros de montura potente y salvaje.