Escuela de Palo Alto y Watzlawickcómo acabar

Cuando el cliente se presenta en la sesión y dice que el problema en cuestión ha mejorado en una medida que le satisface, el terapeuta puede sugerir que se suspenda el tratamiento. Sin embargo, esta sugerencia no se formula de un modo terminante, dado que el terapeuta quiere comprobar cuál es la reacción del cliente ante la idea de interrumpir el tratamiento.

Por ejemplo, muchos clientes afirman que el tratamiento ha respondido como ellos esperaban, pero que la idea de suspenderlo sin más les intranquiliza. Otros, en cambio, se mostrarán de acuerdo en que es el momento adecuado para darlo por concluido y no manifestarán casi ninguna preocupación por ello.

La inquietud final

Se expresen o no dudas al respecto, es frecuente que la mayoría de los clientes experimenten cierta incertidumbre acerca de la eficacia de los logros del tratamiento una vez que éste haya terminado. Y algunos pacientes se muestren bastante explícitos en relación con el tema.

Si el cliente, preocupado por la persistencia de los resultados, se esfuerza demasiado por “hacer que las cosas vayan bien”, es más probable que se de un empeoramiento del problema. En esta eventualidad, el cliente logra que se cumpla su propia profecía de que las cosas podrían no ir bien. Por eso, al acabar, el terapeuta desea evitar esa posibilidad y ayuda al paciente a no sentirse inquieto por la perspectiva de que las cosas quizás empeoren después de finalizar.

Sin embargo, es probable que una garantía meramente verbal no ayude a que se tranquilice el cliente aprensivo. Al contrario, es posible que éste interprete las manifestaciones tranquilizadoras como un mero intento de ahuyentar temores muy justificados. O quizás el cliente piense que el terapeuta no es consciente de la fragilidad de sus logros.

En esta eventualidad, el cliente se vuelve aún más reticente con respecto a la terminación. En consecuencia debe el terapeuta dejar de lado sus intentos de conseguir que el paciente se tranquilice y por el contrario definir el empeoramiento como un acontecimiento esperado y consiguientemente normal, o incluso llegar a redefinirlo como acontecimiento positivo. Entonces, el cliente que acaba el tratamiento puede aceptar con menos tensiones un hipotético empeoramiento y no aterrorizarse ante él.

No más mejoras

Se suele utilizar una clase de redefinición que pertenece al ámbito de las intervenciones del tipo “no apresurarse”. En esencia, el terapeuta comienza por reconocer que ha habido una mejora pero a continuación intercala el comentario de que, por deseable que haya sido el cambio, ha ocurrido con excesiva rapidez.

Las mejoras que aparecen lentamente, paso a paso -explica el terapeuta- son las que probablemente se transformen en cambios más consolidados, cambios que permiten asimismo una adaptación gradual. Después se le dice al cliente que de momento no haga más mejoras, aunque el tratamiento esté finalizado.

Incluso provocar un empeoramiento

Con los clientes que se manifiesten claramente aprensivos acerca de la terminación el terapeuta puede agregar que hasta resultaría beneficioso que el cliente hallase algún modo de provocar un agravamiento del problema, al menos temporalmente. Aunque todo esto parezca negativo y pesimista, hay varias características que lo convierten en un mensaje implícitamente optimista.

En primer lugar, al cliente se le está comunicando implícitamente que ha obtenido avances muy considerables durante el tratamiento, tan considerables que no tiene que lograr otras mejoras, por lo menos de inmediato. En segundo lugar, puesto que se le ha pedido que provoque un empeoramiento, si éste se presenta, el cliente pensará que se trata de algo que está sometido a su control. Por último, el empeoramiento en sí mismo ha sido definido como un acontecimiento positivo y no como un fracaso en el mantenimiento de las mejoras.

El objetivo evidente de todo esto es reducir al mínimo la reaparición del problema, ayudando a que los pacientes se sientan menos preocupados por la terminación del tratamiento. En el peor de los casos, si se presenta un agravamiento lo bastante importante como para exigir que el paciente vuelva a someterse a tratamiento, la credibilidad del terapeuta se mantiene íntegra, o incluso se eleva, y el tratamiento posterior se inicia con buen pie.

Fórmulas que se deben evitar

Como mínimo el terapeuta debe evitar una despedida formulada en estos términos: Fíjese en lo mucho que ha conseguido; sabía que podía hacerlo usted, y estoy seguro de que las cosas marcharán perfectamente.

Se requiere un notable autocontrol para no sumarse al talante de celebración y, por el contrario, asumir una actitud dubitativa y cautelosa. Sin embargo, en tales casos ello resulta de la mayor importancia, puesto que el cliente complacido sentirá terror ante un hipotético empeoramiento que disgustaría a su terapeuta. El hecho de advertirle que no haga más progresos, he incluso que provoque un empeoramiento, sirve para aliviar su preocupación.

Otra entrevista

Hay ocasiones en que un paciente, aunque se halle satisfecho con los resultados del tratamiento, manifiesta preocupación porque éste finaliza. Y afirma explícitamente que cree que las cosas se deteriorarán si no continúa bajo la guía del terapeuta (…) Su grado de aprensión puede inducirlo a buscar la más pequeña prueba de que las cosas se van efectivamente deteriorando. (…)

Se evitará esta eventualidad si el terapeuta insiste en realizar al menos otra entrevista, preferiblemente dentro de dos o tres semanas. Pero con la condición de que la paciente debe acudir a la entrevista aun en el caso de que piense que, en realidad, no necesita volver.

En el período que transcurre entre la última entrevista y la “realmente última” es poco probable que el cliente busque la confirmación de que el problema ha vuelto a aparecer. Por el contrario, luchará contra la idea de tener que presentarse a una entrevista que no considera necesaria.

Quiero continuar por mi cuenta, ¿le parece bien?

A menudo el cliente no manifiesta que se haya llegado a una solución tajante del problema. Pero de todas maneras expresa el deseo de acabar el tratamiento. Una cliente puede manifestar cierta satisfacción con respecto al resultado de la terapia. Pero habla de una mejora cuantitativa y no de un cambio cualitativo.

Este tipo de cliente dice que las cosas van mejor, que se siente mejor y que, aunque de vez en cuando aparecen juntos algunos elementos del problema, me gustaría probar por mi cuenta durante una temporada y ver qué pasa. ¿Le parece bien?. (…) Es difícil no presionar al cliente para que permanezca sometido a tratamiento cuando las cosas son frágiles, pero hay que evitar esta actitud. No es adecuado presionar para que continúe el tratamiento.

Finalmente, unos cuantos pacientes tienen razones para dar por terminado el tratamiento que prefieren mantener en silencio, y apelan en cambio a fórmulas corteses. (…) Insistir en que continúe el tratamiento es cuanto menos una pretensión inútil.

Por otra parte, si se acepta el deseo del cliente de dar por terminado el tratamiento, la despedida se produce en un clima de afabilidad. Esto facilita al cliente la reanudación del tratamiento en el caso de que descubra que probar por su cuenta no funciona (…)

Por el contrario, si el terapeuta disuade al cliente de suspender la terapia, ésta continuará sobre la base implícita de que el paciente acude a requerimiento del terapeuta y no porque lo necesite de veras.

Suspensión temporal

Si el terapeuta cree que el problema se halla insuficientemente solucionado y que el tiempo y los acontecimientos se lo demostrarán al cliente, puede acceder al deseo de terminar que éste exprese, pero redefiniéndolo como una suspensión temporal:

De hecho, estoy de acuerdo en que éste sería un momento adecuado para abandonar el tratamiento, o por lo menos para tomar unas saludables vacaciones

Unos padres que habían venido a buscar ayuda para su hijo afirman que las cosas ahora han mejorado bastante y que las sesiones podrían espaciarse más. Proponen que las entrevistas se realicen cada dos semanas. El terapeuta sospecha que intentan abandonar cortésmente el tratamiento. En vez de presionarlos para que acudan a la semana siguiente, les ofrece un intervalo aún más prolongado: cuatro o seis semanas.

A veces los pacientes dicen que el problema por el que iniciaron el tratamiento ha sido resuelto, y a plena satisfacción, pero añaden que ahora les gustaría trabajar sobre otro problema. (…) Creemos que se ganará muy poco si uno se precipita a trabajar sobre otro problema. Ello no significa que los clientes sólo tengan derecho a solucionar un único problema, pero sí que convendría dejar pasar un lapso de tiempo entre dos esfuerzos terapéuticos distintos.

Los halagos: cómo acabar la terapia

Una advertencia final sobre la terminación del tratamiento en los casos en que el problema se halle parcial o completamente solucionado: los pacientes complacidos con los resultados del tratamiento a menudo atribuyen estos resultados a la sabiduría, capacidad de reflexión o inteligencia del terapeuta. (…)

Estos halagos colocan al terapeuta en una posición de superioridad, lo cual provoca un perjuicio al cliente en el momento de la finalización. Los propios logros del cliente a lo largo del tratamiento quedan implícitamente subestimados. Se trata de un enfoque que puede generar problemas.

Si bien el terapeuta no está en condiciones de evitar que los pacientes le expresen su gratitud, ni tampoco necesita hacerlo, puede con todo formular de nuevo los logros del tratamiento de manera que él mismo no quede en posición de superioridad. Quizás la forma más sencilla de conseguirlo sea aceptando la gratitud pero señalando cuál es la contribución que el cliente ha realizado para el éxito del tratamiento.
Al mismo tiempo, el terapeuta puede rebajar la importancia de su propia contribución:

No se trata de que yo sea más inteligente sino de que me hallo en la ventajosa posición de estar fuera del bosque. Eso es todo.

(De “La táctica del cambio. Cómo abreviar la terapia”. Fisch, Weakland y Segal. Herder)

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