Tal maniobra terapeutica consiste en aceptar sin objeciones una mejoría o una desaparición del síntoma que no parecen justificados en absoluto por el correspondiente cambio en el sistema de interacción familiar. Surge la sospecha de encontrarse ante un movimiento, “una jugada”, de la que son cómplices todos los integrantes del grupo natural, aun cuando uno solo se erige en portavoz. El objetivo común es el de sustraer a la indagación de los terapeutas algún área sentida como peligrosa para el status quo.
La característica de tal mejoría es la de ser súbita e inexplicable, acompañada con frecuencia por una actitud de no compromiso, o de optimismo de tipo de tour va trés bien, madame la marquise; mejoría apoyada en pocos datos convincentes. Con esto la familia hace entender a los terapeutas, sin decirlo, la intención colectiva de saltar al estribo del primer tren que pase.
Aun en este caso, la experiencia nos ha enseñado que los terapeutas no pueden perder la iniciativa.
Una posibilidad sería el hacer notar el significado y el objetivo familiar, interpretándolo como una “cura en salud”. De acuerdo con nuestra experiencia, esto es un error en cuanto implica una actitud crítica totalmente en contraste con el principio áureo de la connotación positiva y, por lo tanto, provocador de negaciones y descalificaciones o, peor aun, de mano de hierro (Nota: “braccio di ferro”= echar un pulso). Frecuentemente, el movimiento de fuga se da a continuación de algún error de los terapeutas, o de una intervención, correcta en sí, pero intolerable para el grupo.
Aceptar la mejoría sin objetar
La línea que seguimos consiste en aceptar tales mejorías sin objeciones, tomando nosotros mismos la iniciativa de concluir la terapia. Nos comportamos, sin embargo, de manera críptica, en cierto modo alusiva. En tales casos la familia no ha llegado aún a requerirnos expressis verbis la terminación del tratamiento, sino que solo está empeñada en las jugadas preliminares para hacernos llegar, autoritariamente, a la suspensión de la terapia, cosa que prevenimos decidiéndolo nosotros mismos.
- El principal objetivo es tener siempre en mano la iniciativa y el control de la situación, previniendo y anulando las jugadas del partner adversario.
- El segundo esta directamente ligado a nuestra modalidad de contrato con la familia: pactar un número preciso de sesiones.
Ante la desaparición inexplicable del síntoma en el paciente designado acompañado por los comportamientos de resistencia colectiva ya descritos, preferimos concluir la terapia súbitamente y, por ende, poner a prueba la autenticidad de la “curación”, teniendo todavía “a favor” un cierto número de sesiones en caso de que la “curación” no resista mucho tiempo.
Volvamos a nuestro comportamiento, que habíamos definido como críptico y alusivo. Lo es en cuanto tenemos cuidado de no expresar, en absoluto, nuestra opinión sobre la presunta mejoría ni, mucho menos, confirmarla.
De retorno a la sesión, nos limitamos a un simple comentario en el que declaramos tomar nota de la satisfacción expresada por la familia por los resultados obtenidos. Por consiguiente, comunicamos que la terapia finaliza con la sesión en curso. Insistimos, sin embargo, en la obligación que contrajimos de conceder a la familia las sesiones no utilizadas, en caso de un posterior requerimiento.
Reacciones a la jugada
A esta intervención terapéutica corresponden en la familia algunas reacciones típicas, de intensidad variable pero reveladoras, de cualquier modo, de la jugada que se desarrolla. Una de ellas es la siguiente: “Pero ustedes, ¿qué piensan?” Pregunta que tiene por objeto, evidentemente, hacernos caer en la trampa de abrir una discusión acerca de nuestras dudas u objeciones que serían pronto descalificadas. Pero los terapeutas insisten en basar su decisión simple y críticamente en la satisfacción expresada por la familia. De tal manera, la familia se encuentra atrapada en la trampa paradójica de ser designada como la iniciadora de una decisión que, en realidad, es tomada por los terapeutas.
En otros casos, en cambio, cae sobre el grupo un silencio sepulcral, seguido poco después de protestas, dudas, incertidumbre, pesimismo, insistencia en fijar inmediatamente una cita u obtener de los terapeutas la solemne promesa de que una futura solicitud de reemprender la terapia no significará una espera prolongada.
Los terapeutas permanecen firmes en la decisión tomada, dejando a la familia la iniciativa de completar las sesiones pactadas, no antes, sin embargo, de que haya transcurrido un lapso mínimo por ellos establecido.
Mediante esta técnica paradójica se logra anular el movimiento saboteador, y se coloca a la familia en la necesidad de tener que volver a pedir, tarde o temprano, la continuación de la terapia.
(De “Paradoja y contraparadoja. Un nuevo modelo en la terapia de la familia de transacción esquizofrénica“. M. Selvini Palazzoli, L. Boscolo, G. Cecchin, G. Prata. Paidós Terapia Familiar)
Imágenes: fotogramas de “El pueblo de los malditos” de John Carpenter, 1995