Laura, de 40 años, viene a terapia en la semana 28 de su embarazo porque en las últimas dos semanas ha tenido dos ataques de pánico. No le había sucedido nunca antes. Dice de sí misma ser una mujer muy segura: trabaja, cultiva sus pasiones, practica deporte y no ha parado en los siete meses de embarazo.
Una tarde siente que le falta el aire, que tiene una fuerte taquicardia, la sensación de desmayarse, viviendo por tanto la terrible experiencia de un ataque de pánico.
Desde entonces no consigue dormirse serenamente y se despierta por las noches repetidamente, a menudo con taquicardia. Se ha dirigido al médico y a su ginecólogo, y ambos la han tranquilizado sobre el hecho de que físicamente todo está perfecto y que el embarazo marcha bien. Le han sugerido que acuda por tanto a un psicólogo.
Un aborto previo traumático
Los episodios han tenido lugar siempre por la tarde, en el interior de su casa, “justo cuando finalmente me puedo relajar”. De la indagación surge una experiencia, referida a un año y medio antes, de un anterior embarazo (seguido de un aborto espontáneo al segundo mes) llevado adelante hasta el final del sexto mes donde termina con una muerte intrauterina fetal. Como sucede siempre en estos casos, Laura debe someterse al internamiento hospitalario, para que le sea inducido el parto. Laura debe esperar y sufrir pensando que su hijo está dentro de ella, sin vida. Tras cuarenta horas de trabajo de parto, espera sentir el llanto del niño aunque sepa que esto no sucederá.
El silencio es insoportable. Lo tiene un poco en brazos, después lo entrega a la enfermera. Laura y su marido niegan la autorización para la autopsia. Laura vuelve a casa y a su trabajo, retoma su vida con su marido y “no piensa en todo ello más”. Solo quiere recuperar el control de su vida y cultiva la idea de que tal vez ser madre no sea su destino. Menos de un año después descubre que de nuevo está embarazada. Y desde ese momento se comporta como si no lo estuviera: Sabe, doctora, no quiero encariñarme del bebé, después de lo que he pasado.
Como si no estuviese embarazada
Trabajo como siempre, doce horas al día, soy abogada autónoma y no puedo permitirme estar en casa, hago deporte (natación y gimnasio tres veces a la semana) porque me descarga y me hace sentir bien conmigo misma, ¡al fin y al cabo el embarazo no es una enfermedad! Viajo con mi marido, organizo cenas y veladas fuera…así que, doctora, ¡hago vida normal!.
Pero en estas últimas semanas algo ha cambiado…la barriga ha crecido, de un día a otro me miro al espejo y me doy cuenta de que realmente estoy embarazada…y sé que si mi bebé nace ahora podría sobrevivir, así que puedo pensar en él como en un hecho real. Laura se deshace en lágrimas y me dice que ahora le ha vuelto a la mente todo…la experiencia anterior, con toda su carga de dolor, rabia y sentimiento de culpa, en una mezcla de sensaciones que le cortan la respiración.
Prescripciones
Después de haber dado espacio a la expresión de todo su dolor, le digo que para superar el dolor deberá, lamentablemente, atravesar todo su infierno para llegar al otro lado y salir fuera. A este fin, trastorno de estrés postraumático, le prescribo que se busque un cuaderno donde redactar la llamada “novela del trauma”, es decir, la descripción detallada del evento traumático, repetido muchas veces y escrito de modo que también yo pueda sentir sus propias sensaciones.
Le advierto que será extremadamente doloroso pero decididamente beneficioso. Después de dos semanas me trae los escritos, me dice que los ha soltado del tirón en un par de días y que ya en la segunda semana era como si viese la experiencia desde lejos y no tuviese ya nada más que escribir. No ha tenido ataques de pánico; en la primera semana se ha despertado varias veces, pero en los días sucesivos ha dormido casi toda la noche.
Al tercer encuentro Laura me dice que está bien, que su barriga está “creciendo como con levadura”. Ha empezado el curso de preparación al parto porque ahora quiere saber todo lo que aún no sabe y le pueda servir para gestionar mejor los últimos meses de gestación, una posible cesárea (el bebé no viene de cabeza y si no se gira será necesaria la intervención), el nacimiento y la entrada en casa. Ha decidido cómo llamarlo, ahora ha podido hacerlo.
Nos hemos visto una vez más, después me ha escrito para decirme que ha nacido Gabriele y que todo ha ido del mejor modo posible.
(De “Aiutare i genitori ad aiutare i figli. Problemi e soluzioni per il ciclo di vita“. Ed. Ponte alle Grazie. Giorgio Nardone)