La vergüenza de tener miedo:
La mayoría de las personas se avergüenzan profundamente de sus miedos, como si fuera posible verse libre de ellos. Desde luego, hay una gran diferencia entre los temores manejables y las fobias irrefrenables que necesitan de terapias especializadas. Pero como el lector habrá visto claramente, la matriz de los dos fenómenos es la misma: es el sujeto el que con las mejores intenciones provoca el peor de los efectos. O sea, en el intento erróneo de combatir su miedo lo alimenta hasta hacerlo incontrolable.
Como antes se ha dicho, una dosis manejable de miedo es fundamental para nuestra existencia. No solo eso, sino que la mayoría de las veces, gracias a nuestros miedos, nos aventuramos más allá de nuestros límites y descubrimos recursos hasta entonces desconocidos.
Al respecto el valiente general Turenne afirmó: “Desde luego que me comporto como un valiente, pero siempre tengo miedo”.
Aceptar y reorientar el miedo
En efecto, el miedo reorientado se convierte en un recurso y la mayoría de nuestros actos de valor están generalmente impulsados por el miedo. Puesto que solo el hecho de reconocer y de aceptar lo que nos da miedo nos ofrece la posibilidad de no quedarnos paralizados, inmóviles y abatidos. Si luego este miedo es enfrentado, nos damos cuenta de que esa sensación irracional ha sido un estímulo para impulsarnos más allá de nuestros límites.
Como dice un antiguo Koan japonés: “El miedo de no estar a la altura nos obliga a subir un peldaño cada día.”
En cambio, quien niega su miedo se arriesga, en palabras de Shakespeare, “a batirse con su propio miedo como un loco que trata de ahuyentar a su sombra”.
Por tanto, la vergüenza de tener o de haber tenido miedo no solo carece de fundamento sino que puede convertirse también en el trampolín de lanzamiento para aquellos comportamientos que llevan a la formación del miedo patológico.
Por el contrario, la fragilidad asumida se convierte en una fuerza.
“Solo quien ha tenido miedo puede ser valiente, lo demás solo es inconsciencia.”