Los comienzos de la Terapia Breve estratégica:
En el año 1983, en el transcurso de una jornada normal de trabajo, acudió a mi despacho un señor procedente de un pueblo cercano a Arezzo, que presentaba un cuadro desesperado de miedos y obsesiones que le perseguían desde hacía años. Este individuo transformaba cualquier alteración mínima de las sensaciones corporales en un claro signo de haber contraído quién sabe qué oscuro mal.
Le pregunté a la persona por qué motivo, después de haber probado tantos remedios, se había dirigido a mí, que era joven e inexperto. Le declaré que poca cosa podría hacer por él teniendo en cuenta la complejidad del problema y mi escasa experiencia.
Nuestra primera conversación, en la que yo le repetí insistentemente las escasas probabilidades de curación y mi total escepticismo respecto a mis posibilidades de actuación en su caso, se desarrolló en una atmósfera de total pesimismo y desesperanza.
Unas semanas más tarde volví a verlo y me encontré frente a una persona completamente cambiada. Sonriente y sereno, me explicó que desde hacía días ya no sufría aquellos graves trastornos. Sentía con más deseos que nunca reconstruir una nueva vida sobre la base de su nuevo estado de salud y de carga psicológica.
En las vías del tren
Más sorprendido que él ante tal cambio, quise averiguar cómo se había producido y le pedí que me explicara qué le había sucedido durante aquella semana. Al salir de mi despacho el paciente se sentía profundamente deprimido, desanimado y con ganas de acabar con todo. En este estado de desesperanza había pensado seriamente en cómo quitarse la vida. (…) Pensó, tal vez porque vivía cerca de la vía del tren, en arrojarse al tren.
Así pues, cuando el sol estaba a punto de desaparecer por el horizonte, se tumbó sobre las vías, meditando acerca de todas las cosas malas del mundo, mientras esperaba el liberador paso del tren. Pero, curiosamente, en aquel momento sólo acudían a su mente las posibles cosas hermosas de su existencia (…) hasta tal punto que se sumió en una especie de profundo relajamiento y se abandonó a todas esas imágenes mentales de una posible existencia feliz.
Al cabo de un rato, el ruido del tren que se aproximaba lo despertó de aquel estado placentero. (…)Dando un brinco, se apartó de la vía antes de que el tren le alcanzase. Había vuelto a la realidad. (…)
La iluminación: Erickson, Watzlawick, Palo Alto
Este caso cambió completamente mis concepciones de entonces sobre la terapia, puesto que parecía impensable, a la luz de las concepciones tradicionales de la psicoterapia, que se pudiese haber producido una curación tan completa y rápida. Esta experiencia resultó ser para mí como una especie de iluminación.
Me acordé de las obras de Erickson, que había leído hacía tiempo y que entonces me habían parecido relatos de hechicerías y no terapias rigurosas. La idea que se formó y fue cobrando fuerza en mi mente fue que sería fantástico conseguir provocar deliberadamente, mediante intervenciones sistemáticamente construidas, cambios repentinos como el que se había producido por casualidad. (…) Con estas ideas en la cabeza me dispuse a releer atentamente las obras de Erickson. (…)
Tal refinamiento estratégico y sistematicidad táctica los hallé más tarde, estudiados de modo aún más riguroso, de acuerdo con la moderna epistemología y las investigaciones en el campo de las ciencias humanas, en las publicaciones de Watzlawick, Weakland y sus colegas de la escuela de Palo Alto.
Otra experiencia de curación breve
Otro episodio divertido, a la vez que casual, me sucedió precisamente en aquella época. Una día de Julio de aquel mismo año se hallaba en mi despacho una señora afectada de trastornos de pánico y agorafobia. Desde hacía algunos años no se atrevía a salir de su casa si no era en compañía de alguien y tampoco podía quedarse sola en casa sin ser presa del pánico. Como hacía mucho calor, me levanté y fui a abrir la ventana; al apartar la cortina, la barra de la que colgaba se salió del soporte y cayó sobre mi cabeza, golpeándome fuertemente con el extremo puntiagudo.
De momento yo quise quitar dramatismo al incidente haciendo algunas bromas sobre el ridículo suceso y me senté para proseguir la conversación con la señora que, según observé, se había puesto pálida; en ese instante percibí claramente cómo la sangre manaba de mi cabeza. Me levanté, con la intención de seguir tranquilizándola con alguna broma, me dirigí al baño y al mirarme al espejo me di cuenta de la importancia de la herida. (…)
Le dije que alguien debía llevarme a un servicio de urgencias para que me atendieran debidamente. La paciente se ofreció enseguida y, olvidándose de que hacía años que no conducía a causa de su fobia, condujo mi coche hasta el hospital, donde asistió impertérrita a toda la actuación de los médicos, incluida la desinfección y sutura de la herida.
Regresamos luego al despacho, y allí el marido, contempló atónito cómo regresaba tranquilamente conduciendo el coche. De hecho, en los días siguientes al episodio narrado la señora empezó a salir sola y a reanudar gradualmente muchas actividades, que hasta entonces había abandonado a causa del miedo.
El diseño de intervenciones específicas: los comienzos de la terapia breve estratégica evolucionada
Como comprenderá el lector, este casual y curioso episodio también me hizo reflexionar mucho y me llevó a pensar qué hermoso sería provocar experiencias concretas semejantes a ésta, por medio de prescripciones deliberadamente impuestas a los pacientes.
A partir de entonces mis estudios y mis aplicaciones en el campo clínico se focalizaron en el estudio experimental y en el diseño de estas tipologías de intervención. Es decir, en formas de tratamiento breve elaboradas sobre la base de objetivos propuestos, capaces de conducir a los sujetos al cambio sin darse a penas cuenta de que cambian.
(De “Miedo, pánico, fobias. La terapia breve”. Giorgio Nardone. Herder Editorial)