Haley-MadanesMiedos, fobias y pánicoNiños, trastornos de conducta y familiaterrores nocturnos

Una madre acudió a terapia porque su hijo de diez años sufría terrores nocturnos. La mujer era portorriqueña y hablaba poco el inglés. Tenía otras dos hijas mayores y un varoncito. Sus tres hijos mayores eran fruto de un primer matrimonio que terminó en divorcio. Su segundo marido había muerto. (…)

Una madre desprotegida y terrores nocturnos

El hijo de 10 años se mostraba taciturno y preocupado. La terapeuta y la supervisora sospecharon que le inquietaba la situación de su madre, quien había perdido a sus dos maridos, era pobre, no hablaba inglés y estaba ligada a un hombre en una relación que debía mantenerse en secreto, pese a ser el padre de su hijo.

Como el chico tenía terrores nocturnos, la terapeuta pidió a cada miembro de la familia que le contase sus sueños. Solo la madre y el hijo tenían pesadillas. Ella solía soñar que alguien irrumpía  con violencia en la casa, y el chico describió una recurrente pesadilla en la que era atacado por una bruja. La terapeuta preguntó qué ocurría cuando el chico tenía pesadillas. La madre replicó que lo llevaba con ella a la cama y le decía que pensara en Dios y rezara, haciéndole la señal de la cruz en la frente para protegerlo del demonio. Explicó que, a su juicio, el problema de su hijo se debía a la influencia del demonio.

El síntoma como metáfora

Se partió de la hipótesis de que los terrores nocturnos del hijo eran tanto una expresión metafórica de los temores de la madre como una tentativa de ayudarla. Si era el chico el temeroso, la madre tenía que ser fuerte y cobrar ánimo para reconfortarlo y protegerlo. Consiguientemente, ella no podía tener miedo. Pero al protegerlo lo aterrorizaba aún más, hablándole de Dios y del demonio. Madre e hijo estaban atrapados en una situación en la que su ayuda mutua era desafortunada.

En la primera sesión, se solicitó a los miembros de la familia que simularan estar en casa y que la madre se hallaba muy asustada porque escuchaba ruidos, como si un ladrón estuviera tratando de entrar por la fuerza.

Una de las hermanas representó el papel del ladrón, y se le pidió al hijo que protegiera a su madre. Así,  se le requería a la madre que simulara necesitar la ayuda de su hijo, en vez de necesitarla efectivamente. Se instó al chico para que fingiera ayudar a la madre atacando al presunto ladrón. De este modo, la necesidad de ayuda de la madre y la ayuda benevolente que le brindaba el hijo se habían convertido en un juego.

Una madre competente

Hubo dificultades con la dramatización, porque la madre atacaba al ladrón antes de que su hijo pudiera acudir en su auxilio.

La terapeuta debió pedirles que lo intentaran una y otra vez. De esta imposibilidad de representar la escena correctamente derivó el siguiente mensaje: la madre era una mujer capaz de defenderse que no precisaba el socorro de su hijo.

Esto ejemplifica hasta qué punto pueden ser impredecibles las consecuencias de la directiva de simular. La madre pudo haber respondido de muy diversas maneras, pero escogió esta. Si la terapeuta hubiera querido planear una intervención que hiciera aparecer a la madre como una mujer fuerte, no necesitada de protección, no lo podría haber hecho mejor.

Una vez que la dramatización se llevó a cabo correctamente y el hijo pudo atacar al ladrón, todo el mundo se sentó para analizarla. La terapeuta criticó a la madre su dificultad para expresar su temor y para refrenarse de modo que el hijo tuviera la posibilidad de atacar al ladrón. A esto ella replicó que era una persona competente, capaz de defenderse bien, y que por eso le era tan difícil representar ese papel. Era un mensaje espontáneo en el que le decía al hijo que no precisaba su protección.

Análisis final

La terapeuta pidió a la familia que, durante la semana siguiente, se reunieran todas las noches en la casa y repitieran la dramatización. Por la noche, si la madre oía al chico gritar en sueños, debía levantarse, despertarlo, despertar a las hermanas, y llevar a cabo la misma dramatización. Esto tenía que hacerse a cualquier hora de la noche y por cansados que estuvieran. Esta ordalía estaba destinada a que madre e hijo se vieran instados a modificar la manera infortunada en que se protegían el uno al otro.

El niño no volvió a sufrir terrores nocturnos. (…)

Un año después, una entrevista de seguimiento permitió comprobar que las calificaciones del chico en la escuela habían sido tan buenas que su madre, como premio, le compró una bicicleta. Ella había empezado a trabajar como asistente comunitaria en un  centro de salud mental.

(Extraído de aquí)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *

Publicar comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.