Es conveniente analizar la forma de elegir los aforismos que se adaptan a una función terapéutica determinada: dado que tienen que tender a un objetivo concreto, su elección debe ser rigurosa.
Si el aforismo propuesto no se adapta a las modalidades de nuestro interlocutor, no solo no tendrá ningún efecto rompedor sino que, por el contrario, provocará que la persona en cuestión sienta que no hemos comprendido su postura personal, y esto incrementará su resistencia al cambio en lugar de derribarla.
La selección eficaz
El rigor en la selección y en la aplicación de nuestra estratagema retórica depende de diferentes factores, además de los ya manifestados, que merecen una explicación.
En primer lugar, hay que elegir el momento adecuado para decir un aforismo: una acción justa en un momento equivocado no solo no produce efectos positivos sino que a menudo puede tener efectos perjudiciales. En lo relativo a la presentación de un aforismo, el denominado timing es un aspecto crucial ya que, así como el golpe decisivo de un combate debe darse cuando se ha abierto una brecha en la guardia del adversario, en el diálogo terapéutico el mensaje evocador debe lanzarse solo cuando se está convencido de que dará en el blanco. Esto sirve para ratificar que el momento de aplicar esta técnica no es casual, sino estratégico (…)
Otro criterio para la selección del aforismo se basa en el tipo de efecto disruptivo que se desea provocar. En la práctica, puedo utilizar una sentencia evocadora para hacer sentir a la persona con la que estoy dialogando que sintonizo con ella. Es decir, puedo emplear una máxima fulgurante para crear en ella un efecto rompedor de descubrimiento y utilizar el poder formulario que revela.
Además, mediante una sentencia puedo evocar sensaciones revulsivas frente a una determinada forma de ver las cosas y de reaccionar a ellas. Por el contrario, puedo utilizar una expresión enfática para amplificar las sensaciones placenteras frente a una actitud o comportamiento que debe reforzarse. Por último, puedo presentar una explicación en forma de máxima filosófica breve con el fin de enmarcar y valorar los actos y las conquistas realizadas (…)
Las fases de la terapia
Esta sistematización no es casual, sino que se ha elaborado a lo largo del tiempo en paralelo a las habituales fases de una terapia completa o de un diálogo efectivamente terapéutico.
Un proceso terapéutico puede dividirse en cuatro fases:
- Primera fase: crear sintonía con el paciente (…)
- Segunda fase: modificar su percepción (…)
- Tercera fase: consolidar progresivamente los cambios (…)
- Cuarta fase: cerrar la intervención, valorando los recursos personales (…)
En cada una de estas fases se emplean aforismos distintos, acordes con el objetivo previsto.
Aforismos según la fase
En la primera fase resultarán útiles los aforismos que sintonizan con las visiones del paciente y los que crean un efecto de desvelamiento y revelación, de manera que este se sentirá comprendido y además sentirá que está ante un experto en el que puede confiar.
En la segunda fase serán indispensables las fórmulas rompedoras y evocadoras capaces de crear aversión hacia aquello que debe ser cambiado y poner énfasis en lo que debe potenciarse, o bien fomentar el descubrimiento de alternativas.
La tercera fase requiere aforismos explicativos pensados para estimular la comprensión de las cosas y la adquisición de confianza en los propios recursos personales.
En la cuarta fase, se recurrirá a fórmulas que evoquen sensaciones de equilibrio y confianza en las propias. capacidades (…)
Por lo tanto, los aforismos se clasifican según su uso dentro del proceso terapéutico.
Un buen psicólogo debería, en efecto “(…) rodar constantemente en torno al propio eje y ser tan elástico como para hacer de los ejes ajenos otros tantos centros de gravedad” (Cioran, 1988).