Quien está convencido de que no se puede vivir sin un sentido definitivo en la vida no podrá ver en el constructivismo más que al precursor de la disgregación y del caos. Para esta persona la idea de que toda realidad es en última instancia una realidad inventada le deja aparentemente solo una conclusión: el suicidio (…)
El suicida busca el sentido de la vida, en un determinado momento se convence que ese sentido no existe y se mata, no porque el mundo como tal se le revele indigno de vivirse, sino porque el mundo no satisface su exigencia de tener un sentido definitivo e inteligible. Con esa exigencia el suicida ha construido una realidad que no encaja y por eso naufraga la nave de su vida (…)
La contrapartida del suicida es el hombre que busca; la diferencia entre ambos es sin embargo insignificante. El suicida llega a la conclusión de que no existe lo que busca; en cambio, el buscador llega a la conclusión de que todavía no ha buscado en el lugar correcto. El suicida introduce el concepto de cero en la “ecuación” existencial; el otro introduce en ella el concepto de infinito; cualesquiera de esas búsquedas es autoinmunizante, en el sentido de Karl Popper, y por lo tanto no tiene fin. Son infinitos los posibles lugares “correctos” en que puede encontrarse lo buscado.
El cargo del nihilismo se reduce a sí mismo al absurdo de demostrar lo que quiere refutar, esto es, que el postulado de un sentido presupone el presunto descubrimiento de un mundo carente de sentido.
La realidad del constructivismo
Sin embargo, hasta ahora nada hemos dicho sobre la realidad que construye el propio constructivismo. En otras palabras, ¿qué experimentaría un hombre que estuviera resuelto a ver consecuentemente su mundo como su propia construcción?
Tolerante
Ese hombre sería ante todo tolerante (…) El que llega a comprender que su mundo es su propia invención debe acordar lo mismo a los mundos de sus semejantes. El que sabe que no puede saber la verdad sino que su visión de las cosas solo puede encajar más o menos encontrará difícil atribuir a sus semejantes malignidad o locura y le resultará difícil asimismo persistir en el pensamiento primitivo y maniqueo de “Quien no está conmigo está contra mi”. La idea de que nada sabemos mientras no sepamos que no conocemos nada de manera definitiva supone el respeto por las realidades inventadas por otros hombres (…)
Responsable
Además, tal hombre se sentiría responsable en un sentido profundamente ético, responsable no solo de sus sueños y yerros sino también de su mundo consciente y de esas profecías suyas, creadores de realidades, que se realizan por obra de sí mismas. Para él ya no está abierto el cómodo camino de proyectar la propia culpa a las circunstancias y a otros seres humanos
Libre
Esta responsabilidad plena significaría también su plena libertad. Quien tuviese plena conciencia de que es el inventor de su propia realidad conocería la posibilidad siempre presente de forjarla de otra manera. Sería, pues, herético en el sentido original del término, es decir, alguien que sabe que puede elegir (…)
El camino a la autonomía
El sentido que podemos forjar no es el sentido eterno; el nombre con que podemos nombrar no es el nombre eterno.” Lao Tse
Quien es capaz de escribir semejante afirmación conoce la relatividad y el origen subjetivo de todo sentido y de todo nombre. Sabe que todo acto de atribuir sentido y significación y todo acto de nombrar crean una realidad bien determinada. Pero para llegar a ese grado de saber tiene que, por así decirlo, haberse sorprendido en flagrante acto de invención de una realidad. En otras palabras, tiene que descubrir cómo creó primero un mundo “a su imagen”, sin tener conciencia del acto de su creación, y vivir luego dicha realidad como el mundo “exterior e independiente de él” -precisamente el mundo de los objetos-, de cuyo modo de ser él mismo se construyó autorreferencia. Esta búsqueda es inevitable y su sin sentido se torna significativo. Debe uno recorrer el camino errado para que este se revele como camino errado (…)
Comprendemos ahora que la pregunta alrededor de la cual gira este epílogo (“¿Qué realidad construye el propio constructivismo?”) está en el fondo mal formulada y además que también era necesario tropezar con tal error para que este se revelara como tal. El constructivismo no crea ni “explica” ninguna realidad “exterior” sino que revela que no existe un interior ni un exterior, un mundo de objetos que se encuentre frente a un sujeto. El constructivismo, más bien, muestra que no existe la separación de sujeto y objeto (sobre cuyo supuesto se construyen infinidad de “realidades”), que la división del mundo en opuestos está forjada por el sujeto viviente y que las paradojas abren el camino que conduce a la autonomía.
La razón por la cual nuestro yo, que siente, percibe y piensa, no puede encontrarse en ninguna parte de nuestra imagen científica del mundo puede expresarse en nueve palabras: porque el yo mismo es esa imagen del mundo. El yo es idéntico al todo y, por lo tanto, no puede estar contenido en él como parte.
SCHRÖDINGER (1958)