“Soy una mentirosa patológica” es la frase de apertura de Julia, una graciosa muchacha de 24 años enviada por su padre en un nuevo intento de psicoterapia. La situación se había precipitado unos meses atrás, cuando el padre había descubierto que Julia le había mentido sobre el número de exámenes que tenía, la enésima mentira que había creado ya una fuerte ruptura en la relación. El padre, desde entonces, se negaba a verla y mantenía con ella solamente un contacto telefónico.
Julia cuenta que desde que era niña no conseguía dejar de decir mentiras a sus padres y amigos, prácticamente sobre todo (…) En la mayor parte de los casos, Julia no tenía claro el motivo de sus continuas mentiras sobre cosas que ella misma define como inútiles, como declarar haber leído un libro o no haberse encontrado a alguien por la calle que en realidad sí se había encontrado (…) Julia mentía en cosas banales, una, dos o más veces, hasta que inevitablemente las mentiras “de patitas muy cortas” eran descubiertas.
En el caso de los padres, esto comportaba un nuevo enfado y perorata sobre la importancia de decir la verdad, seguida siempre de llantos y promesas de Julia de no mentir más.
Con los amigos el guion era ligeramente diferente: raramente se enfrentaban con ella respecto a sus mentiras, pero se había dado cuenta de que se habían ido alejando poco a poco. Todo esto era para ella motivo de gran sufrimiento.
¿Cuál es la utilidad de la mentira?
Sabes, Julia, en la naturaleza si algo persiste en el tiempo sin cambiar, incluso si provoca sufrimiento, es porque por fuerza tiene alguna utilidad, de otra manera se habría extinguido– le digo. Intentemos comprender cuál podría ser la tuya. ¿De qué te sirve o de qué te protege el mentir? Julia se toma una pausa de reflexión, mientras me doy cuenta de que la palabra “proteger” de alguna manera ha resonado con fuerza dentro de ella. Tengo miedo de que los demás se desilusionen de mí, responde con un hilo de voz y la expresión de quien acaba de vivir una experiencia emocional muy fuerte.
El miedo a no dar la talla
Y así recorremos juntas su vida de mentirosa patológica:
Crecida en una familia con un hermano mayor muy bueno en todo –prácticamente perfecto, dice ella– desde pequeña ha sentido la presión de estar a la altura de las expectativas de los padres. Temiendo no conseguirlo, ha comenzado a alterar la realidad, primero con pequeñas distorsiones, después con verdaderas mentiras (…)
También con los amigos alteraba continuamente la realidad, a veces para tratar de parecer más deseable a sus ojos, otras para esconder aspectos que temía que los desilusionara y alejara.
Si he comprendido bien, Julia, las mentiras han sido siempre tu estrategia para hacer que las personas de tu alrededor te aprecien y no te abandonen, ¿digo bien? Asiente. Bien, sabes que una estrategia se evalúa siempre por sus efectos. ¿Tú cómo valoras la tuya? ¿Los demás te aprecian más o se están alejando de ti? Rompe a llorar, consciente del efecto desastroso de su solución intentada. La mentirosa patológica se revela ahora como realmente es: una chica insegura y asustada que se refugia en las mentiras para tratar de taponar su frágil autoestima, terminando por dañarse cada vez más a sí misma y a sus relaciones (…)
Correr el riesgo
Concordamos que es necesario hacer algo diferente. Prescribo a Julia que cada día corra el riesgo de hacer o decir algo que tema hacerla perder la aprobación de los demás. Obviamente, tendrá que ser algo muy pequeño, nada que sea peligroso (…)
Si de nuevo se le escapase una mentira, tendrá que ir luego a la persona a la que ha mentido, declarar su mentira y excusarse, explicándole el motivo, visto que ya lo tiene claro. Aunque esto la asuste, siempre será mejor, le digo, que decir su habitual mentira poco fiable, que tarde o temprano será descubierta.
A la segunda sesión Julia acude radiante: ha corrido muchos riesgos y no ha sucedido nada: ninguna desilusión, ningún juicio, ninguna frialdad. Solo una vez había dicho una pequeña mentira a una amiga, a la que había llamado al día siguiente para excusarse, descubriendo que esta apreciaba mucho que Julia se hubiese abierto con ella. Había incluso decidido volver a casa en el fin de semana para hablar con sus padres y compartir con ellos todo lo que había descubierto (…)
Hoy Julia ha aprendido que ser una persona capaz y segura no significa ser perfecta y, sobre todo, que no le interesa ya gustar a todos a toda costa.
