En esta controversia sobre las modalidades de comunicación de estos influjos averbales e indirectos, ofrecieron algunas respuestas, al menos parciales, los resultados de la sumamente interesante y pionera investigación de Eckhard H. Hess, de la Universidad de Chicago. El punto de partida de los trabajos de Hess fue un suceso absolutamente fortuito:
Hace unos cinco años aproximadamente estaba yo hojeando por la noche, ya acostado en la cama, un libro que incluía excelentes fotografías de animales. Mi mujer me echó una ojeada casual e hizo la observación de que debía haber muy poca luz, porque yo tenía las pupilas sumamente dilatadas. A mí me parecía que la lámpara de noche alumbraba muy bien y así se lo dije, pero ella insistió en que mis pupilas estaban dilatadas.
Experimento sobre la dilatación de las pupilas
Basándose en este incidente, acometió Hess una serie de experimentos en torno a este problema y descubrió que la dilatación de las pupilas no depende tan solo de la intensidad de la luz que se recibe (como creería un profano) sino también, y en buena medida, de factores ligados al sentimiento. Esto ya era sabido de tiempo atrás por los poetas. Descripciones como: “fría mirada henchida de odio”, o “los ojos de la dama derramaban amor”, se refieren evidentemente al hecho de que todos nosotros emitimos o respectivamente recibimos, sin advertirlo, esos pequeños signos.
Ilusionistas y comerciantes
Pero estaba reservado a Hess demostrar científicamente que hay aquí algo más que simples imágenes del lenguaje poético. En el curso de sus investigaciones pudo comprobar, entre otras cosas, que los ilusionistas y prestidigitadores observan con gran atención la súbita dilatación de las pupilas y sacan las oportunas consecuencias. Así por ejemplo, cuando sale la carta en que está pensando el espectador llamado a colaborar, se le suelen dilatar las pupilas. Se dice que los comerciantes de jade chino utilizan esta misma regla, es decir, observan la dilatación de las pupilas del cliente para saber por cuál de las piezas está particularmente interesado y dispuesto, por consiguiente, a pagar un precio más elevado (con lo que disminuye, de paso, un poco más nuestra creencia en la inescrutabilidad del espíritu oriental…)
Las pupilas de la mujer joven y atractiva
En otro experimento mostró Hess a los sujetos de experimentación dos retratos de una atractiva joven. Las fotos procedían del mismo negativo y eran, por tanto, idénticas, salvo que en una de ellas se había agrandado las pupilas mediante retoques. La reacción media ante esta segunda foto, escribe Hess, superó en más del doble la producida por la foto de pupilas más pequeñas. En el diálogo subsiguiente al experimento, la mayoría de los sujetos sometidos a la prueba admitieron que las fotos eran idénticas. Con todo, algunos observaron que una de ellas era más femenina, más bonita, más dulce. Sin embargo, ninguno de ellos descubrió que una de las fotos tenía las pupilas más grandes que la otra. Fue preciso llamarles la atención sobre esta diferencia.
Ya en la edad media recurrían las damas a la belladona (que en italiano significa mujer hermosa), para dilatar las pupilas. Evidentemente, unas pupilas grandes ejercen un fuerte atractivo sobre los varones, pero la reacción se sitúa en un nivel averbal. Podría tal vez aventurarse la explicación de que las grandes pupilas son tan atractivas en una mujer porque expresan un desusado interés por el hombre en cuya presencia se encuentra.
Una comunicación averbal que influye diariamente
La investigación de estas formas verdaderamente sutiles de la comunicación humana no ha hecho, hasta ahora, más que rozar la superficie de un campo sin duda ubérrimo. Pero, en todo caso, ya sabemos hoy que las reacciones al tamaño de unas pupilas femeninas son tan solo un caso más entre los numerosos modos de comportamiento averbal e inconsciente, que influyen diaria y pertinazmente en la realidad interhumana.