El niño que se chupa el dedo
El niño que tiene la costumbre de chuparse un dedo suele especializarse de ordinario en uno de los dedos de una mano, y solo cambia a otro cuando no puede chupar el primero, por la razón que fuere. Pero en cualquier caso sigue chupándose el dedo, por mucho que hagan sus padres por quitarle tal costumbre.
Una intervención eficaz, en la que se dan la mano los elementos de la prescripción de síntomas y la reestructuración, consiste en que, en presencia de su madre, se le explique, con un lenguaje claro y persuasivo, que vivimos en una democracia en que todos tenemos los mismos derechos y que, por tanto, no es posible chuparse solo un dedo, en perjuicio de los nueve restantes.
En adelante, pues, deberá chuparse también los otros dedos, y todos por el mismo espacio de tiempo: si es preciso, la madre deberá vigilar, reloj en mano, para que a cada dedo se le concedan los derechos que le son debidos en un régimen democrático. Lo que hasta ahora había sido una costumbre placentera, que reportaba la ventaja adicional de que los padres nada podían hacer contra ella, toma ahora de pronto el aire de un deber, cuyo cumplimiento se convierte muy pronto en una carga –sobre todo porque los padres vigilan para que se cumpla.
Pero la reestructuración ofrece una salida, que posibilita que el niño “salve la cara”: le permite o bien chuparse los dedos muy poco tiempo o bien renunciar totalmente a esta costumbre. Además, bloquea los anteriores intentos de solución de los padres (burlas, poner cosas amargas en el dedo, castigos, etc) que no hacían sino prolongar el problema.
El estudiante que no se concentra
Hay un problema típico de muchos estudiantes que consiste en que no pueden concentrarse en sus tareas, porque piensan casi sin interrupción en las innumerables cosas, mucho más agradables, que podrían hacer si no tuvieran que estudiar. Intentan, sin éxito, concentrarse a fuerza de voluntad, y esta tortura que ellos mismos se imponen dura muchas veces hasta muy entrada la noche, y recomienza con las tempranas horas de la mañana.
En general, se consigue una mejoría poco menos que inmediata cuando se le indica al interesado que debe marcarse por sí mismo un plazo razonable para esta obligación diaria, transcurrido el cual puede hacer cuanto le venga en ganas, menos estudiar. De esta forma, el tiempo libre se convierte en un castigo y pierde, por consiguiente, su atractivo.
De manera enteramente parecida nos ocurre a la mayoría con la hora de levantarnos: los otros días de la semana podríamos seguir durmiendo durante horas, pero el domingo, cuando podríamos quedarnos en la cama cuanto nos viene en gana, estamos despiertos desde las primeras horas de la madrugada.