“En Maloggia conocimos a un bailarín de la Ópera de París, en otro tiempo famoso, que una noche entró en nuestro hotel en su silla de ruedas, conducido por un joven italiano que el bailarín había contratado por muchos años. Como supimos por el bailarín, se había derrumbado en medio de la première del Rafael de Händel, coregrafiado por Béjart sólo para él, y , desde entonces, había estado inválido. De repente, dijo el bailarín, perdió el conocimiento y no lo recuperó hasta dos días más tarde.
Posiblemente, según el bailarín, que se envolvía en una piel de nutria muy cara, había que atribuir su desgracia a que, por primera vez en su carrera, pensó durante el baile en la complejidad de una combinación de pasos, cosa que había temido durante los quince años de su carrera, que le había llevado por todas las grandes óperas del mundo. Un bailarín, decía, mientras bailaba, no debía pensar jamás en su baile; sólo debía bailar y nada más.”
Thomas Bernhard (del libro El imitador de voces)
Esta historia nos recuerda la importancia de fluir y dejarse llevar cuando realizamos actividades complejas. “Danza primero, piensa después”, dice al aforismo. Si introducimos la conciencia en el fluir de la consciencia la detenemos y bloqueamos la acción.
Esta historia curativa sobre la desgracia del bailarín puede ser especialmente útil en el tratamiento de los trastornos obsesivos, la duda patológica y la incapacidad de tomar decisiones.